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Cicatrices de la Mafia: Amor y Perdón

Cicatrices de la Mafia: Amor y Perdón

Status: Terminada
Genre:Mujer poderosa / Mafia / Embarazo no planeado / Novia sustituta / Completas
Popularitas:294
Nilai: 5
nombre de autor: Edina Gonçalves

De un lado, Emílio D’Ângelo: un mafioso frío, calculador, con cicatrices en el rostro y en el alma. En su pasado, una niña le salvó la vida… y él jamás olvidó aquella mirada.

Del otro lado, Paola, la gemela buena: dulce, amable, ignorada por su padre y por su hermana, Pérla, su gemela egoísta y arrogante. Pérla había sido prometida al Don, pero al ver sus cicatrices huyó sin mirar atrás. Ahora, Paola deberá ocupar su lugar para salvar la vida de su familia.
¿Podrá soportar la frialdad y la crueldad del Don?

Descúbrelo en esta nueva historia, un romance dulce, sin escenas explícitas ni violencia extrema.

NovelToon tiene autorización de Edina Gonçalves para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 7

Emilio mantuvo los ojos fijos en los niños. Ellos le devolvían la mirada con una mezcla cruda de curiosidad y miedo: las manos pequeñas se entrelazaban en la ropa del otro, los pies golpeaban levemente el suelo como si quisieran huir y, al mismo tiempo, no consiguieran desviar el rostro. El pasillo olía a café frío y a sábanas recién lavadas — una normalidad que parecía desentonar con aquella tensión.

Paola avanzó un paso al frente, el cuerpo tenso como un resorte; la boca seca, los ojos abiertos de alerta. Emilio levantó una mano, despacio, en un intento de desarmar el clima. La mano quedó a media altura, palma abierta, gesto calmo — nada agresivo, nada amenazador.

— Víctor... Victoria... — Emilio comenzó, la voz baja, vacilante. — ¿saben quién soy? Yo soy... — fue interrumpido por Paola.

— No — cortó Paola, jalando a los niños hacia atrás, la voz urgente. — Ellos no te conocen. Nada de esto es seguro. — Había pánico contenido en su habla; cada sílaba intentaba alejarlos de aquel extraño.

Emilio no retrocedió. Se acercó unos pocos pasos, medidos, manteniendo el cuerpo relajado, intentando transmitir seguridad donde solo había duda.

— Sé que parece extraño — dijo él, con un timbre que intentaba ser tranquilo. — Pero soy el hombre que soñó con ustedes todos los días desde que nacieron. Solo quería... conversar.

Paola dio un paso hacia él, jalando a Emilio hacia un rincón con fuerza, como quien impide que un predador se aproxime. Las manos temblaban.

— ¡No vas a quitarme a mis hijos! — lloró, los sollozos rasgando el pecho. — No voy a permitir que sufran como yo sufrí. — Lo miraba con una intensidad que dolía: rabia, miedo y una herida antigua aún abierta.

Emilio cerró los ojos por un segundo, y allí, en el silencio de aquel gesto, algo se partió en él. Él entendió — con una claridad palpitante — toda la extensión del mal que había causado a la niña que ella fue. La palabra amor vino junto a la culpa; el reconocimiento de que Paola era la mujer que, de alguna forma, siempre había tenido lugar en su pasado y en sus sueños.

La miró con atención renovada. El rostro de Paola mostraba líneas finas, marcas de noches sin dormir y de una vida de lucha continua; pequeñas cicatrices de quien tuvo que hacerse fuerte rápido. Aun así, los ojos de ella eran claros, vivos; había allí el brillo resiliente de quien ya salvó a alguien y aprendió a sobrevivir. Emilio sintió el corazón acelerar — amor, culpa y una tenue esperanza se mezclaron en un nudo en el pecho.

— Vete al hotel — pidió él, la voz suave, casi implorando.

— No — respondió Paola, firme, erguiendo el mentón. — Tengo mi vida aquí. Mi trabajo. Mis hijos. No voy a ningún lugar.

Emilio respiró hondo, midiendo las palabras.

— Está bien. Voy a terminar mi reunión. Es solo trabajo. Después conversamos, te lo prometo.

Reluctante y con el cuerpo aún tenso, Paola cedió. Volvió a la sala donde trabajaba y, así que entró, llamó a Katrina con los dedos temblorosos.

— Katrina... sucedió algo... él está aquí y... vio a los niños. — La voz venía fragmentada por el miedo.

