Burn Notice

Burn Notice

Despertar en el Bosque capitulo 1

Se despertó con la cara hundida en la tierra mojada, el sabor a barro en la boca y un olor a quemado que le irritaba la nariz. Al abrir los ojos, solo vio árboles desnudos, retorcidos como garras, envueltos en una niebla espesa. No recordaba su nombre, ni su pasado, ni cómo había llegado allí. Solo sabía que debía moverse. Se puso de pie, tambaleándose, y algo crujió bajo sus píes. Miró hacia abajo: un zapato, demasiado pequeño para ser suyo, medio enterrado en el lodo. En la distancia, una columna de humo se alzaba entre los árboles. Alguien estuvo aquí, pensó. Sin saber por qué, sus piernas lo llevaron hacia el humo.

Salió del bosque y se topó con una carretera destrozada. Autos volcados, cubiertos de óxido y polvo, se amontonaban como cadáveres de metal. Más allá, un pueblo silencioso se alzaba bajo un cielo gris. Las calles estaban vacías, salvo por cuerpos tirados como basura. Caminó, el corazón latiéndole con fuerza, pasando junto a un auto con el motor aún encendido. La radio escupía estática, un sonido que le erizaba la piel. En el asfalto, al lado del vehículo, un grafiti garabateado con pintura roja rezaba: No traiciones al Capitán o lo pagarás caro.

De repente, un ruido seco, como un mueble cayendo, resonó desde una casa cercana. La puerta estaba entreabierta, invitándolo. Entró. La cocina estaba destrozada: sangre seca en las paredes, platos rotos esparcidos por el suelo. Sobre la mesa, una nota clavada con un cuchillo advertía: No abras el sótano. Apenas terminó de leer, otro ruido, más fuerte, retumbó desde abajo. Agarró el cuchillo, su mano temblando, y bajó las escaleras. El aire apestaba a sangre y carne podrida. En la penumbra, tropezó con una mesa volcada. Entonces lo vio: apenas iluminado por un rayo de luz, un hombre -o algo que alguna vez lo fue- devoraba a un niño. Dientes negros, sangre goteando. No parecía vivo, pero tampoco muerto.

La criatura levantó la cabeza y lo miró. Sus ojos vacíos se clavaron en él. El hombre, paralizado, retrocedió. Corrió hacia una ventana del sótano, la abrió de un empujón y saltó al patio trasero. Se giró, jadeando, pero la cosa no lo siguió; se quedó dentro, masticando. Sin embargo, en el patio había dos más: figuras grises, lentas, con movimientos torpes. Sus colmillos brillaban bajo la luz tenue. Antes de que pudieran alcanzarlo, una flecha atravesó la cabeza del primero. El segundo giró, atónito, y otra flecha lo derribó. Silencio.

Desde los árboles, una figura saltó al suelo. Era una mujer joven, delgada pero fuerte, con cabello rojizo ondeando en el viento. Miró los cadáveres y luego a él.

-Tú, sígueme si no quieres terminar como ellos -dijo, su voz firme.

Él, todavía temblando, le gritó:

-¡Mataste a dos personas!

Ella lo miró con frialdad.

-Ya no son personas. Ahora, sígueme.

Caminó por la calle, entre los autos volcados, hacia una casa con las luces encendidas. Golpeó la puerta dos veces. Un hombre salió, lo miró y dijo:

-Mierda, ¿quién es él? Entren antes de que el Capitán los vea.

Ella se giró hacia el hombre sin nombre.

-Soy Ana, él es León, mi hermano. ¿Y vos, quién sos? ¿Cuál es tu nombre?

Confundido, él respondió:

-No sé.

Ana frunció el ceño.

-¿Ni siquiera tu nombre?

-No.

-¿Dónde estamos? -preguntó él.

-Es un pueblo... en el medio de la nada -respondió Ana.

-¿Y hace cuánto están esas cosas?

-Más de 2 años -dijo ella, mirándolo con curiosidad-. ¿Dónde estuviste todo este tiempo que no sabés nada?

-No sé. Desperté en el bosque, boca abajo. No recuerdo nada más.

León, que había estado callado, lo miró y dijo:

-Para mí, tenés cara de Joel.

-¿Joel? -repitió él, confundido.

Ana se encogió de hombros.

-Bueno, Joel o como te llames, ya es tarde. Vamos a dormir un poco. Arriba hay un cuarto para cada uno, y por la mañana, cada uno sigue su camino.

Más tarde, en la oscuridad de la noche, Joel no podía dormir. Fragmentos borrosos de recuerdos danzaban en su mente, pero nada tenía sentido. Escuchó un sollozo. Siguiendo el sonido, encontró a Ana en la escalera, llorando sola. Ella lo vio y se limpió las lágrimas.

-Se ve que no soy la única que no puede dormir -dijo, forzando una sonrisa.

-¿Qué pasa, Ana? -preguntó Joel, sentándose a su lado.

Ella lo miró, los ojos brillando por las lágrimas.

-Tengo miedo de no conseguirlo.

-¿Qué cosa?

-Mi hermano y yo vamos a un asentamiento del gobierno en Silverpine.

Joel la miró con firmeza.

-León y vos están vivos, y yo estaría muerto si no fuera por vos. Te vi matar a dos caminantes como si nada. Todo esto empezó hace seis meses, y seguís aquí. Eso no es poca cosa.

Ana esbozó una sonrisa débil.

-Tenés razón. Venimos de una granja muy lejos de aquí. Pasamos por muchas cosas. ¿Y vos, por qué no podés dormir?

-Tengo demasiadas preguntas. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo?

Ana lo miró con empatía.

-¿No conocés nada de este pueblo?

-Nada. Solo recuerdos borrosos.

Ella suspiró.

-Aunque no te conozco, me preocupás. Los que quedan no son todos buenos. ¿Te quedás con nosotros?

Joel asintió, sintiendo un peso en el pecho.

-Te debo una, y Joel no es un mal nombre. Vamos los tres a Silverpine.

Ana sonrió, aliviada.

-Ah, y una cosa más. -Le entregó un cuaderno gastado y un lápiz mordido-. Podés empezar a escribir tu historia, para que nunca más se te olvide.

Más tarde, antes de dormir, Joel escribió en el cuaderno: Ana me dio esto. Lo usaré para describir a las personas que conozca, para no olvidar.

Nota 1

Nombre: Ana

Edad: 21

Ojos: Azules

Pelo: Rojizo

Historia: Ana y su hermano León vienen de una granja muy lejos de aquí. Van hacia una ciudad donde el gobierno protege a los sobrevivientes. Ella me salvó la vida. Me cae bien. :)

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