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Burn Notice

Burn Notice

Status: En proceso
Genre:Terror / Romance / Pérdida de memoria / Salvando al mundo / Apocalipsis / Zombis
Popularitas:374
Nilai: 5
nombre de autor: B.E.M

En un mundo roto por criaturas sin alma, un chico despierta en un bosque, su mente vacía, con solo un cuaderno para anclar su existencia. Rescatado por Ana, una joven arquera, y su hermano León, se une a su peligrosa búsqueda de un refugio seguro en Silverpine.

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El Escape capitulo 12

Joel, Mark y Robb corren a toda prisa por un callejón estrecho hacia el muro que sella el centro del pueblo, sus respiraciones entrecortadas resonando en el silencio tenso. El garaje de los Cuervos queda atrás, y al girar una esquina, se topan con cuatro guardias subiendo una escalera hacia el muro. Los soldados, armados con rifles y machetes, se giran al oírlos, alertas, pero aún sin disparar. La bandera del Cuervo ondea sobre ellos, y las jaulas en los techos cercanos gruñen con caminantes inquietos.

Mark, con el hacha en mano y la ropa aún manchada de sangre, se detiene y murmura con voz firme:

—Hay que matarlos. Después, saltamos el muro hacia los techos de las casas de al lado.

Sus ojos brillan con determinación mientras evalúa a los guardias. Joel, exhausto pero resuelto, asiente. Robb, con el tubo en mano, traga saliva, el miedo aún presente tras la violencia de su padre.

Sin esperar respuesta, Mark se lanza hacia el primer guardia, el hacha cortando el aire con precisión feroz.

El callejón estalla en caos. Mark carga contra el primer guardia, su hacha hundiéndose en el cuello del hombre, cortando músculo y hueso en un chorro de sangre carmesí que salpica la pared. El guardia colapsa, gorgoteando su último aliento. Robb, temblando, pero determinado, golpea la rodilla del segundo guardia con su tubo de metal, el crujido de hueso resonando mientras el hombre grita y cae. Robb lo remata, aplastando el tubo contra su cráneo, partiéndolo con un sonido nauseabundo, sesos y sangre salpicando el suelo.

Mark, impulsado por la desesperación, se lanza contra el tercer guardia. Con el hacha lo clava en el pecho del hombre, la hoja atravesando costillas y carne. La sangre salpica en un arco caliente, bañando el rostro de Mark mientras el guardia se tambalea, aferrándose a la herida antes de desplomarse. El cuarto guardia, con los ojos abiertos por el terror, intenta huir, pero Joel, con un estallido de adrenalina, lanza el machete. La hoja gira en el aire, rozando el hombro del guardia, suficiente para herirlo, pero no para matarlo. El hombre tropieza, gritando, y sube la escalera a trompicones, desapareciendo por el muro para dar la alarma.

Mark, limpiándose la sangre de los ojos, gruñe:

—¡Ahora! ¡Saltemos!

Se lanza a la escalera, trepando con eficiencia brutal, y salta por el muro. Aterriza con fuerza sobre un tejado inclinado, las tejas crujiendo bajo su peso. Robb lo sigue, su salto menos firme, casi resbalando mientras se agarra al borde, dejando manchas rojas con sus manos ensangrentadas. Joel, el último, fuerza su cuerpo exhausto hacia arriba, la herida en su brazo goteando, y salta. Cae con un golpe sordo, rodando para amortiguar la caída, la sangre manchando las tejas mientras jadea.

Los techos de las casas adyacentes al muro se extienden como una ruta de escape precaria. Joel, Mark y Robb se mueven con urgencia, las tejas crujiendo bajo sus pies mientras saltan de un tejado a otro. La sangre gotea de sus heridas, y las manos resbaladizas dificultan el agarre, pero la adrenalina los impulsa. El sonido de botas y gritos se intensifica desde el otro lado del muro. Los refuerzos, alertados por el guardia escapado, aparecen en la base, subiendo escaleras y disparando al aire. Una bala roza el hombro de Joel, arrancándole un grito mientras cae de rodillas, pero Mark lo jala hacia arriba con un gruñido.

De las sombras de un tejado cercano, tres figuras emergen: rebeldes sobrevivientes de la batalla, sus ropas rasgadas y manchadas de sangre. El líder, un hombre de barba desaliñada con un arco en mano, grita:

—¡Acá! ¡Somos de los rebeldes!

