De un lado, Emílio D’Ângelo: un mafioso frío, calculador, con cicatrices en el rostro y en el alma. En su pasado, una niña le salvó la vida… y él jamás olvidó aquella mirada.
Del otro lado, Paola, la gemela buena: dulce, amable, ignorada por su padre y por su hermana, Pérla, su gemela egoísta y arrogante. Pérla había sido prometida al Don, pero al ver sus cicatrices huyó sin mirar atrás. Ahora, Paola deberá ocupar su lugar para salvar la vida de su familia.
¿Podrá soportar la frialdad y la crueldad del Don?
Descúbrelo en esta nueva historia, un romance dulce, sin escenas explícitas ni violencia extrema.
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Capítulo 14
Una semana había pasado desde que Paola se entregara, aunque de forma tímida, a aquel nuevo capítulo con Emílio. La mansión estaba más ligera: los niños se habían adaptado, riendo y corriendo por los pasillos, llenando de vida un lugar que antes solo guardaba sombras. Pero, dentro de Paola, una pregunta insistía, pesando cada vez más, hasta que no pudo más ignorarla.
En una noche silenciosa, cuando los niños ya dormían y la mansión reposaba, ella encontró a Emílio en la terraza, mirando el cielo estrellado. La brisa fría tocaba el rostro de él, y había en su postura un aire pensativo.
Paola se acercó despacio, abrazando sus propios brazos.
—Emílio… necesito preguntarte algo.
Él se giró hacia ella, atento al tono serio de su voz.
—¿Qué ocurre, mi niña?
Ella vaciló, respiró hondo y, por fin, dejó escapar:
—Mi padre… Franco Lombardo. ¿Qué ocurrió con él? Tú… sabes la verdad, ¿no es así?
El silencio que siguió fue pesado. Los ojos de Emílio se oscurecieron, y él bajó la mirada antes de responder, como si buscara fuerzas para no herirla aún más.
—Paola… tu padre está muerto.
Las palabras cayeron como una lámina fría en el pecho de ella.
—¿Muerto? —susurró, sin creerlo. —¿Cómo?
Emílio se acercó, tocando levemente los hombros de ella. La voz salió firme, pero cargada de dolor.
—Cuando descubrí toda la verdad sobre ti… también descubrí quién era realmente tu padre. Franco… te vendió. Él hizo un acuerdo con un traficante de personas, cambiándote como si fueras una mercancía. —Hizo una pausa, los ojos ardiendo de rabia contenida. —Pero el hombre volvió para cobrar una deuda que Franco no pagó. Y lo mató.
Paola se llevó la mano a la boca, sofocando un sollozo.
—¿Él… él me vendió? Mi propio padre… —Las lágrimas se deslizaron antes de que pudiera contenerlas.
Emílio la atrajo hacia sí, envolviéndola en un abrazo firme, protector.
—Lo sé… es cruel. Pero es la verdad. —La voz de él se suavizó. —El traficante y estoy haciendo lo mismo conmigo "matarme" para atraparte, sin imaginar que yo era Dom Emílio D’Ângelo. Entonces, cuando él vino tras de mí, acabé con su raza.
Paola enterró el rostro en el pecho de él, llorando bajito.
—Aun así… aun él siempre tratándome como si yo no fuera nada… lo siento mucho. Lo siento tanto… Él aún era mi padre.
Emílio la acarició, pasando la mano por el cabello de ella.
—Llora, Paola. Libera ese dolor. No le debes nada a él, pero puedes lamentarlo. Es tu derecho.
Ella sollozó más fuerte, apretándolo como si temiera que él fuera a desaparecer. El corazón de ella dolía, pero también encontraba alivio en el calor de los brazos de él. Por primera vez, ella se permitió vivir el luto por el padre —no por el hombre cruel que la marcó, sino por el vacío que él había dejado.
Emílio la mantuvo junto a sí, en silencio, hasta que el llanto de ella fue calmándose. Entonces susurró, firme y lleno de ternura:
—No necesitas cargar más las cadenas del pasado. Ahora, me tienes a mí. Tienes a nuestros hijos. Y juntos, vamos a construir algo que nada, ni nadie, podrá destruir.
Paola alzó el rostro, aún con lágrimas, y solo asintió. Ella lo sabía: el pasado no cambiaría. Pero en el presente, había un hombre dispuesto a protegerla, y un futuro que podía, por fin, ser diferente.
