Estirpe Del Corazón
El sol se filtra a través de las pesadas cortinas de terciopelo dorado que adornan mis ventanas, trayendo consigo un rayo de luz que me despierta suavemente. Abro los ojos, sintiendo el calor del sol en mi rostro, y me encuentro rodeada de una opulencia que ya no me resulta tan reconfortante como solía ser. Mi habitación, con sus paredes tapizadas en seda azul y dorada, está repleta de lujosos muebles: un grandioso dosel con cortinas de encaje, una alfombra persa de tonos cálidos y una serie de espejos dorados que reflejan la luz del sol. Cada rincón está cuidadosamente decorado, desde las delicadas flores frescas en la mesa de tocador hasta los cuadros de paisajes idílicos colgados en las paredes.
Al abrir los ojos, escucho los suaves pasos de Elara acercándose. Ella es mi doncella y confidente, una mujer de estatura media con una melena de cabello castaño que cae en ondas suaves hasta su espalda. Sus ojos verdes son cálidos y atentos, siempre llenos de una paciencia infinita mientras me asiste en cada detalle de mi vida diaria. Elara lleva un vestido simple pero elegante, de un tono verde esmeralda que realza su belleza natural.
—Buenos días, Princesa Ailén —dice con una sonrisa—. ¿Cómo se ha sentido esta mañana?
—Como siempre, Elara —respondo, frotándome los ojos mientras me incorporo en la cama—. Bienvenida.
Eden, la pequeña huérfana que tengo bajo mi cuidado, entra a la habitación tras Elara. A sus cinco años, su presencia es una fuente de alegría inesperada. Eden tiene el cabello rubio y rizado, que parece brillar con la luz del sol, y sus ojos azules reflejan una curiosidad inocente que me hace sonreír. Aunque no puedo adoptarla debido a mi posición, la cuido con todo el amor que tengo. Le proporciono ropa hermosa, la mantengo bien alimentada y sueño con un futuro en el que pueda estudiar y tener una vida mejor.
—¿Cómo está nuestra pequeña hoy? —pregunto mientras me acerco a ella y le acaricio la cabeza—.
—Está lista para acompañarle al baño, mi señora —responde Elara, mientras toma la mano de Eden, que está sonriendo ampliamente.
El baño, a diferencia de mi habitación, es un santuario de mármol blanco y oro. La bañera, de un tamaño imponente y adornada con intrincados detalles dorados, se encuentra en el centro, rodeada por columnas que parecen elevarse hacia el cielo. El agua, calentada por un sistema de tuberías, burbujea suavemente, invitándome a sumergirme en su cálido abrazo. Los candelabros de cristal iluminan el espacio, y los aromáticos aceites y sales de baño están cuidadosamente dispuestos en estantes de mármol.
Me tomo unos momentos para reflexionar mientras Elara ayuda a Eden a prepararse para el baño. En el pasado, el palacio y su lujo eran una fuente de felicidad y confort. Sin embargo, ahora me siento atrapada en un matrimonio vacío. Cuando me casé con Elian, lo hice con la esperanza de construir una vida llena de amor y compañerismo. Tenía apenas 17 años, y él tenía 19, un matrimonio que comenzó con promesas y sueños de un futuro radiante. Pero, con el tiempo, la ilusión se desvaneció, y el amor se transformó en rutina y distancia.
Elian se convirtió en el segundo príncipe, y nuestro matrimonio, una vez tan lleno de promesas, comenzó a desmoronarse lentamente. La felicidad que una vez compartimos se desvaneció con el tiempo, dejando solo una sombra de lo que fue. A medida que la distancia creció, me encontré más aislada, atrapada en un mundo de lujos que ya no me proporcionaban consuelo.
Mientras me sumerjo en el baño, siento una mezcla de resignación y anhelo. Mi vida está llena de riqueza y confort, pero me falta algo fundamental: la conexión y el amor genuino. La presencia de Eden y el apoyo de Elara son un bálsamo para mi alma, pero la tristeza persiste, y el vacío en mi corazón es innegable.
Hoy es otro día en el palacio, y mientras me preparo para enfrentar lo que venga, no puedo evitar preguntarme si algún día volveré a encontrar la felicidad que una vez creí que tenía.
Mientras me sumerjo en el baño, mis pensamientos se ven interrumpidos por la llegada de las sirvientas. Se trata de damas de compañía y sirvientas especialmente entrenadas, cuya tarea es asegurarme el máximo confort y cuidado. Las aguas del baño burbujean suavemente, y la calidez del mármol de la bañera, con sus incrustaciones de metal dorado, me envuelve en una sensación de relajación.
Las sirvientas me rodean con una precisión casi ritual. Con movimientos gráciles, me ayudan a entrar en la bañera y a salir de ella, frotando mi piel con esponjas suaves y paños de lino que desprenden un aroma a rosas y lavanda. El cuarto del baño está decorado con una elegancia exquisita. Cortinas de seda en tonos claros se deslizan suavemente a lo largo de las ventanas, dejando pasar la luz de la mañana filtrada en tonos dorados. Los suelos están cubiertos con alfombras de terciopelo que parecen absorber cada paso con una suavidad lujosa. Las paredes están adornadas con tapices sutiles y pinturas delicadas, y los candelabros de cristal emiten una luz suave que ilumina el ambiente de manera acogedora.
Las fragancias de jazmín y lavanda flotan en el aire, complementando el ambiente sereno y refinado. Mientras me relajo en el agua, una de las asistentes comienza a exfoliar mi piel con un suave paño, utilizando productos especiales que dejan una sensación de frescura y limpieza. La otra dama se encarga de mi cabello, lavándolo y acondicionándolo con aceites esenciales que lo dejan sedoso y brillante.
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