Sin dudar, disparan flechas a los guardias abajo, una atravesando el pecho de uno que cae con un alarido, la sangre salpicando el suelo. Otro rebelde, con un machete, salta al tejado de al lado y corta la cuerda de un guardia que trepa, haciéndolo desplomarse con un crujido húmedo. Mark, impresionado pero práctico, asiente.

—¡Vamos con ellos! —ordena, guiando a Joel y Robb hacia los rebeldes.

Juntos, saltan a un tejado más bajo y corren hacia el borde del pueblo. Los refuerzos disparan, una bala rozando la oreja de Robb, pero los rebeldes cubren la retirada, lanzando una granada improvisada que estalla en una nube de humo y escombros, dando tiempo para escapar. El grupo llega al bosque, el follaje oscuro tragándolos mientras los disparos se alejan.

El líder rebelde, jadeando, dice:

—Soy Edward. Sobrevivimos al ataque. La base está al norte, junto al río. Síganme.

Joel, agotado, se apoya en Robb, mientras Mark aprieta el hacha, listo para el camino. La noche los envuelve, y el grupo comienza su marcha hacia la base rebelde, dejando atrás el caos del pueblo.

En el bosque, la penumbra de la noche envuelve a Joel, Mark, Robb y los tres rebeldes sobrevivientes, liderados por Edward, mientras avanzan lentamente tras escapar de los techos. El agotamiento pesa en sus cuerpos: Joel cojea con el brazo herido goteando sangre, Mark carga el hacha con pasos pesados, y Robb, aún tembloroso, sostiene el tubo con manos débiles. Edward, el rebelde de barba desaliñada, levanta una mano para detener al grupo en un claro rodeado de árboles altos.

—Paramos aquí —dice Edward con voz ronca, su arco colgando del hombro—. Estamos a unas horas de la base, pero necesitamos descansar. No llegaremos vivos si seguimos así.

Los demás asienten, demasiado cansados para discutir. Mark suelta un gruñido de aprobación, dejando el hacha contra un tronco, mientras Robb se deja caer al suelo, las lágrimas secándose en su rostro. Joel, apoyándose en un árbol, observa cómo Edward reparte unas latas de comida rescatadas y organiza un turno de guardia, mientras el grupo se acurruca entre las raíces. El sonido de la noche —lejos de los caminantes— ofrece un respiro temporal. La fogata que encienden es pequeña, apenas un parpadeo en la oscuridad, mientras se preparan para pasar la noche antes de retomar el camino hacia la base rebelde.

Ana y Emma luchan espalda con espalda, rodeadas por una horda de caminantes que se cierra como una marea implacable. El machete de Emma corta el aire, decapitando a uno tras otro, mientras Ana, con su madera afilada, atraviesa el cráneo de un caminante, la sangre salpicando su rostro. El cansancio las doblega, y un caminante agarra el brazo de Ana, sus dientes a centímetros de su piel, cuando un silbido agudo corta el aire.

Una flecha vuela desde las sombras, hundiéndose en la cabeza del caminante, que cae inerte. Otra flecha derriba a un segundo, y un tercer proyectil elimina a un tercero. Ana y Emma, jadeando, miran hacia la fuente: un viejo extraño emerge del bosque, encorvado, pero con movimientos precisos. Su rostro está surcado de arrugas profundas, el cabello gris despeinado, y lleva un arco desgastado en manos temblorosas pero firmes.

—Vengan, rápido —gruñe con voz rasposa, disparando otra flecha que atraviesa a un caminante que se acercaba.

Sin esperar respuesta, el viejo las guía hacia el bosque, su figura encorvada moviéndose con agilidad entre los árboles. Ana, aún temblando, sigue a Emma, que protege la retaguardia con el machete. Los caminantes gruñen a lo lejos, pero el follaje denso los oculta. Ana, con la voz quebrada, pregunta:

—¿Quién sos?

El viejo no se gira, solo murmura:

—No importa. Sobrevivan primero.

Emma y Ana avanzan tambaleantes tras el viejo extraño, sus pasos guiados por la luz tenue de una linterna que él sostiene con manos temblorosas. El bosque se cierra a su alrededor, los árboles formando un túnel oscuro mientras los gruñidos de los caminantes se desvanecen a lo lejos. Tras un trecho agotador, el viejo las lleva a una cabaña escondida entre la vegetación, su estructura de madera vieja pero sólida, con una chimenea humeante que emite un leve resplandor.

