RENACIMIENTO EN SILENCIO.

Ronan se sienta en el sillón de la esquina como si estuviera en la silla presidencial. Cruza una pierna sobre la otra, apoyando el tobillo sobre la rodilla, y se reclina con aire aburrido, como si toda esta situación estuviera muy por debajo de su atención. Pero yo lo conozco lo suficiente como para saber que no está tan tranquilo como parece y cambio cuando se dió cuenta que note cada uno de sus miradas hacia mi. Sonrió por eso.

Frente a mí, el joven aspirante se revuelve incómodo en la silla. No puede evitar lanzar miradas nerviosas hacia Ronan, que apenas lo observa de reojo, pero cuya presencia lo intimida más que cualquier pregunta que yo le haga.

—¿Por qué quiere trabajar aquí? —le pregunto con tono profesional, mientras escribo en la laptop abierta frente a mí.

El joven carraspea, se atora con sus propias palabras, balbucea algo sobre oportunidades, sobre aprender, sobre superarse. Una respuesta tan simple a el se le complica. Trato de disimular mi desinterés, pero mi atención se divide entre la entrevista y la sensación de ser observada. Me enoja que cuando miro hacia Ronán este igual me ve. Ronan no ha despegado los ojos de mí desde que entro y como transcurre el tiempo parece no importarle ya que lo hace más notorio.

Me jode las miradas que nos damos, ¿por qué ahora actúa de esa manera?

Después de casi una hora, el muchacho se pone de pie, visiblemente sudado y tenso. Extiende su mano hacia mí con un gesto torpe. En el intento de corresponderle, sin querer golpeo mi taza de café, que cae hacia adelante, derramándose sobre el escritorio.

—¡Maldición! —exclamo, reaccionando rápido.

Levanto la laptop de inmediato, igual que los documentos. Mi blusa se mancha, pero como llevo ropa oscura, el daño no se nota demasiado. Aun así, siento el líquido caliente empapando la tela y pegándose a mi piel. Resoplo de frustración.

— De por si querías tirarlo, pero no aquí.

Le digo logrando que el joven se ría.

Ronan se levanta con brusquedad y se acerca. Su expresión cambia. Frunce el ceño, su mandíbula se tensa y su mirada es dura.

—Quedas contratado —dice de forma cortante, mirando al joven—. Así podrás pagar los daños.

El chico asiente, nervioso como si acabaran de condenarlo.

—No pasó nada —le digo, intentando aliviar el momento—. Se te llamará en caso de ser seleccionado.

Intento sonar amable, pero la tensión en la habitación es palpable. Ronan se adelanta, se interpone en su camino, obligándome a soltar mis cosas en la silla principal y abrir la puerta. El chico escapa con una disculpa torpe y ni siquiera se atreve a mirar atrás.

—El no tuvo la culpa fui yo quien lo derramo.

Cierro la puerta hablandole a el cuando me giro, Ronan está recostado en mi escritorio, con las manos metidas en los bolsillos, su postura relajada pero sus ojos sin dejar de observarme.

—Cinco años fingiendo ser una joven frágil… —empieza, con una voz baja pero seria.

—Yo diría… una joven bastante estúpida —le respondo con una sonrisa amarga, rodeando el escritorio para sentarme.

—Estúpida o no, lograste ganarte la confianza de mi abuela —murmura, y da un paso hacia mí.

Se acerca demasiado, lo suficiente para hacerme sentir incómoda. Su cercanía siempre me afecta más de lo que debería. Y eso me molesta.

Pongo mi mano en su pecho para alejarlo pero este solo toque me hace tensarme y entonces veo en sus ojos algo diferente. Nuestras miradas se unen y.

Me alejo para sentarme justo en la silla donde dejé la laptop y los papeles, pero apenas me apoyo, un sonido seco se escucha. Un crack que me hace saltar.

—¡No! —susurro.

Me incorporo de inmediato, temiendo lo peor. Ronan y yo miramos al mismo tiempo la computadora. La abro, y la pantalla muestra una línea negra... como una vena rota que se expande. Está completamente rota..

