Shania San Román está pasando por un momento difícil. Aunque es una mujer casada, parece soltera y su suegra es mas como una madre. Sin embargo ella no puede darse el lujo de querer a nadie, todos solo la aprecian por su fortuna, por su patrimonio o ¿NO?.
Ese marido inútil servirá para algo o ya no tiene remedio.
NovelToon tiene autorización de Adriánex Avila para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Cap. 19 Abrázame, tonto. Abrázame.
Todos los presentes, incluidos los otros ejecutivos y los inversores, se quedaron paralizados. Camilo sintió que el corazón se le detenía y luego aceleraba de golpe.
Shania no titubeó. Corrió directamente hacia la cabecera de la mesa, hacia él, ignorando por completo a la boquiabierta Valeria.
—¡Camilo! —exclamó, con una voz que era pura alegría y posesividad.
Antes de que él pudiera reaccionar, se lanzó a sus brazos, enroscando los suyos alrededor de su cuello y colgándose de él como una enredadera.
Camilo se quedó absolutamente paralizado. La sorpresa, el impacto de su calor, el aroma a vainilla y azúcar que siempre la rodeaba… Lo dejaron sin aliento. Se puso de pie instintivamente para sostenerla, pero sus brazos colgaban a los lados, demasiado shockeado para moverse.
Shania, sintiendo su rigidez, se acercó a su oído y susurró con urgencia y un dejo de exasperación cariñosa.
—Abrázame, tonto. Abrázame.
La orden fue el interruptor que Camilo necesitaba. Sus brazos, como actuando por instinto propio, se cerraron alrededor de su cintura, apretándola contra su pecho con una fuerza que casi la levanta del suelo. La fundió en un abrazo tan intenso y genuino que hizo que el aire se le cortara a más de uno en la sala. Él enterró la nariz en su cabello, todavía aturdido, pero una sonrisa de incredulidad y puro éxtasis comenzó a dibujarse en su rostro.
Shania, satisfecha, se giró ligeramente en sus brazos, sin soltarlo, para enfrentar a la sala. Su mirada se posó en Valeria, cuya boca estaba abierta en una perfecta “O” de shock e indignación.
—¡Ay, perdónenme por interrumpir! —dijo Shania, con una voz dulce que no ocultaba su triunfo.
—Es que tenía que darle una noticia urgente a mi esposo. ¡Ya es oficial! Sugar Heaven ahora es mía. Bueno, nuestra —agregó, acariciando la solapa de la chaqueta de Camilo.
—Un pequeño regalo para ti, cariño, por aguantar a tantas aburridas.
La indirecta fue tan sutil como un martillazo. Valeria palideció. No solo era hermosa y joven. Era despiadadamente inteligente, podía comprar empresas por capricho y, lo que era peor, tenía a Camilo Núñez del Prado mirándola como si fuera el centro de su universo, abrazándola como si no fuera a soltarla nunca.
Camilo, por su parte, finalmente encontró la voz.
—¿La compraste? —preguntó, atónito, mirándola a los ojos como si fuera la octava maravilla del mundo.
—Claro —respondió ella, como si fuera lo más normal.
—Alguien tenía que hacerlo. Y mientras lo hacía, también puse en su lugar a esa… —hizo una pausa dramática, mirando a Valeria.
—Empresa que intenta estafarte con sus frutas modificadas. Janet tiene los datos. Son un desastre.
La reunión había terminado. Valeria recogió sus cosas con dedos temblorosos, la cara colorada de humillación. Los otros ejecutivos disimulaban sonrisas o tosían para ocultar la risa.
Camilo no veía a nadie más. Solo a Shania.
—Eres… increíble —murmuró, solo para ella.
—Lo sé —sonrió ella, orgullosa.
—Ahora, ¿me invitas a cenar, esposo? Creo que me he ganado un festín.
Y Camilo, sin soltarla del todo, con un brazo todavía firmemente alrededor de su cintura, asintió.
