A veces, la vida nos juega una mala pasada. Nos hace probar el dulce néctar del amor, para luego arrebatárnoslo como si fuera una burla. Ésta historia le pertenece a ellos, aquéllas dos almas condenadas a amarse eternamente, Ace e Isabella.
—¿Seguirás amándome en la mañana?.
—Toda la vida, mi amor...
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Capítulo 15
...Ace....
¿Embarazada...?
¿Mí Isabella estaba embarazada...?
La habitación quedó en un silencio sepulcral.
Me quedé anonadado, no podía pronunciar palabra.
Mí mente iba a mil por segundo.
Pero, no me dí cuenta de mí silencio estaba dañando a Isabella, haciéndola pensar lo peor.
Lo supe cuando ella se puso de pie y corrió al cuarto llorando.
Rápidamente la seguí y, cuándo finalmente estuve cerca, la abracé.
—Lo siento... Lo siento... –Declaró entre lágrimas–. Si no lo quieres entonces me desharé de él... –Habló y su voz se cortó–. Abortaré al bebé y seguiremos siendo felices...
La observé con horror ante sus palabras.
Mí corazón se rompió.
Me dolió que Isabella pensara que no iba a querer al bebé.
Nuestro bebé.
—Shhh... Cálmate, amor mío, cálmate... –Susurré, acunándola en mis brazos–.
Ella comenzó a llorar aún más.
Nunca hablamos de tener hijos y, a pesar de su opción de deshacernos del bebé, podía notar el dolor y la angustia detrás de sus palabras.
—¿Qué estás diciendo ahora, Isabella? –Mis ojos se posaron en unos violetas–. ¿Cómo se te ocurre pensar que no voy a querer a nuestro bebé? –Comencé a acariciar su largo cabello, mientras ella sollozaba en mí pecho–.
—Yo no quería decepcionarte... –Susurró–. Tampoco quiero obligarte a ser padre si no quieres serlo. –Me abrazó más fuerte, como si tuviera miedo de que me fuera–. No quiero arruinar lo que tenemos... No quiero arruinar lo que tanto me costó construir... –Sus ojos llorosos buscaron los míos–.
Mis manos fueron a su rostro y, comencé a limpiar las lágrimas de su precioso rostro con suavidad.
—Nunca podrías decepcionarme, Isabella. No importa lo que hagas, yo jamás me sentiría decepcionado de ti. –Deposité un suave beso en su frente, calmándola–. Y, sobre el bebé, siempre he querido ser padre, aún más si es contigo. –Sonreí–. Siempre quise hijos pero, tú nunca mencionaste nada, así que guardé silencio porque no quería presionarte. –Mis besos bajaron hacia sus párpados, besándolos suavemente–.
La escuché soltar un suspiro y, finalmente había dejado de llorar.
—Por favor, nunca vuelvas a pensar que no quiero a nuestro bebé. –Hablé en voz baja–. Yo quiero tenerlo, pero es tu cuerpo, reina mía. Lo que tú decidas es lo que haremos. –Le informé con calma–.
Mis palabras eran ciertas, yo quería tener hijos, claro.
Pero, si Isabella no los quería, entonces no los íbamos a tener.
Somos un equipo y así funciona.
Ella es la que debe soportar las náuseas, vómitos, dolores y, el parto. Así que, ella decidirá que hacer.
Pero, pase lo que pase, estaré a su lado.
—Dime, hermosa, ¿Qué quieres que hagamos? –Acaricié su mejilla–. Si no quieres tenerlo, puedo conseguir el dinero para que lo abortemos.–Expliqué suavemente–.
Ella se tensó.
Luego de unos momentos, finalmente habló.
—Quiero tenerlo... –Afirmó en un suave susurro–.
No puedo explicar la felicidad que sentí cuando escuché su respuesta.
Mis ojos se llenaron de lágrimas de alegría y mí sonrisa era tan grande que me dolían las mejillas.
Mí cuerpo actuó por impulso y, la tomé en brazos levantándola en el aire, haciéndola girar una y otra vez.
Comencé a besar cada parte de su rostro mientras lloraba.
Cuándo dejé de festejar, apoyé mí frente sobre la suya, con los ojos cerrados.
—Te prometo, Isabella Davinia, que voy a hacer todo lo que esté a mí alcance para darte una mejor vida, a ti y a nuestro bebé.
Nuestro bebé... Se siente como un sueño hecho realidad.
Isabella me besó y correspondí su acción.
En el beso se podía sentir el temor, la felicidad, la preocupación por éste gran cambio pero, sobre todas las cosas, se podía sentir nuestro amor.
No importa si algo sale mal, estamos juntos y eso es lo único que importa.
Antes éramos dos, ahora seremos tres.
Isabella, el bebé y yo.
Mí familia.
Una familia a la que protegeré eternamente.
Me arrodillé, quedando a la altura de su estómago, el cual aún era plano.
Apoyé mí rostro contra su vientre, besando cada lugar que mis labios podían alcanzar.
Comencé a hablar en voz baja, dirigiéndome únicamente a mí bebé en su interior.
—No sé quién eres, una princesa o un caballero pero te prometo, no importa lo que seas. Papá va a cuidarte siempre. Prometo amarte toda la vida. Y, prometo nunca dejar que algo malo te pase. Mientras papá esté aquí, estarás a salvo. –Hablé desde lo más profundo de mí corazón, le hablaba a mí bebé, quizás ni si quiera podía oírme pero, no importaba, estaba ahí y eso bastaba–.
Me incorporé y observé a mí amada.
Volví a besarla.
—Te amo, reina mía... –Susurré–.
—Te amo, amor mío... –Respondió del mismo modo–.