—Yo la dañé… no fue él —digo rápidamente, antes de que Ronan siquiera pueda abrir la boca.

Él se aparta un poco, aún con expresión dura, dejo la computadora en la mesa y lo siento muy cerca de mi.

—Contigo así, llevarás a la ruina la empresa.

—Voy a comprar otra —respondo, tratando de solucionar esto e ignorando lo que acaba de decir.

—Esa computadora no es cualquier cosa. Fue diseñada para esta empresa. Es la misma que tu padre y mi abuela crearon juntos —dice con énfasis, como si intentara hacerme sentir culpable.

—Tampoco es como si fuera la única en el mundo, Ronan.

—De hecho… —empieza a decir, pero en ese momento, tocan la puerta.

Ronan le indica a quien sea que entre, sin siquiera apartar su mirada de mí. Cuando la puerta se abre, entra Darío.

Me sorprende verlo ahí. Darío, el mejor amigo de Ronan, el mismo que un día me dijo que no valía la pena arrastrarme por un hombre que no me quería.

—Hola, Darío —saludo con una pequeña sonrisa.

Él me observa con una mezcla de sorpresa y reconocimiento.

—¿Alejandra? Apenas y te reconozco…

—Ya ves, decidí seguir tu consejo.

Su sonrisa se borra y lo veo ponerse nervioso, sobre todo cuando Ronan le lanza una mirada interrogante.

—¿Bien… que ocurre? —pregunta, cambiando de tema.

Ronan señala la computadora con una expresión cargada de reproche silencioso. Darío se acerca, la revisa con cuidado y luego suspira con alivio.

—Hay que agradecer que el peso de Alejandra sea mínimo —dice, con tono ligero—. Solo se rompió la pantalla. Se puede reparar sin afectar lo que hay adentro.

La toma con cuidado y se despide diciendo que regresará pronto. Cuando se va, Ronan se queda en silencio, mirándome con los brazos cruzados.

—Si tienes algo que hacer, hazlo. Yo me encargo de las entrevistas —le digo sin mirarlo.

—También es mi responsabilidad —me responde con frialdad.

—No lo pareció… te pasaste años ignorándola.

—¿Según quién?

—Ya no tiene caso —respondo, y tomo mis cosas para salir.

Pero cuando intento pasar junto a él, su mano me sujeta del brazo. Ese simple contacto es suficiente para que se me erice la piel.

—Si dices eso, es porque estás segura… así que habla —me ordena.

—No tengo que darte explicaciones de nada, Ronan.

—De lo que piensas, no… pero de lo que dices, sí.

—Pues te informo que necesito mi estacionamiento pero si tú no vienes estaría perfecto ya así ocupó ese y se ahorra dinero—digo con firmeza.

Ronan sonríe, como si le divirtiera mi actitud. Pero yo ya no me quedo para discutir.

Me acerca a el haciendo que choque con su pecho pero retrocedo.

—¿cuál es el miedo?

Me dice y esas simples palabras me hacen dudar.

—Ya quisieras.

Le digo y no puedo creer que se incline mucho, por un momento nuestros labios quedan muy cerca y me mantengo tranquila.

Me alejo nerviosa.

— Te lo dije.

Me dice dando a entender que le temo.

camino al baño, nerviosa me limpio la mancha de café aún húmeda. Me limpio con papel húmedo.

Cuando salgo, Ronan se acerca con mi celular en la mano. Me lo entrega sin decir nada, pero su rostro parece más serio de lo normal.

—Te llegó una notificación —dice, mirándome con una expresión que me pone alerta—. Víctor acaba de subir nuevas fotos a sus redes sociales.

Me dice y tomo el celular con manos temblorosas.

¿por qué me llegan notificaciones de el? No lo sé, me respondo sola.

—¿quien te dió permiso de agarrar mi celular?

Le reclamo enseguida y el me ve enojado.

—¿Solo eso dices?

—Solo eso tengo que decir.

Le digo y el se acerca demasiado otra vez haciendo que mi pulso se disparé.

Esta vez sus labios casi tocan los míos.