Rein Ji Won, la inalcanzable "Reina de Hielo" del Instituto Tae Son, es la heredera de un imperio empresarial, y por lo mismo un blanco constante. Su vida en la élite de Seúl es una jaula de oro, donde la desconfianza es su única aliada.
Cuando su padre Chae Ji Won regresa de un viaje de negocios que terminó en secuestro, trae consigo un inesperado "protegido": Eujin, un joven de su misma edad con una sonrisa encantadora y un aire misterioso que la intriga de inmediato. Rein cree que su padre solo está cumpliendo una promesa de gratitud. Lo que ella no sabe es que Eujin es un mercenario con habilidades letales y un contrato secreto para ser su guardaespaldas.
La misión de Eujin es clara: usar todo su encanto para acercarse a la indomable heredera, infiltrarse en su círculo y mantenerla a salvo.
En el juego del lujo, las mentiras y el peligro, las reglas se rompen.
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Capítulo 9: El Viaje a la Raíz y La Nueva Vida
...El Exilio y el Camino a Casa...
El amanecer se alzaba sobre Seúl cuando Eujin Min Song abordó el tren KTX con destino a Busan. No era un exilio con la carga de la desesperación, sino una huida necesaria, un sacrificio. El asiento de primera clase que Chae Ji Won había reservado para él se sentía demasiado lujoso, un último vestigio de la vida que dejaba atrás.
En su mochila no llevaba mapas de ciudades fortificadas ni planos de escape, sino el pesado sobre de dinero, un pasaporte nuevo con un nombre simple y, más importante, una dirección. Además, escondida en el forro, la única prueba de la existencia de Rein en su vida: una foto que había tomado furtivamente de ella en la biblioteca, absorta en sus estudios.
Mientras el tren se deslizaba por la campiña, dejando atrás el horizonte de rascacielos, Eujin permitió que su mente divagara. La imagen de Rein, rota y llorando en sus brazos, se repetía sin cesar. El dolor era agudo, una herida de la que sabía que tardaría mucho en calmar.
“Volveré a ti. Cuando mi pasado esté limpio.” La promesa era su nueva misión, la más importante.
En el vagón comedor, Eujin se sentó solo. Una anciana menuda con un rostro arrugado por el sol, vestida con un hanbok sencillo y transportando una canasta de frutas, se sentó frente a él.
—Joven, ¿por qué esa cara tan larga en un día tan hermoso? —preguntó ella, su voz suave como el murmullo de un arroyo.
Eujin sonrió ligeramente, la máscara de encanto regresando por hábito.
—Perdí algo muy valioso, abuela. Algo que no puedo recuperar.
—Tonterías. Lo más valioso nunca se pierde. Solo cambia de lugar. Si es el dinero o el honor, se puede reconstruir. Si es el corazón, solo necesita que le des tiempo para que entienda el camino. ¿Vas a Busan?
—Sí. A encontrar a mi familia.
La anciana asintió, tomando un kaki de su canasta.
—El destino siempre te lleva a casa. Yo voy a visitar a mi hijo. Mi marido murió hace cinco años. Fue difícil. Pero un día, después de un año de llorar, me levanté y decidí. Tengo que vivir por los dos.
—¿Y si no puedo vivir sin... sin la persona que perdí?
—Entonces, vives para que esa persona esté orgullosa de tu fuerza. Y esperas. El amor verdadero nunca te pide que seas débil. Te pide que seas más fuerte. Y a veces, la persona que amamos necesita que nos alejemos para que pueda estar a salvo. Es un sacrificio. El más noble de todos.
Eujin se quedó en silencio. Las palabras de la anciana, tan simples, resonaron con su propia decisión. Era un sacrificio por amor. Se despidió de la mujer con una reverencia respetuosa, la promesa de Rein resonando en su mente: “Te esperaré.”
...El Encuentro con la Memoria...
El viaje de Seúl a Busan era de aproximadamente tres horas, pero para Eujin, fue un año de reflexión. La ciudad de Busan era un contraste vibrante con el frío glamour de Seúl. Era el mar, el ajetreo de un puerto, una mezcla de lo tradicional y lo moderno. Se sentía auténtico, no un escaparate.
