Traicionada por su propia familia, usada como pieza en una conspiración y asesinada sola en las calles... Ese fue el cruel destino de la verdadera heredera.
Pero el destino le concede una segunda oportunidad: despierta un año antes del compromiso que la llevaría a la ruina.
Ahora su misión es clara: proteger a sus padres, desenmascarar a los traidores y honrar la promesa silenciosa de aquel que, incluso en coma, fue el único que se mantuvo leal a ella y vengó su muerte en el pasado.
Decidida, toma el control de su empresa, elimina a los enemigos disfrazados de familiares y cuida del hombre que todos creen inconsciente. Lo que nadie sabe es que, detrás del silencio de sus ojos cerrados, él siente cada uno de sus gestos… y guarda el recuerdo de la promesa que hicieron cuando eran niños.
Entre secretos revelados, alianzas rotas y un amor que renace, ella demostrará que nadie puede robar el destino de la verdadera heredera.
NovelToon tiene autorización de Bruna Chaves para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 14
Serena Valente. El nombre que antes sonaba frágil e incluso ridículo a los oídos de los enemigos ahora resonaba por los pasillos de la ciudad como el de una mujer que había osado cambiar las reglas del juego. Después de la noche en que revelara pruebas contra sus primos en plena fiesta de inversores, periódicos y radios no hablaban de otra cosa. Titulares gritaban su valentía, programas nocturnos discutían sus acciones e incluso columnistas antes ácidos ahora se preguntaban si no estaban ante una nueva era.
Pero con el reconocimiento venían también las consecuencias. Los enemigos, acorralados y expuestos, ya no escondían la hostilidad. Serena sabía que cada paso sería más peligroso, que cada movimiento podría costarle la vida. Aun así, no retrocedía. Si antes había vivido como presa, ahora era cazadora, y nada sería capaz de quebrar su determinación.
A la mañana siguiente del escándalo, llegó a la sede de la empresa en medio de flashes de reporteros que se aglomeraban en la puerta. Se vestía de forma impecable, el traje sastre oscuro transmitiendo autoridad, el moño firme reforzando su imagen de control. Caminó sin intimidarse, respondiendo solo con una mirada fría, y entró en el edificio.
En la sala de reuniones, parte de la directiva ya la esperaba. El silencio era pesado, interrumpido solo por el crujido de las sillas cuando los hombres se removían incómodos. Augusto fue el primero en romper el hielo.
—Señora Valente —dijo con voz firme—, el impacto de lo que hizo es irreversible. Muchos inversores ahora la ven como la única capaz de proteger el imperio. Pero necesitamos ser conscientes: ellos no van a retroceder.
Serena asintió, posando sobre la mesa una nueva carpeta. —Yo no quiero que retrocedan. Quiero que lo intenten, para que yo tenga más pruebas. —Sus ojos brillaban. —Pero necesitamos acelerar. Ellos todavía tienen recursos, todavía tienen contactos. Si no aplastamos a cada uno, van a resurgir.
Uno de los directores, siempre desconfiado, murmuró: —Usted habla como si fuera una guerrera en un campo de batalla. Pero está lidiando con hombres que tienen décadas de experiencia en política, negocios y crimen.
Serena se inclinó sobre la mesa, la voz baja, pero firme. —Yo ya morí una vez. No hay experiencia en el mundo que se compare a eso.
El silencio cayó, y nadie osó replicar.
Aquella tarde, Clara entró en su oficina jadeando, trayendo noticias urgentes. —Han convocado una rueda de prensa —dijo, agitada—. Van a acusarla de falsificación. Quieren invertir el juego y ponerla a usted como mentirosa.
Serena respiró hondo, sintiendo la furia subirle a la piel. Era previsible. Cuando no podían negar, intentaban acusar. Pero no había espacio para la vacilación.
—Entonces vamos a responder a la altura —dijo ella, ya abriendo otra carpeta con más documentos—. Si quieren guerra pública, la tendrán.
Horas después, el salón de prensa estaba lleno. Los primos hablaban en micrófonos, con expresiones falsas de indignación. Mostraban papeles, juraban inocencia, señalaban a Serena como manipuladora. Algunos periodistas parecían inclinados a creer, hasta que ella entró, interrumpiendo la escena con la imponencia de quien no pedía permiso.
—Si van a hablar de mí —dijo, con voz que resonó por el auditorio—, que por lo menos tengan la decencia de dejarme estar presente.
Los periodistas se agitaron, las cámaras dispararon. Los primos se miraron entre sí, visiblemente incómodos. Serena caminó hasta el frente, alzó las manos y mostró nuevos documentos.
—Aquí están los informes periciales que comprueban la autenticidad de las pruebas que presenté. —Su voz era cortante—. Aquí están las firmas originales, los registros en notaría, los testimonios de funcionarios que trabajaron directamente en las empresas fachada que ustedes crearon.
Las cámaras captaron cada detalle, y el público asistía en shock. Uno de los primos intentó gritar, pero Serena se adelantó.
—Ustedes me llamaron loca, aprovechadora, farsante. ¿Pero quiénes son ustedes? Hombres que no dudan en robar a la propia familia. Hombres que intentaron matar a una mujer indefensa. Hombres que, ante la verdad, no encuentran salida más allá de mentiras.
La platea explotó en murmullos. Periodistas comenzaron a lanzar preguntas afiladas a los primos, que perdieron el control de la narrativa en cuestión de minutos. Serena, con la serenidad de quien ya esperaba, dejó el local sin responder nada más.
Aquella noche, la prensa no tuvo dudas: Serena Valente había vencido otra batalla. Los primos ahora eran vistos no solo como sospechosos, sino como culpables en potencia. El Ministerio Público abrió oficialmente una investigación.
No obstante, Serena no se ilusionaba. Sabía que cuanto más los empujaba al abismo, más se volvían peligrosos. Y estaba en lo cierto.
Cuando volvió a la casa donde había escondido a sus padres, encontró a su madre temblorosa, sosteniendo una nota dejada debajo de la puerta. La caligrafía era tosca, las palabras simples: “Si continúas, sangre inocente va a correr”.
Serena leyó, sintiendo el corazón helarse. Agarró el papel con fuerza, casi rasgándolo. —Ellos creen que me intimidan —dijo, la voz baja—. Pero acaban de sellar su propio destino.
Su padre la observaba en silencio. —El odio puede consumirte, hija mía.
Ella alzó los ojos llorosos. —No es odio, padre. Es justicia. Yo no voy a permitir que los toquen a ustedes otra vez.
Más tarde, al lado de su marido en coma, dejó que la máscara cayera por algunos minutos. Le acarició el rostro, sintiendo la soledad pesar. —Estoy venciendo, pero cada victoria cuesta un pedazo de mí. Necesito que despiertes. Te necesito.
El pitido constante del monitor fue su única respuesta, pero aquella noche Serena juró haber visto, por un segundo, los dedos de él moverse. Un hilo de esperanza se encendió. Tal vez no estuviera tan sola como pensaba.
Y así, con el corazón dividido entre la fragilidad y la furia, Serena Valente se preparaba para la próxima batalla. Su nombre ya no era motivo de escarnio. Ahora, era el nombre que hacía temblar a los enemigos.