En un reino deslumbrante, la princesa Ailén se encuentra atrapada entre el deber y el deseo. Casada con Elian, el príncipe de un corazón frío, descubre la traición en su matrimonio mientras su corazón se inclina hacia Kael, un hombre sin títulos pero de fervor inigualable. En un palacio lleno de intrigas y secretos, Ailén debe elegir entre mantener la estabilidad del reino y seguir el anhelo que desafía todas las normas.
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Capitulo 14
El peso de su desprecio era casi insoportable, pero no había nada que pudiera hacer para aliviarlo. Mi incapacidad para darle un hijo era un recordatorio constante de mi fracaso, y con cada nuevo heredero en la familia, esa herida se hacía más profunda. No solo había perdido su amor, sino que también había perdido la esperanza de encontrar una manera de restaurar lo que habíamos tenido.
Mientras me retiraba a mis aposentos, me pregunté cuánto tiempo más podría soportar esta vida, atrapada entre mis deberes como princesa y los deseos de mi corazón. Y en ese momento, supe que algo dentro de mí estaba cambiando, que la mujer que una vez había aceptado su destino estaba comenzando a cuestionarlo, a preguntarse si había un camino diferente, uno que no estuviera marcado por el deber, sino por el deseo de encontrar mi propia felicidad.
La brisa matutina acariciaba suavemente mi rostro mientras observaba a Edén juguetear con su muñeca cerca de la ventana. El día prometía ser fresco y soleado, perfecto para un paseo fuera del palacio. Necesitaba un respiro, alejarme de las murallas que se sentían cada vez más opresivas, y Edén, con su inocente alegría, era la mejor compañía que podía pedir.
"Edén," llamé suavemente, y ella alzó su mirada dorada hacia mí, sus ojos brillando con entusiasmo. "¿Te gustaría acompañarme a la ciudad hoy?"
Sus ojos se agrandaron, llenos de emoción. “¿Podremos ver los puestos y la gente, mamá?”
Sonreí ante su entusiasmo. “Sí, veremos todo lo que quieras.” Aunque sabía que sería difícil escapar de la escolta que me asignarían, el deseo de pasar un tiempo a solas con Edén era más fuerte que cualquier protocolo.
Después de arreglarnos, nos dirigimos a la entrada del palacio, donde los caballeros ya nos esperaban. Les indiqué que mantuvieran su distancia, que solo nos siguieran desde lejos. Quería disfrutar de la ciudad sin la constante sombra de la guardia.
El bullicio de la ciudad era una sinfonía de sonidos y colores. Los mercaderes pregonaban sus productos, los niños corrían de un lado a otro, y los olores a pan recién horneado y especias llenaban el aire. Edén se maravillaba con todo lo que veía, y su alegría era contagiosa.
Caminar por las calles de la ciudad era como entrar en un mundo completamente diferente. Las tiendas, los puestos de mercado, las risas y las conversaciones de los ciudadanos llenaban el aire. Eden se mantenía cerca de mí, mirando todo con ojos llenos de asombro. La tomé de la mano y comenzamos a caminar, mezclándonos con la multitud.
Pronto, me di cuenta de que nos habíamos alejado de los caballeros que nos seguían. Una parte de mí se alarmó, pero otra, más fuerte, se sintió liberada. No quería volver al palacio, no todavía. Quería disfrutar de este pequeño momento de libertad, de sentirme como cualquier otra persona en la ciudad, sin las cadenas de mi posición.
Nos adentramos en callejones y caminos estrechos, alejándonos cada vez más del centro. Eden comenzó a cansarse, y yo la levanté en mis brazos, abrazándola con fuerza. La sensación de su pequeño cuerpo acurrucado contra el mío me llenaba de una calidez que no había sentido en mucho tiempo. En ese momento, Eden no era solo la niña que cuidaba; era mi hija, la hija que nunca pude tener, y que, en lo más profundo de mi corazón, deseaba proteger de todo mal.
El tiempo pasó sin que me diera cuenta, y cuando finalmente me detuve para tomar aliento, me di cuenta de que estábamos completamente perdidas. Las calles que nos rodeaban eran desconocidas, y el bullicio de la ciudad había disminuido, reemplazado por el susurro del viento y el crujido de la madera de las viejas casas. Eden se había quedado dormida en mis brazos, su respiración tranquila era lo único que me mantenía en calma.
Mis pies comenzaban a doler, y sentía el frío a través de mi vestido. Estaba oscureciendo, y no teníamos idea de cómo volver. Comencé a sentir una punzada de miedo, pero la rechacé. Tenía que mantenerme fuerte, por Eden. Tenía que encontrar una manera de salir de este lugar desconocido.
Mientras me debatía entre seguir adelante o buscar ayuda, una pareja apareció en la esquina del callejón. Era un hombre y una mujer, ambos rondando los cuarenta años. Sus ropas eran sencillas, pero limpias, y había una calidez en sus ojos que me dio una pequeña chispa de esperanza.
“¿Está usted perdida, mi señora?” preguntó el hombre, con una voz suave pero firme. “¿Podemos ayudarla?”
Mi primer instinto fue negarme, como siempre había hecho. Pero al mirar a Eden, que aún dormía plácidamente en mis brazos, supe que no podía rechazar su ayuda. No era solo por mí; era por ella.
“Sí,” respondí finalmente, mi voz temblando un poco por el cansancio. “Nos hemos perdido… y mi hija… está cansada.”
El hombre intercambió una mirada con la mujer, quien asintió y se acercó a mí con cuidado, como si temiera asustarme. “No se preocupe, señora,” dijo con una sonrisa amable. “Podemos llevarlas a nuestra casa. Está cerca, y podrán descansar y comer algo.”
A pesar de mis reservas, algo en su mirada me convenció. Asentí, y juntos caminamos hacia su hogar. A medida que avanzábamos, comencé a relajarme un poco, sintiendo que, por ahora, estaba haciendo lo correcto.
Finalmente, llegamos a una pequeña casa al final de una calle estrecha. El hogar era modesto pero acogedor, con una luz cálida que se derramaba por las ventanas. La mujer me guió adentro, y el hombre cerró la puerta tras nosotros, protegiéndonos del frío que se intensificaba.
Me senté en una silla junto al fuego, abrazando a Eden contra mí mientras la mujer traía mantas y comida. Me negué a comer al principio, pero después de un tiempo, el hambre pudo más y acepté el pan y el caldo que me ofrecieron. Eden despertó brevemente, lo suficiente para comer un poco, antes de volver a dormirse en mis brazos.
La pareja, Mara y Tomás, se presentó con humildad, mostrándose preocupados por nuestro bienestar. Mara, con sus ojos llenos de bondad, insistió en que me quedara el tiempo que necesitara, mientras Tomás preparaba la habitación para nosotras.
Justo cuando comenzaba a sentir que todo estaría bien, escuché pasos firmes afuera. El sonido era inconfundible: alguien se acercaba rápidamente. Me levanté, abrazando a Eden instintivamente, pero antes de que pudiera decir algo, la puerta se abrió de golpe.
y que Elián se arrepienta de averla tratado mal.
y como en toda novela todo puede pasar,espero que ella tenga unos hijos hermosos.
y Elián sea que no puede dar hijos.