La dirección que Chae Ji Won le había dado lo llevó a las afueras de la ciudad, una hora más de viaje en autobús, a una zona más rural, cerca de las colinas. Una pequeña casa tradicional coreana (hanok), con un techo de tejas oscuras y un pequeño huerto. No había rejas, ni guardias, ni cámaras. Solo paz.
Eujin sintió un nudo en la garganta. La emoción de estar tan cerca de su sangre, su origen, era casi insoportable.
Un hombre salió del huerto. Era bajo, robusto, con una sonrisa amplia y ojos bondadosos que recordaban ligeramente a los suyos. Llevaba ropa de trabajo manchada de tierra. Era el Abuelo Min.
Eujin se acercó, el corazón latiéndole como un tambor de guerra.
—Disculpe, señor. Estoy buscando a... Min. ¿El señor Min?
El abuelo lo miró, y su rostro, curtido por el sol, se congeló. Escaneó a Eujin de la cabeza a los pies. Vio al joven alto, con una elegancia que no encajaba en una granja, pero en sus ojos oscuros, el abuelo vio la inconfundible luz de su hija perdida y del niño que había esperado por años.
—¿Quién eres tú, joven?
—Soy... Eujin. Eujin Min Song. Soy el hijo de su hija, mi madre, Kyung.
El abuelo Min se quedó inmóvil. Luego, el silencio se rompió por un sollozo profundo y primario. El hombre se abalanzó sobre Eujin, abrazándolo con una fuerza que desarmó al mercenario.
—¡Eujin! ¡Mi nieto! ¡Lo sabía! ¡Sabía que mi Kyung no podía habernos abandonado para siempre!
Eujin se sintió invadido por una emoción desconocida, el calor de una conexión biológica que no recordaba. Devolvió el abrazo, su máscara se rompió, y lágrimas silenciosas corrieron por su rostro.
—Abuelo. Estoy en casa.
El abuelo Min, todavía sollozando de alegría, lo tomó de la mano y lo llevó al hanok.
—Tu abuela... ven. Tienes que verla.
En la sala, una anciana dulce y frágil estaba sentada cerca de la ventana, tejiendo. Era la Abuela Min. Su rostro era sereno, pero sus ojos estaban nublados.
—Mi amor, mira quién vino —dijo el abuelo, con una voz tierna y protectora.
La abuela miró a Eujin, sus ojos se detuvieron en él, y su rostro se iluminó por un momento con una lucidez fugaz.
—¡Kyung! —dijo la abuela, con una sonrisa radiante—. Kyung, estás de vuelta. ¿Por qué viniste tan tarde? Ven, siéntate.
La confusión y el dolor golpearon a Eujin. Su abuela tenía demencia, pero en la mirada de él, ella vio a su madre.
—No soy Kyung, abuela. Soy Eujin. Tu nieto. Su hijo.
La abuela lo miró de nuevo, y la luz se atenuó.
—Oh. Un joven apuesto. ¿Quieres comer kimchi? El abuelo lo hace muy bien.
El abuelo Min le hizo un gesto a Eujin.
—Perdónala. Su memoria es solo de momentos. La cuido. Es mi vida.
—Es hermosa —susurró Eujin, conmovido.
El abuelo lo llevó al porche, donde el aire olía a tierra y a mar.
—Tus padres se separaron. Tu padre no era un buen hombre. Un hombre de negocios oscuro. Tu madre regresó a Seúl para encontrarte, pero tuvo un accidente hace años. Una lástima.
—Yo no lo sabía. Crecí sin saber nada.
El abuelo le dio una palmada cariñosa en la espalda.
—No importa. Lo importante es que estás aquí. Desde que te fuiste, siempre tuvimos un plato más en la mesa. Sabíamos que la sangre te traería de vuelta.
—Nunca he hecho un trabajo honesto, abuelo. No sé nada de granjas o de casas.
—No importa. Te enseñaré. Aquí nadie te encontrará. Eres Eujin Min Song. Nuestro nieto. Y ahora, estás a salvo.
La bienvenida fue la medicina que el mercenario necesitaba. La promesa de la paz.