—Lo que tú quieras. Todo lo que quieras.
Esa noche, el “huracán rosa” no había arrasado con una empresa rival, sino que había reclamado, ante todos y sin lugar a dudas, el corazón de su marido.
Salir de la sala de juntas fue como cruzar un umbral entre dos realidades. En una, Camilo era el CEO imperturbable, el hombre de hierro que comandaba un imperio. En la otra, era solo un hombre con el corazón latiéndole a mil por hora, embriagado por la presencia de la mujer que acababa de dinamitar su mundo controlado y lo había hecho sentir más vivo que nunca.
Caminaron unos pasos por el pasillo alfombrado, la adrenalina aun vibrando en el aire. Y entonces, Shania se detuvo en seco.
Camilo se detuvo junto a ella, confundido. ¿Había olvidado algo? ¿Iba a regresar a rematar a Valeria con otra frase letal?
Pero no. Shania se volvió hacia él, y con un movimiento deliberadamente exagerado, extendió su mano hacia él, la palma hacia arriba, y la sacudió varias veces con impaciencia, como si estuviera llamando a un cachorro distraído.
—¿Qué…? —Camilo miró la mano pequeña y perfecta, luego miró el rostro de Shania, que ponía unos ojos como platos, como si lo que pedía fuera lo más obvio del mundo. Su cerebro, usualmente agudo como una navaja, se negaba a procesar la sencilla demanda.
Ella rodó los ojos con una exasperación teatral, pero una sonrisa juguetona asomaba en sus labios. Este hombre, tan brillante y tan tonto a la vez, debió pensar. Volvió a agitar la manito, más enfáticamente esta vez, un gesto que era a la vez una orden y una súplica.
Finalmente, un destello de comprensión iluminó los ojos grises de Camilo. ¡Ah! Eso. La timidez, la incredulidad y un torpe afecto lucharon dentro de él por un microsegundo. Extendió su propia mano, grande y segura, y con una ternura que lo sorprendió a sí mismo, tomó la de ella.
Fue como conectar un circuito.
En el instante en que sus palmas se encontraron, los dedos de Shania se entrelazaron instantáneamente con los de él, ajustándose en un encaje perfecto, como si siempre hubieran estado destinados a estar así. Ella apretó su mano con fuerza, una presión que decía “Mío”, y luego miró hacia adelante, satisfecha.
—Ahora sí, vámonos, esposo —dijo, sonriente, tirando de él suavemente para que caminaran juntos, mano con mano, por el pasillo.
Y Camilo la siguió. La siguió ciegamente.
Fue en ese momento, con el calor de su mano pequeña y enérgica, fundida con la suya, que la verdad lo golpeó con la fuerza de un tren de carga. No era solo atracción. No era solo lujuria o el desafío de domesticar a un huracán.
Estaba perdidamente, irrevocablemente, locamente enamorado de ella.
La mujer que había irrumpido en su vida como un tornado de colores y contratos absurdos. La niña de 21 años que horneaba croissants perfectos y destruía imperios familiares antes del almuerzo. La esposa que había firmado por conveniencia y se había convertido, sin que él lo notara siquiera, en el centro absoluto de su universo.
Jamás, en sus tres años de matrimonio de farsa, se lo hubiera imaginado. Jamás pensó que la “fastidiosa mocosa” que tanto le exasperaba sería la dueña de cada uno de sus pensamientos, la razón de sus sonrisas tontas y la dueña de su mano, que ahora sostenía como si fuera el ancla que lo mantenía conectado a la tierra.
Caminaron así, en un silencio elocuente, hacia el ascensor. Los empleados que los veían pasar disimulaban sus sonrisas. El gran Camilo Núñez del Prado, el temido CEO, caminando de la mano de su esposa, con una expresión de asombro y devoción absoluta pintada en el rostro.
Era un hecho. El huracán rosa no solo había conquistado su empresa y su casa. Había conquistado su corazón. Y a Camilo no le importaba en lo más mínimo.