Un repentino divorcio deja a Genoveva con el corazón destrozado y con la responsabilidad de la crianza de sus ocho hijos, que tienen entre 2 y 9 años de edad.
La vida la pondrá de rodillas, pero ella hará hasta lo imposible, para sacar a sus hijos adelante. Aunque no se sienta del todo orgullosa de sus acciones.
¿Podrá seguir adelante con su vida? ¿Volverá a creer en el amor?
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CAPÍTULO 13
Genoveva sirvió la cena, pero en esta oportunidad primero les sirvió a los niños, después ella y de último al “invitado”.
Santiago sonrió por este acto de rebeldía. Genoveva sutilmente le hacía ver que había perdido los beneficios del patriarca de la familia, pero en este momento, a Santiago, eso era lo menos que le importaba. Era una bendición para él disfrutar de este pollo guisado con vegetales, un arroz perfectamente cocido en su punto y un plátano dulce horneado, acompañado por una ensalada rusa y un batido de frutas.
Santiago comía muy despacio, mientras escuchaba a los niños contarle las aventuras de su paseo de hoy. Él deseaba que el tiempo se paralizara, todos reían y hablaban a la vez.
Genoveva no podía evitar que su corazón latiera con mucha intensidad, ella no estaba comiendo, sentía que tenía su corazón en la garganta. Este tonto no dejaba de emocionarse con la actual escena. Ella de vez en cuando miraba a Santiago y él a ella, pero cuando sus miradas coincidían, ella bajaba la cabeza.
La cena terminó entre risas y Santiago se ofreció a lavar los platos. Esto era una costumbre, él siempre se encargaba de ayudarla mientras ella subía, ayudar a los pequeños a cepillarse los dientes antes de ver alguna película, mientras hacían la digestión, para después acostarse a dormir.
Los pequeños bajaron con sus pijamas y se acostaron frente al televisor. Hace años que Santiago había mandado a instalar una inmensa colcha permanente en ese lugar, para disfrutar del televisor todos juntos. Pero en esta oportunidad él metió todo en el lavavajillas y lo encendió para que funcionara mientras él limpió la mesa y ordeno las sillas.
Genoveva se negaba a acercarse a él, pero quería que se marchara y no quería que él se tardara a propósito para quedarse solo con ella. Entonces dejó a Máximo a cargo de los más pequeños y caminó hasta la cocina. Ella se cruzó de brazos y recostada de la nevera y lo miro detalladamente.
— Ya puedes marcharte, yo termino de ordenar. Ah, y por favor recuerda entregarme las llaves.
—No. Por favor Genoveva — le dijo Santiago en un tono de súplica
— Santiago te conozco muy bien y sé que la publicación de esa noticia no fue tu idea. Además, sé que ni siquiera estabas enterado. Claramente, se ve que tu prometida, lo hizo para lastimarnos. Lo cual se resume, en que no tienes control sobre las acciones de tu mujer y no quiero que, en un descuido tuyo, tome las llaves y entre aquí. Así que, por favor, entrégame mis llaves, no pienso negarte el acceso, siempre y cuando avises con tiempo.
Santiago se sintió avergonzado, él no creía a Camila capaz de lastimarlos, pero Genoveva tenía razón, no era justo que él los expusiera, así que, con todo el dolor de su alma, metió la mano en su bolsillo y se acercó a ella para entregarles las llaves, pero sin poder evitarlo la agarró y la besó a la fuerza.
Genoveva no se resistió, dejó que él profundizara el beso. Después bajó poco a poco la mano a la entrepierna de su ex y lo acarició por encima del pantalón.
Santiago emitió un pequeño gemido y Genoveva aprovechó para apretarle las joyas con todas sus fuerzas.
Santiago se separó de ella y se mordió los labios para no gritar.
— Jamás vuelvas a besarme. Ahora lárgate — le susurró ella al oído, pero él solo se sentó en el comedor para pasar un poco el dolor, mientras el sudor corría por su frente.
—Mami, ya vamos a dormir — dijo Máximo, llevando a Ricardo y a Alana de la mano hacia su habitación.
Genoveva solo se asomó y le dio las buenas noches. Cuando vio que todos habían entrado a sus habitaciones, se acercó nuevamente a Santiago y se cruzó de brazos y lo miraba con una mueca de burla en sus labios.
— ¿Ya puedes irte?, tengo sueño y mañana tengo que madrugar.
Santiago no podía hablar. Solo se levantó y caminaba muy lento, la fulminó con la mirada y salió hacia su auto.
Genoveva se acercó a cerrar la puerta y él se giró y le dijo:
— Te amo Genoveva y voy a recuperarte.
Genoveva se quedó petrificada, su estúpido corazón una vez más estaba alborotado, por esas palabras vacías. Ella caminó detrás de Santiago para abrir y cerrar el portón principal.
Después Genoveva apagó las luces y subió hasta las habitaciones de sus pequeños, ella comenzó a repartir besos y bendiciones, mientras los cubría con sus sabanas y cerraba cada puerta. Después de llegar casi corriendo a su habitación, ella se arrojó en la cama a llorar.
No entendía, porque este idiota le había dicho eso. Pero ella tenía una sola explicación, él quería tenerla de amante y de cocinera. Por eso se prohibió a sí misma volver a llorar y se quedó dormida
Los días siguientes transcurrieron igual. La niñera llegaba a ayudarla y ella atendía a sus pequeños todo el día. Pero un día después de dejar a los seis más grandes en la escuela, fue con la niñera y los dos pequeños al Centro comercial.
Genoveva quería un nuevo guardarropa, ya no se vestiría como una mujer de cincuenta años, llegó a una tienda exclusiva y decidió comprarse una buena cartera, ella nunca quería gastar en estas cosas por ahorrar para el futuro de sus hijos, pero se merecía ese gusto. Además, quería cobrarle ese beso robado a su ex.
Ella entró con el pequeño Ricardo en brazos y la niñera tenía a Alana tomada de la mano
— Buenas tardes, señora, pase adelante.
— Gracias. Quiero esa cartera, por favor — le dijo Genoveva a la vendedora.
— Es la única que queda, viene en juego con el cinturón y zapatos.
— Mejor aún, — dijo Genoveva. Le indicó su talla a la vendedora y se quedó sentada esperando. Cuando ve a una mujer embarazada entrar y sentarse a su lado. La mujer se veía ansiosa y nerviosa.
Otra vendedora se acercó a la mujer y la chica pidió exactamente el juego de la cartera que había pedido Genoveva.
Ella sabía que solo quedaba una, pero era trabajo de la vendedora informarlo a la cliente, por lo tanto, ella ignoró la situación y le acarició la mejilla a alana que comenzaba a inquietarse, por la espera
Entonces Genoveva se levantó buscando a la vendedora con la vista y ubicó que la chica venía con los zapatos en la mano.
Ella le sonrió a la chica, pero la embarazada la interceptó a la chica y le arrebató los zapatos de la mano
— ¿Qué le pasa, Señora? Por favor estos zapatos son para la señora —Trató de explicarle la vendedora a la odiosa mujer
— No yo vine por ellos, además son de mi talla. Toma mi tarjeta, puedes cobrarlos — dijo la mujer embarazada. Extendiendo una tarjeta dorada.