Una amor cultivado desde la adolescencia. Separados por malentendidos y prejuicios. Madres y padres sobreprotectores que ven crecer a sus hijos y formar su hogar.
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Cap. 17 Y me agrada tenerla aquí.
Jaime, quien era un total neófito en la intricada historia de amor entre Belle y su jefe, procedió con la presentación con una profesionalidad inocente. No es que fuera distraído; la verdad era que él había entrado a trabajar con Diego justo unas semanas antes de que este decidiera volver al país de forma definitiva.
Conocía, por supuesto, la relación empresarial y la amistad intrínseca entre las familias Bretón y Ferrer-Monterrosa. Pero la historia de amistad, amor, desamor y enredo de más de una década entre Diego y Belle era un territorio completamente desconocido para él.
Por eso, mientras presentaba a "la nueva y talentosa pasante, la Señorita Belle Ferrer", era completamente ajeno a los torrentes de emoción, nostalgia y orgullo herido que fluían silenciosamente entre su jefe y la recién llegada, creando una atmósfera tan tensa que él, felizmente ignorante, era el único en la sala que podía respirar con normalidad.
—Quiero dar la bienvenida a los pasantes que se incorporan al proyecto de arte de la empresa Bretón —declaró Diego con seriedad.
Sin embargo, su postura seguía siendo despreocupadamente relajada, como si estuviera comentando el clima. Era la misma actitud que había tenido desde que era un muchacho de trece o catorce años: una fachada de frialdad y distancia que, en realidad, escondía un control absoluto, sobre todo a su alrededor, sin que nadie se percatara de los hilos que movía.
—Hemos visto que la señorita Belle es una de las mejores pasantes que hemos podido conseguir —hizo una pausa, y sus ojos, inevitablemente, se encontraron con los de ella.
Fue entonces cuando su lengua, traicionera, decidió sabotear la meticulosa farsa de su mente.
—... y también queda destacar —añadió, con un tono que perdió por un instante su neutralidad— que la señorita Belle viene de la rama familiar Bretón. No solo somos grandes amigos comerciales, sino que, personalmente, ambas familias tienen una relación basada en la familia y la unidad. —Una sonrisa casi imperceptible jugó en sus labios.
—Y me agrada tenerla aquí.
La frase sonó como algo mucho más personal que un mero dato corporativo. "Hermosa Belle", que escuchaba atónita, sintió cómo un rubor intenso le quemaba las mejillas, transformándolas en un tomate. Todos en la sala sabían de la buena relación entre las familias, pero que Diego lo destacara con tanta calidez y convicción... eso era algo completamente distinto. Era un mensaje cifrado, y todos lo habían descifrado.
Ella trataba de disimular el vuelco de su corazón. Obviamente, las cosas no estaban saliendo como había planeado; en realidad, todo estaba sucediendo justo al revés. Cuando le llegó el turno, Belle se puso de pie con una elegancia que esperaba fuera calmada.
—Quiero agradecer mucho la bienvenida —dijo, con una sonrisa que le temblaba ligeramente en las comisuras.
—Realmente estoy feliz de estar aquí y daré mi mejor esfuerzo para que todo salga bien.
Obviamente, Kendall no podía quedarse atrás. Sin siquiera levantarse, desde su silla y con los brazos cruzados, soltó con una voz cargada de veneno:
—Esperamos que las cosas salgan bien y que sepamos trabajar en equipo. Porque cuando el equipo se rompe, o las personas no colaboran, nada sale bien.
Sin embargo, Belle solo le lanzó una mirada de reojo, tan rápida y filosa como un dardo, y mantuvo su sonrisa intacta.
—Gracias por todo. Estoy segura de que me acoplaré al equipo sin problemas —respondió con dulzura letal antes de tomar asiento.
La reunión terminó, y justo cuando Belle comenzaba a respirar aliviada, Jaime se acercó a su escritorio.
—Señorita Belle, el director Breton quiere hablar con usted en su oficina —anunció en un tono neutro.
Belle se puso rígida como una tabla. ¿Hablar con Diego? ¿A solas? La pregunta resonó en su mente como un eco aterrador. ¿De qué? ¿Por qué? ¿Cómo diablos había pasado esto?
Belle se quedó paralizada en el umbral de la puerta, mirando a Jaime como una tonta. Él la observaba con una sonrisa amable, pero al ver que no se movía, insistió:
—Señorita Belle, pase por favor.
Sin embargo, Belle parecía incapaz de procesar la orden. Sus pies estaban literalmente clavados al suelo. Jaime, desconcertado, repitió con un poco más de impaciencia:
—Señorita Belle, ¡pase por favor!
Pero ella seguía ahí, petrificada, con la mirada perdida en el marco de la puerta, como si fuera la entrada a una guarida de leones.
Fue entonces cuando Jaime hizo algo que jamás se habría imaginado haciendo: le dio un suave, pero firme empujón en la espalda.
El contacto fue suficiente para desbloquear su inercia. Belle dio un paso involuntario hacia adelante, y una vez que empezó, sus pequeños y torpes pasos avanzaron sin que pudiera detenerse, como una muñeca de cuerda.
Y ahí estaba él. Diego. Guapo, como siempre, un espectáculo de hombre con su traje impecable y su postura seria y fría. Pero ya no era su Yeyo. Ya no era el amor de su vida que la cargaba en sus hombros. Al menos, eso era lo que su orgullo y su dolor le decían a gritos en ese momento.
—Presidente Breton —dijo ella con educación, esforzándose por qué su voz sonará lo más gélida y profesional posible.
Sin embargo, la cara de Diego se contrajo en un ceño fruncido al escuchar el título formal. Si así quería jugar, él también sabría hacerlo. Carraspeó un par de veces, adoptando una pose igual de distante.
—Señorita Ferrer, parece que vamos a tener que reunirnos con frecuencia. Este nuevo proyecto está directamente bajo mi supervisión, y quiero asegurarme de que todo salga a la perfección.
Belle asintió, manteniendo su máscara de hielo.
—Tiene toda la razón, presidente Breton. Todo se hará según lo planificado y dentro de los plazos establecidos —respondió con una frialdad que pretendía ser imperturbable.
—Me parece bien —concluyó Diego, con la misma sequedad.
Belle se dio la vuelta, decidida a salir de allí con la dignidad de una reina. Pero el universo, o sus propios nervios, tenían otros planes. Antes de llegar a la puerta, su tacón se enredó en la propia alfombra, dando un tropezón que la lanzó directamente hacia el marco de la puerta.
Diego se levantó de su sillón como un resorte, el instinto de protegerla más fuerte que cualquier rencor, pero ella se recuperó con una agilidad desesperada y salió disparada del despacho antes de que él pudiera siquiera dar un paso.
Una vez fuera, se apoyó contra la pared fría, con el corazón martilleándole el pecho. Diego, por su parte, se dejó caer de nuevo en su sillón, frotándose las sienes con exasperación. Un suspiro profundo y cansado le escapó del pecho.
—¿Cómo es que hemos llegado a esto? —murmuró para sí mismo, en la soledad de su oficina, la pregunta, flotando en el aire, sin respuesta.