— ¡Estoy en camino! — respondió Katrina sin dudar. — Pero Paola... él es peligroso, un mafioso. Ten cuidado, amiga.

Mientras tanto, ya fuera del cuarto, Emilio terminó sus negociaciones y fue hasta Nicolai, procurando confirmar informaciones que ahora quemaban en su mente.

— No conozco a ninguna Paola — dijo Nicolai, confuso.

Emilio mostró una foto. Nicolai miró demoradamente y entonces frunció el ceño.

— ¿Esa mujer? Es Olga Petrov. — La sorpresa se tradujo en una sonrisa triste. — Ahora entendí por qué nunca la encontraste.

Con la confirmación, Emilio contó a Nicolai toda la historia: las mentiras, las tramas, la confesión de la hermana gemela Pérla, el casamiento forzado, los errores que él cometiera y ahora veía con claridad. Nicolai escuchó y, al fin, lo animó a hablar con ella — no para manipular, sino para intentar reparar lo que fuese posible.

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Cuando Emilio entró en la sala donde Paola estaba, la encontró acompañada de Katrina; las dos cuidaban a los niños, que jugaban bajo en la alfombra, aún inquietos. Katrina se presentó de forma breve y protectora.

— Ella fue mi apoyo durante todo el tiempo que estuve en Rusia — explicó Paola, la voz aún aterciopelada de emoción.

Katrina lanzó a Emilio una mirada seca, directa.

— Ten cuidado. Ella es apenas una madre desesperada — dijo Katrina, firme, el rostro inquebrantable como un muro.

Katrina llevó a los hijos para otro cuarto, prometiendo a Paola en voz baja:

— Todo va a estar bien.

Cuando quedaron a solas, Paola permaneció en la sala, el cuerpo encogido, las manos ocupadas en sujetar una taza que ya se había enfriado. Emilio pidió que se sentaran. El aire quedó pesado; había la expectativa de un juicio y, al mismo tiempo, la esperanza fracturada de una tregua.

Él comenzó con una disculpa que salía de dentro, la voz baja y sincera, como quien confiesa un crimen del propio corazón.

— Paola... estoy aquí para pedir perdón. — Palabras simples, pero cargadas. — Sé que fui un monstruo para ti. Hoy sé la verdad entera. También sé que eres la niña que me salvó años atrás. Siempre te amé. Siempre fui aquel niño que tú salvaste. Desde que mi padre murió, pensé en ti todos los días.

Contó, con voz temblorosa a veces, sobre Pérla, la hermana gemela, sobre la confesión que abrió la puerta de la verdad, sobre el casamiento forzado que había orquestrado por omisión, y sobre los errores que ahora reconocía. Habló de arrepentimiento y de voluntad genuina de reparar.

— Perdóname, por favor... vuelve a casa conmigo. Te prometo que todo será diferente a partir de ahora. — Había una entrega total en aquellas palabras, como si él ofreciera de allí en adelante cada día que faltaba.

Paola lloró, un llanto contenido que venía del fondo, del lugar donde las esperanzas se guardan con miedo de quebrarse.

— Por mis hijos... voy a volver. — dijo ella, la voz corta, decidida. — Pero si maltratas a cualquiera de ellos... — hizo una pausa, la mirada llameante — te voy a matar con mis propias manos.

La amenaza no fue apenas venganza: era protección absoluta. Paola tenía en las venas la necesidad de guardar la vida de los hijos por encima de todo — hasta mismo por encima de una posible reconciliación.

Emilio la abrazó, sintiendo todo el peso del pasado y el soplo incierto del futuro. Prometió, con firmeza, pasar la vida intentando redimirse. Prometió que jamás permitiría que los niños sufrieran.

Paola, aún temblorosa, se dejó envolver por el abrazo. Era un gesto cargado de ambivalencia: había perdón, sí, pero condicionado — vigilante, desconfiado, listo para proteger. Ella se permitió la segunda oportunidad, pero mantuvo los ojos abiertos, corporificando la tensión entre amor y desconfianza que pasaba a gobernar cada nuevo paso.

Quedaron así por algunos minutos: dos cuerpos, dos pasados y un futuro precario colgado entre promesas y miedos. Allá afuera, el mundo siguió su ritmo, impasible, mientras dentro de aquella sala la vida intentaba coser los pedazos rasgados de lo que un día fue una familia.

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