Estirpe Del Corazón

El silencio que siguió fue incómodo, casi palpable. No sabía qué esperar de ella, pero cada fibra de mi ser me decía que debía tener cuidado, que esta mujer no era lo que parecía. Mis pensamientos se interrumpieron cuando una de las sirvientas que solía atenderme se acercó apresuradamente, inclinándose con respeto antes de dirigirse a mí.

“Mi señora, he traído noticias de la llegada de la familia real. Han pedido su presencia en el salón del este para una reunión.”

Mi corazón dio un vuelco. La familia real. Mi relación con ellos siempre había sido distante, y el pensamiento de enfrentarme a Elian, o peor, al emperador, me llenaba de una tensión insoportable. Sin embargo, asentí con firmeza, disimulando cualquier rastro de duda.

Antes de retirarme, dirigí una última mirada a Lyanna, quien me observaba con una expresión que no lograba descifrar. Algo en ella me perturbaba profundamente, y aunque no tenía pruebas, mi intuición me decía que debía mantenerme alerta. Con un leve gesto de despedida, me di la vuelta y me dirigí hacia el interior del palacio, donde las sombras de mi pasado y mi presente se entrelazaban en una maraña que amenazaba con atraparme.

Mientras caminaba por los largos pasillos, mis pensamientos se tornaron hacia lo que vendría. La familia real rara vez se reunía sin una razón importante, y la última vez que esto ocurrió, había sido para tratar un asunto de suma gravedad. ¿Qué podría estar ocurriendo esta vez? La incertidumbre era un peso que sentía en cada paso que daba.

Al llegar al salón del este, me preparé mentalmente para lo que fuera que me esperara detrás de esas puertas, sabiendo que mi vida, ya de por sí compleja, estaba a punto de volverse aún más intrincada.

El salón del este estaba sumido en un silencio casi palpable, roto solo por el crepitar de las llamas en la chimenea. La atmósfera estaba cargada de tensión, y cada uno de los presentes parecía ser consciente del motivo que los había reunido ahí. Mis ojos recorrieron la sala, observando a la familia real que, aunque unida por la sangre, parecía más dividida que nunca.

El emperador, con su imponente figura y cabello blanco como la nieve, ocupaba su lugar en el centro, irradiando una autoridad que no necesitaba ser declarada en palabras. A su derecha, el príncipe Alexander, el heredero al trono, se mantenía erguido, aunque la rigidez en sus hombros delataba su incomodidad. Su esposa, la princesa heredera, se sentaba a su lado, con una expresión serena que ocultaba una tormenta interior.

A mi izquierda, Elian, con su fría presencia, apenas me dedicó una mirada cuando entré. Su hermana, la primera princesa, Eloise, destacaba con su belleza oscura, con sus ojos rojos que parecían arder con una intensidad que siempre me había inquietado. Eloise se mantenía en silencio, pero había un brillo en su mirada, una especie de satisfacción que no me pasó desapercibida. Al otro lado de la sala, los demás príncipes y princesas, cada uno con sus propias preocupaciones y rencores, completaban un cuadro que exudaba enemistad y resentimiento.

La voz del emperador, profunda y resonante, rompió el silencio. “Estamos aquí hoy para celebrar la noticia que Eloise nos ha traído. Un nuevo heredero está en camino, un hijo del linaje real que asegurará la continuidad de nuestra dinastía.”

Las palabras cayeron como una losa sobre los presentes. Pude ver cómo los ojos de la princesa heredera se oscurecían, aunque su rostro permaneció inexpresivo. Elian, a mi lado, mantuvo su mirada fija en Eloise, pero yo podía sentir la tensión en su mandíbula apretada. La noticia de que su hermana estaba embarazada era un recordatorio doloroso de nuestras propias fallas, de mi incapacidad para darle un hijo, y del creciente abismo que se abría entre nosotros.

Eloise, notando el efecto de sus palabras, se permitió una sonrisa que apenas alcanzó sus labios. “Es un momento de gran alegría para nuestra familia. Un nuevo príncipe o princesa será pronto parte de este mundo, y será mi hijo quien lleve la antorcha de nuestra dinastía hacia el futuro.”

El silencio que siguió fue tan denso que parecía que el aire mismo se había congelado. Cada mirada en la sala estaba fija en Alexander y su esposa, quienes permanecían en un silencio digno, aunque la tensión era evidente. La princesa heredera había soportado ya suficientes reproches en privado, pero este anuncio público era una humillación que parecía haber sido calculada para lastimar.

“Es un gran honor, hermana,” dijo Alexander finalmente, aunque su voz carecía del entusiasmo que tal noticia debería provocar. “Pero espero que también recuerdes que todos compartimos la misma responsabilidad en mantener la fortaleza de nuestra familia.”

Eloise inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera concediendo un punto, aunque su sonrisa no desapareció. “Por supuesto, Alexander. Pero no puedo negar que este es un momento que trae esperanza, especialmente en tiempos tan inciertos.”

Elian, hasta ese momento en silencio, habló entonces, su voz fría como el hielo. “Sin embargo, no todos han tenido la misma fortuna, ¿verdad?” Sus palabras eran un dardo envenenado, dirigido no solo a su hermano y su esposa, sino también a mí. “No todos han sido bendecidos con la capacidad de asegurar un legado.”

La sala se sumió en un silencio aún más opresivo, y pude sentir todas las miradas sobre mí. Era una condena sin palabras, un reproche que me calaba hasta los huesos. Mis labios se movieron, pero ninguna palabra salió. Sabía que cualquier intento de defensa sería inútil, que cualquier cosa que dijera solo empeoraría la situación.

“Algunos de nosotros hemos sido más bendecidos que otros,” continuó Eloise, su voz acariciando las palabras con una crueldad sutil. “Pero todos debemos hacer lo que esté en nuestras manos para cumplir con nuestro deber, ¿no es así, querida cuñada?” Sus ojos oscuros se clavaron en mí, y sentí que mi respiración se detenía por un momento.

Asentí ligeramente, incapaz de encontrar mi voz. No había nada que pudiera decir en mi defensa, y lo sabían. Elian no se molestó en mirarme, y el príncipe Alexander simplemente desvió la vista, como si no pudiera soportar la tensión que se respiraba en la sala.

El emperador, que hasta ese momento había permanecido en silencio, finalmente habló, su voz cortando la tensión como un cuchillo. “Es suficiente.” Su tono no admitía discusión, y todos en la sala se callaron al instante. “Este no es un momento para rencores ni recriminaciones. Es un momento para celebrar y para recordar nuestra responsabilidad hacia el reino.”

Las palabras del emperador pusieron fin a la conversación, pero no al malestar que se respiraba en el aire. Cada uno de los presentes sabía que, aunque la reunión había terminado, las heridas que se habían abierto no sanarían fácilmente.

Mientras abandonaba el salón, sentía el peso de las miradas sobre mis hombros, y la amarga realidad de mi posición en la familia real se hacía cada vez más evidente. Elian no me dirigió una sola palabra mientras caminábamos hacia nuestros aposentos. Cuando llegamos a la puerta, se detuvo, y por un momento pensé que finalmente diría algo, pero simplemente se giró y se alejó sin una palabra, dejándome sola con mis pensamientos.