"El Misterio Del Bosque Encantado"

El aire en las ruinas de Erendor se volvía cada vez más pesado. A medida que Lucas, Mara y Torak avanzaban, las sombras se alargaban, aunque el día aún no había terminado. Las piedras antiguas que formaban la ciudad abandonada susurraban entre ellas, como si los secretos de los Antiguos quisieran revelarse pero no pudieran. Los tres caminaban con cautela, con los sentidos alerta, conscientes de que no estaban solos.

—Los guardianes ya nos han sentido —dijo Mara en voz baja, su mirada recorriendo las ruinas a su alrededor—. Pero aún no se muestran. Están esperando el momento oportuno.

Lucas asintió, aferrando con fuerza la empuñadura de su espada. Aunque no veía ningún peligro inmediato, sentía la misma energía extraña que había percibido al cruzar el portal por primera vez. Era como si algo más grande, más antiguo, estuviera observando desde las sombras, decidiendo cuándo atacar. Sabía que no podían permitirse perder tiempo; la llave estaba allí, en alguna parte, y sus enemigos podrían estar cerca.

—Debemos movernos rápido —dijo Torak con su habitual voz grave—. Si los guardianes se muestran, no tendremos mucho tiempo para escapar.

El grupo avanzó hacia lo que quedaba del corazón de la ciudad, donde se alzaba la torre más alta, la última estructura que resistía el paso del tiempo. Aunque las murallas de Erendor habían caído, la torre seguía en pie, desafiando la destrucción a su alrededor. Desde allí, según Elyon, podrían encontrar la llave, el artefacto que necesitaban para detener la oscuridad que amenazaba ambos mundos.

Lucas notó que la atmósfera cambiaba a medida que se acercaban a la torre. El aire era más frío, y las sombras parecían moverse por voluntad propia. Mara caminaba justo detrás de él, con su arco listo, mientras Torak cerraba la retaguardia, siempre atento al más mínimo ruido.

—La llave está dentro de esa torre —dijo Lucas, casi para sí mismo, aunque sus compañeros asintieron. Sabían que el tiempo apremiaba.

Llegaron a las puertas de la torre, que estaban parcialmente derrumbadas. En su mayoría eran escombros, pero una abertura lo suficientemente grande permitía que pudieran entrar sin demasiado esfuerzo. Torak apartó las piedras que bloqueaban la entrada, permitiendo que los tres cruzaran el umbral. Una vez dentro, el interior de la torre era oscuro y polvoriento. A Lucas le costaba creer que esta estructura había sido alguna vez el centro de una civilización poderosa. Ahora, era poco más que un esqueleto de piedra, desgastado por el tiempo y el abandono.

—Aquí es donde comienza la verdadera prueba —murmuró Mara, levantando la mirada hacia las escaleras que se enroscaban alrededor de las paredes de la torre—. Los Antiguos protegieron este lugar con más que simples guardianes. Se dice que dejaron trampas y enigmas para cualquiera que intentara reclamar la llave.

—¿Trampas? —repitió Lucas, sintiendo una punzada de preocupación.

—Exactamente —respondió ella—. Pero las trampas son para probar más que solo la fuerza. Son para probar la mente y el corazón de aquellos que intentan acceder al poder de los Antiguos.

Lucas miró hacia las escaleras. Sabía que no tenían otra opción. Si querían la llave, debían enfrentar las pruebas que los Antiguos habían dejado atrás. Tomando aire, asintió a sus compañeros y comenzó a subir las escaleras, con Mara y Torak siguiéndolo de cerca.

A medida que ascendían, la sensación de que algo los observaba se hacía más intensa. No era solo la presencia de los guardianes; era como si las mismas piedras estuvieran vivas, juzgándolos con cada paso que daban. Finalmente, llegaron a un rellano donde las escaleras se dividían en dos caminos diferentes. Frente a ellos, en la pared, había inscripciones grabadas en una lengua antigua que Lucas no podía entender.

—Este es uno de los enigmas —dijo Mara, acercándose a la inscripción—. Debemos elegir el camino correcto, o seremos atrapados para siempre en esta torre.

Torak frunció el ceño, mirando ambos caminos con desconfianza.

—¿Cómo elegimos? —preguntó Lucas, sintiendo la presión del momento.

—Debemos leer la inscripción —respondió Mara—. Los Antiguos dejaron pistas, pero solo aquellos con el corazón puro podrán interpretarlas correctamente.

Lucas observó la inscripción de cerca, aunque no entendía las palabras. Sin embargo, algo en su mente comenzó a despertar. Un susurro, como el eco de una voz distante, parecía guiarlo. Cerró los ojos por un momento, permitiendo que la voz en su interior lo guiara. Entonces, cuando abrió los ojos, señaló el camino de la derecha.

—Este es el correcto —dijo con seguridad.

Mara lo miró sorprendida, pero no lo cuestionó. Había algo en la voz de Lucas que la convenció, y Torak asintió en señal de acuerdo. Sin perder más tiempo, tomaron el camino de la derecha.

A medida que avanzaban, el ambiente se hacía más opresivo. Las sombras parecían más densas, y Lucas podía sentir el peso de la magia antigua en el aire. Finalmente, llegaron a una sala circular en lo alto de la torre. En el centro de la sala había un pedestal de piedra, y sobre él, un objeto brillaba con una luz suave: la llave.

Lucas sintió una oleada de alivio al verla. Era una llave antigua, forjada en un metal dorado que resplandecía bajo la luz tenue de la sala. Pero antes de que pudiera acercarse, algo cambió en la atmósfera. Las sombras en las paredes comenzaron a moverse, y de repente, se materializaron en figuras humanoides, altas y etéreas. Los guardianes de Erendor.

—No será tan fácil —dijo Torak, levantando su hacha.

Mara tensó su arco, y Lucas alzó su espada, sabiendo que no podían retroceder ahora. Los guardianes no eran criaturas físicas, pero su presencia era tangible, y sus intenciones eran claras: proteger la llave a toda costa.

Uno de los guardianes se abalanzó sobre Lucas, y él, con un movimiento rápido, alzó su espada para bloquearlo. La hoja de su espada vibró al chocar con la energía oscura del guardián, pero Lucas no retrocedió. Sabía que no podía derrotarlos con fuerza bruta, pero algo dentro de él le decía que había otra manera.

Recordando las palabras de Elyon, Lucas cerró los ojos por un momento y permitió que la energía de la espada lo guiara. No era solo un arma; era un conducto para algo más. Sintió un calor en su pecho, una conexión con el poder que fluía a través de la llave y la espada. Abrió los ojos y, con un solo movimiento, trazó un arco con su espada que cortó el aire. La luz que emanaba de la espada desintegró al guardián en un instante.

Mara y Torak, viendo lo que Lucas había hecho, siguieron su ejemplo. No luchaban contra los guardianes con fuerza, sino con estrategia. Se concentraban en el poder que les había sido otorgado, permitiendo que guiara sus movimientos.

Uno a uno, los guardianes cayeron. Finalmente, cuando todo quedó en silencio, Lucas se acercó al pedestal. Extendió la mano y tomó la llave, sintiendo su energía pulsante. Sabía que lo que venía a continuación sería aún más difícil, pero este era el primer paso para salvar no solo este mundo, sino también el suyo.

—Lo hemos logrado —dijo Mara, dejando escapar un suspiro de alivio.

—Por ahora —respondió Torak—. Pero la verdadera batalla aún no ha comenzado.

Lucas guardó la llave con cuidado, sabiendo que aún quedaba mucho por delante. Las montañas de Nymara ocultaban más secretos de los que habían imaginado, y su viaje apenas comenzaba.