—Llegaron —gruñe el viejo, abriendo la puerta con un chirrido—. Pasen.

Las invita con un gesto seco, su rostro arrugado apenas visible bajo la capucha. Emma entra primero, sosteniendo el machete con cautela, seguida por Ana, que aún se aferra a su madera afilada, los ojos abiertos por la desconfianza. El interior es sencillo: una mesa rústica, un fuego crepitante en la chimenea y un par de sillas desvencijadas. El viejo cierra la puerta tras ellas y señala un rincón con mantas.

—Descansen —dice, su voz áspera pero no hostil—. No hay caminantes aquí... por ahora.

Ana susurra a Emma:

—¿Podemos confiar en él?

Emma asiente lentamente, revisando la habitación.

—Por ahora, sí. Necesitamos esto.

Se sientan cerca del fuego, el calor aliviando sus cuerpos temblorosos, mientras el viejo observa en silencio desde un rincón, como evaluándolas.

El amanecer tiñe el cielo de un gris tenue mientras León, Zoe, Liam y los pocos rebeldes sobrevivientes avanzan con pasos pesados pero decididos a través del bosque. La noche ha sido larga, y el agotamiento se refleja en sus rostros manchados de suciedad y sangre, pero la esperanza de alcanzar la base los mantiene en movimiento. El sonido del río se hace más claro, un murmullo constante que guía sus pasos hasta que las siluetas de tiendas destartaladas y fogatas apagadas emergen entre los árboles.

Han llegado a la base rebelde, un campamento modesto pero estratégico junto al río, ahora en silencio tras la derrota. Zoe, con la katana colgando a su lado, se detiene y observa el lugar, su expresión mezcla de alivio y tristeza por los compañeros perdidos. Liam, jadeando, deja caer su mochila.

—Llegamos —dice—. Aunque sea poco lo que queda, estamos vivos.

León, con el cuchillo aún en mano, mira a su alrededor, buscando señales de vida.

—¿Y los demás? —pregunta, la voz ronca.

Un rebelde herido sale de una tienda, saludándolos con un gesto débil.

—Pocos regresaron —dice—. Pero estamos reorganizando.

La base, aunque dañada, ofrece un refugio temporal, y el grupo se dispersa para descansar y evaluar los próximos pasos bajo la luz pálida de la mañana.

Los rebeldes se reúnen bajo un cielo grisáceo mientras Zoe se prepara para subir a un escenario improvisado, construido con madera y chapas rescatadas. Una multitud de sobrevivientes —niños, ancianos y los pocos rebeldes restantes— se congrega, sus rostros agotados pero atentos. León, aún con las manos manchadas de la cocina, se une a la multitud, mirando a Zoe con una mezcla de admiración y esperanza.

Zoe sube al escenario, su katana colgada a un lado, y alza la voz con fuerza contenida pero apasionada:

—Perdimos mucha gente, hermanos, hermanas, padres, madres... —comienza, su tono resonando en el silencio. La multitud baja la mirada, el peso de las pérdidas palpable—. Pero no es el final —continúa, levantando una mano—. Un amigo dijo que una batalla no es perder la guerra. Somos más, somos más fuertes. Grayskull es para nosotros. Va a ser un pueblo para quienes sobrevivimos. Podemos hacer que se acerque a cómo era antes de los caminantes.

Sus palabras encienden una chispa. Los sobrevivientes empiezan a murmurar, luego a aplaudir, y pronto el campamento se llena de vítores y sonrisas tímidas pero genuinas. Los niños levantan los puños, y los ancianos asienten con lágrimas en los ojos. La motivación se extiende como un fuego renovado. León, desde la multitud, mira a Zoe con orgullo, sus ojos brillando mientras siente que la lucha aún tiene sentido, inspirado por su liderazgo.

NOTA 12

Nombre: Edward

Edad: 55

Ojos: Marrón (era ahora es más blanco jaja)

Pelo: Marrón

Historia: parece que era grajero mucho antes de los caminantes y siempre vivió en Grayskull ahora es parte de los rebeldes

1
Kino No Tabi
¡No te detengas, por favor!
Glenda
Me has dejado en suspenso, necesito saber lo que va a pasar, ¡actualiza pronto por favor!
B.E.M: gracias mañana temprano salen 2 capítulo más
total 1 replies
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