¿Qué harías si el personaje que creaste se materializa en tu habitación? bueno eso mismo le paso a nuestra querida Arianna... quien aun no sé explica como es que eso sucedió.
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capítulo 15
La noche había llegado sin demasiadas sorpresas, o al menos eso pensaban. Arianna y Caleb estaban cenando en la isla de la cocina. Una sencilla pasta con salsa de tomate y algo de vino tinto. Caleb, como siempre, lo miraba todo con curiosidad, desde el brillo de las luces bajo los gabinetes hasta los pequeños detalles como los cubiertos metálicos que tanto le gustaban.
— Esto que estamos comiendo... ¿es alimento de la nobleza? —preguntó con tono serio mientras observaba un espagueti colgando de su tenedor.
Arianna se echó a reír.
— No, es pasta. Básica, barata y deliciosa. Pero si quieres, podemos decir que es un platillo típico de la realeza moderna.
Caleb asintió, satisfecho, y bebió un sorbo de vino con aire solemne.
— Sabe a uvas fermentadas del sur de Gandál.
— ¡Es vino de supermercado! —soltó ella, riéndose más fuerte.
Estaban por levantar los platos cuando el timbre sonó, rompiendo la armonía de la cena.
— ¿Esperas a alguien? —preguntó Caleb, tensando la espalda.
— No... —respondió ella, dejando el plato a un lado y dirigiéndose hacia la puerta.
Apenas dio tres pasos cuando se detuvo en seco.
— Caleb... —dijo en un susurro—. Están intentando meter una llave...
Él se levantó de inmediato. Sus ojos se entrecerraron como si estuviera enfrentando una amenaza mortal.
— Aléjate. Déjame ver esto...
Caminó hacia el perchero y, sin dudarlo, tomó lo que a sus ojos era un arma digna de batalla: una escoba.
— No puede ser... —murmuró Arianna mientras lo observaba levantarla como si fuera una espada legendaria.
— En Gandál, los ladrones eran castigados con el filo. Esta escoba será mi hoja. Abre la puerta cuando te lo indique.
Arianna tragó saliva, mitad preocupada, mitad divertida.
— Estás completamente loco...
— Solo hazlo —dijo él con solemnidad.
Ella asintió, puso la mano sobre el picaporte y, tras su señal, giró la perilla.
La puerta apenas se abrió cuando Caleb, con un rugido improvisado de guerra, lanzó un escobazo brutal hacia el intruso.
Un sonido sordo. Un golpe seco. Luego, un gemido ahogado y un cuerpo cayendo como un saco de papas.
— ¡En nombre de Arianna de la Casa Lauren, te detengo, vil ladrón! —gritó Caleb, aún en posición de ataque.
— Caleb... —murmuró ella, mirando al suelo—. Espera... ¡Espera!
El “intruso” tenía una chaqueta arrugada, el rostro rojo y el aliento a kilómetros de distancia del vino fino que ellos acababan de beber.
— ¿Mauricio...? —dijo ella con incredulidad.
Caleb bajó la escoba, confundido.
— ¿Este es tu enemigo?
— No... bueno, sí, pero no de ese modo —suspiró ella.
Mauricio, completamente borracho, intentó decir algo, pero sólo logró un sonido incomprensible y un nuevo intento fallido de levantarse del piso.
— Tranquilo —dijo Arianna, arrodillándose a su lado para revisarlo—. Está vivo... pero muy, muy borracho.
Caleb aún sostenía la escoba con firmeza.
— ¿Por qué intentaba entrar con llave?
— Porque aún tiene una copia de las llaves de este departamento. Fue mi pareja por tres años, Caleb.
— ¿Y el tenia copia de tu departamento?— dijo curioso, pronunciando con algo de dificultad esa última palabra que había aprendido hacía unos días. El aún le decía castillo de cristal hasta esa mañana.
— Básicamente... sí. Y al parecer, hoy decidió aparecer como alma en pena.
— ¿Así se comportan los hombres de tu reino? ¡No tienen honor!
Arianna reprimió la risa.
— No todos son así. Solo algunos... —lo miró con complicidad—. Como él.
Mauricio murmuró algo más mientras su cabeza reposaba contra el marco de la puerta.
— ...te vi... con él... tu... novio actorcito...
— ¿“Actorcito”? —repitió Caleb, ofendido—. ¡Soy príncipe de Gandál!
— ¡Por favor, no empieces otra vez! —dijo Arianna entre risas.
Con algo de esfuerzo, entre los dos lo levantaron y lo sentaron en el sillón. Su cabeza colgaba como si no pudiera mantenerla firme, y cada vez que intentaba hablar, soltaba un pequeño quejido dramático.
— ¿Quieres agua? —le preguntó Arianna, aunque ya sabía que no iba a responder coherentemente.
Caleb, por su parte, seguía firme con la escoba en la mano.
— ¿De verdad vas a seguir con eso?
— Jamás se baja la guardia cuando el enemigo ha sido vencido pero no capturado —respondió él, muy serio.
Ella volvió a reír.
— Dios mío... quédate ahí, caballero escobero. Voy a traerle hielo.
Mientras ella se alejaba a la cocina, Caleb se acercó lentamente al rostro tambaleante de Mauricio.
— Escucha bien, rival de la dama. Puede que en tu mundo creas que los errores no tienen consecuencias, pero en Gandál, el honor es lo más sagrado.
Mauricio apenas soltó un gruñido.
— ...tú... no... ni siquiera... pantalón decente...
Caleb frunció el ceño, miró sus pantalones deportivos y luego alzando la barbilla declaró:
— ¡Estos son los pantalones de entrenamiento de un príncipe!
Arianna regresó con una bolsa de hielo y la puso con cuidado en la frente de Mauricio.
— A veces me pregunto si no estoy soñando todo esto —murmuró.
— ¿Pesadilla o fantasía? —preguntó Caleb, inclinando la cabeza.
— Depende del momento —respondió ella riendo, y luego se sentó a su lado en el sillón.
El silencio fue interrumpido por un ronquido pesado. Mauricio ya estaba completamente dormido, despatarrado en el sofá, con una expresión de paz que contrastaba con el caos de minutos antes.
— ¿Qué hacemos con él ahora? —preguntó Caleb.
— Nada. Que duerma ahí. Ya mañana se irá con resaca y con suerte no recordará que lo recibiste con una escoba en la cabeza.
— Me defendería otra vez si hiciera falta —dijo él con orgullo.
Arianna lo miró, sin poder evitar sonreír con ternura.
— No hace falta defenderme. Pero gracias, “mi príncipe”.
— Siempre a tu servicio, mi dama.
Se quedaron así unos segundos, sentados en silencio, observando al pobre Mauricio roncando como un oso en hibernación.
— Bueno... ¿volvemos a cenar? —preguntó ella al fin.
— ¿Aún hay pasta?
— Mucha.
— Entonces... —dijo él levantándose—, que la fiesta continúe.
Y mientras caminaban de regreso a la cocina, Arianna no pudo evitar pensar en lo extrañamente maravillosa que se había vuelto su vida últimamente: con príncipes armados con escobas, exnovios borrachos y cenas que terminaban con risas.
Una locura deliciosa.
Gracias por esto...
La Felicito Autora.