Cleoh era solo un nombre perdido en una línea secundaria de una novela que creyó haber olvidado. Un personaje sin voz, adoptado por una familia noble como sustituto de una hija muerta.
Pero cuando despierta en el cuerpo de ese mismo Cleoh, dentro del mundo ficticio que alguna vez leyó, comprende que ya no es un lector… sino una pieza más en una historia que no le pertenece.
Sin embargo, todo cambia el día que conoce a Yoneil Vester: el distante y elegante tercer candidato al trono imperial, que renunció a la sucesión por razones que nadie comprende.
Yoneil no busca poder.
Cleoh no busca protagonismo.
Pero en medio de intrigas cortesanas, memorias borrosas y secretos escritos en tinta invisible, ambos se encontrarán el uno en el otro.
¿Y si el destino no estaba escrito en las páginas del libro… sino en los espacios en blanco?
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CAPÍTULO 13
El viento golpeaba contra los ventanales, arrastrando copos de nieve que se deshacían al tocar el cristal.
La duquesa estaba sentada en su sillón habitual, revisando una carta sellada con el emblema real.
El duque entró sin hacer ruido —como siempre— su sola presencia oscureciendo el aire alrededor.
No se miraron de inmediato.
No era una frialdad; era costumbre.
Dos personas que sabían esperar.
—Llegó la confirmación —dijo él, dejando sus guantes sobre la mesa—. Eloy partirá de la Capital Norte dentro de tres semanas. Si no hay retrasos, estará aquí a finales de mes.
La duquesa asintió lentamente, sin emoción innecesaria.
—Llegará a tiempo.
El duque tomó asiento frente a ella.
—La coronación de Ashton será en primavera. El consejo imperial lo ha decidido. No habrá cambios.
—Entonces debemos anunciar la sucesión del ducado antes de eso.
El duque sostuvo su mirada.
—Eloy será nombrado oficialmente heredero en la ceremonia de invierno. Los vasallos ya han sido informados. No habrá objeciones.
La duquesa respiró, breve.
—Será un buen duque.
—Lo será —dijo él, con certeza simple.
Hubo un instante de silencio.
No pesado.
Solo práctico.
—¿Está todo listo para su regreso? —preguntó él.
—Las habitaciones se están preparado. El capitán de la guardia ya organizó la escolta. No habrá incidentes en la ruta.
—Entonces... solo queda esperar.
—Sí.
La duquesa dejó la carta a un lado, pero no cambió su postura serena. El duque observó el fuego unos instantes antes de retomar la conversación.
—Con el regreso de Eloy, la situación cambia —dijo sin rodeos.
La duquesa no respondió de inmediato. Sus dedos se deslizaron por el borde de su taza, marcando un ritmo lento, medido.
—Lo sé —murmuró finalmente—. Se esperaba, tarde o temprano.
El duque asintió.
—Y ya que él asumirá su lugar, la responsabilidad debe transferirse.
La duquesa cerró los ojos un instante, aunque su expresión permaneció impecable.
—¿Estás seguro de que no pueden hacer una excepción?
—No —respondió él—. No esta vez. Ya ha sido discutido en el Consejo. No podemos presentar una objeción sin consecuencias.
Un silencio suave, pero tenso, se extendió entre ambos.
—Entonces será Cleoh —dijo la duquesa, con calma más firme de lo que se sentía.
—Sí —confirmó el duque.
La duquesa entrelazó las manos sobre su regazo y guardó silencio.
No había súplica, ni protesta. Solo aceptación de algo que llevaba años escrito, incluso antes de que Cleoh entrara a esa casa.
La conversación se extinguió como una vela que se deja consumirse sola.
...************...
El día siguiente amaneció con un aire distinto.
No era algo tangible, pero se sentía en cada rincón del ducado: un murmullo sutil bajo las palabras, pasos más apresurados, miradas demasiado atentas. El invierno seguía reposando sobre los jardines, pero dentro de la casa había movimiento.
Cleoh salía de su habitación, abrigado con una capa ligera, cuando escuchó las primeras voces.
Los sirvientes cruzaban los pasillos con manteles recién planchados, candelabros pulidos y arreglos florales que llegaban aún cubiertos de escarcha. Se oían voces bajas, contenidas, pero cargadas de expectación.
—Rápido, coloca los tapices nuevos en el corredor norte —susurraba una doncella, inclinándose para evitar ser escuchada—. La duquesa dijo que todo debe estar impecable.
—¿Y la vajilla? —respondió otra—La de oro, no la plateada, el joven maestro Eloy vuelve después de cinco años… no podemos recibirlo como si fuera un invitado cualquiera.
Cleoh siguió caminando, no lo bastante lento como para que creyeran que escuchaba, pero tampoco tan rápido como para no escuchar.
La noticia se esparcía como polvo de estrellas entre manos inquietas.
—Dicen que el joven maestro Eloy ya ha partido del frente —susurró una doncella mientras ajustaba los pliegues de una cortina.
—Después de cinco años… —respondió otra, con ojos brillantes—. Debe haberse convertido en alguien… impresionante, ¿no crees? El ejército lo llama “El León de la Llanura Norte”.
—No, no, El Rey del Campo de Batalla—añadió una tercera, casi en un murmullo reverente—. Yo escuché que empuña la espada como si fuera una extensión de su propio cuerpo…
El portador de agua, que pasaba junto a ellas, soltó una risa nerviosa.
—Solo espero que no sea tan aterrador como dicen. No quiero terminar temblando cada vez que lo vea caminar por el pasillo.
Un silencio breve, lleno de imaginación compartida.
—¿Te imaginas su presencia? —dijo la primera doncella—. Alto, fuerte, con esa mirada…
—Y un aura que hace que los demás bajen la cabeza —agregó otra.
Risas suaves, nerviosas y expectantes sonaron al unísono.
Las tres suspiraron al mismo tiempo, como muchachas que conocen la historia de un héroe antes que al hombre.
Cleoh giró en otro pasillo, no interrumpió, no saludó, no se detuvo.
Solo caminó.
Su paso era tranquilo, impecable como siempre, pero sus pensamientos se movían con más velocidad de la que mostraba su cuerpo.
El León de la Llanura Norte.
El Rey del Campo de Batalla.
Títulos que en la novela estaban escritos con dramatismo y orgullo… pero que ahora, al escucharlos en voces humanas, sonaban más reales. Más pesados.
—Dicen que puede partir una lanza con una sola mano…
—Y que despertó la llama dorada antes incluso de cumplir la mayoría de edad.
—¿Crees que será el próximo Duque?
—Claro que sí. ¿Quién más podría serlo?
Un silencio breve. Luego, más bajo, casi cuidadoso:
—¿Y qué será entonces del joven maestro Cleoh?
Los sirvientes se detuvieron apenas al notar su presencia y lo saludaron con perfecta cortesía.
Sinembargo Cleoh simplemente siguió caminando.
Las puertas del invernadero estaban abiertas, dejando filtrarse una luz pálida que acariciaba las hojas húmedas y los tallos erguidos de hierbas y flores. Cleoh se detuvo un instante, inhalando profundamente aquel aire frío, impregnado del aroma terroso y fresco de la vegetación.
No quedaba ya nada que hacer ni palabras que pronunciar; los acontecimientos fluían por sí mismos. Y por mucho que un miedo silente se aferrara a su pecho ante la incertidumbre que le esperaba, no le quedaba más remedio que aceptar la situación en la que, irremediablemente, se encontraba.