...La Nueva Rutina...
El primer año en Busan fue una metamorfosis. El mercenario se convirtió en un granjero.
Eujin se levantaba al amanecer. El entrenamiento de combate fue reemplazado por la ardua labor de la tierra. Aprendió a cultivar verduras, a cuidar de las gallinas, a reparar el tejado del hanok. El trabajo era duro, pero honesto, y cada día lo dejaba con un cansancio saludable, no con el agotamiento del miedo.
El abuelo Min fue el tutor perfecto, paciente y sabio. Le enseñó no solo sobre la tierra, sino sobre la vida.
—El suelo es como la confianza, Eujin. Si lo alimentas y lo cuidas, te dará frutos. Pero si lo abandonas, se endurece y no te da nada.
Eujin también se encargó de cuidar a su abuela. Se sentaba con ella, le leía, le daba de comer. Cuando ella lo confundía con su madre o con un viejo amigo, él sonreía y le seguía la corriente. La ternura era una nueva habilidad que cultivaba con esmero.
La vida en el pueblo era simple, pero rica en afecto. Las cicatrices de Eujin se sentían menos. El trauma de su pasado se alejaba con cada marea del mar.
A medida que pasaba el tiempo, la nostalgia por Rein se hacía más profunda. Ella era su horizonte, su motivación para limpiar su pasado. Tenía que volverse intocable para poder reclamarla.
Eujin usó sus habilidades de ciberseguridad, adquiridas durante su entrenamiento, para trabajar de forma remota, ayudando a pequeños negocios locales a blindar sus sistemas. El dinero de Chae Ji Won se quedaba intocable, un último recurso.
# Una Ojeada a la Reina de Hielo
Casi un año después de su partida, el sol de una tarde de verano se filtraba en el hanok. Eujin estaba en la sala, alimentando a su abuela, mientras el abuelo Min veía el noticiero de la tarde.
De repente, la imagen en la pantalla cambió. Un presentador, con el tono solemne de las noticias de negocios, anunció:
—...Y en noticias de la élite de Seúl. La heredera del Grupo Ji Won, Rein Ji Won, recién graduada con honores del Instituto Tae Son, está lista para llevar el imperio al futuro. La joven empresaria, conocida por su increíble disciplina y visión, se embarca la próxima semana a la Universidad de Harvard para estudiar Finanzas y Estrategia Empresarial.
Eujin se quedó helado. En la pantalla, estaba Rein. Vestida impecablemente, su cabello más largo y su rostro más maduro, pero la misma intensidad azul en sus ojos. Ella estaba siendo entrevistada, parada frente al edificio de la Corporación Ji Won.
La Reina de Hielo. Había mantenido su promesa, la de ser fuerte, la de triunfar.
—Señorita Ji Won, ¿qué mensaje le daría a sus compañeros de clase sobre la excelencia? —preguntó la reportera.
Rein se mantuvo inexpresiva, la máscara de hielo perfecta.
—El éxito es una cuestión de disciplina. Y no importa cuánto brillo tengas, si no tienes la fuerza para defender tu territorio, no tienes nada.
El mensaje era para el mundo. Pero Eujin escuchó el subtexto. El territorio es mío. Y no te he olvidado.
Eujin sonrió, una sonrisa nostálgica y profundamente feliz. Ella estaba bien. Estaba a salvo. Estaba triunfando. Y se estaba yendo al extranjero, muy lejos de la amenaza del Batallón Kobra.
El abuelo Min miró a Eujin.
—Qué chica tan impresionante, hijo. ¿Es la hija del hombre que te ayudó?
—Sí, abuelo. Es ella.
—Te hace feliz verla, ¿verdad?
—Me da esperanza, abuelo. Ella es mi horizonte.
Eujin miró la pantalla. Rein estaba allí, el epítome de la fuerza. El mercenario, ahora granjero, tomó una decisión. Era hora de trazar el plan para limpiar su pasado. Tenía una promesa que cumplir y una Reina de Hielo a quien reclamar.
Su vida en el campo le había dado la paz. Ahora, tenía que usar esa paz para cambiar su destino.