James siempre ha sido un joven privilegiado que disfrutaba de una vida lujosa y sin límites para la diversión. Sin embargo, un simple descuido lo cambia todo. Un devastador incendio consume su casa, dejándolo con cicatrices permanentes en su rostro y en su corazón. Un hombre marcado por la tragedia, James se aísla del mundo, cargando con la culpa y el dolor de sus pérdidas.
Amélia, hija de un hombre cruel que la culpa por la muerte de su madre, conoce el sufrimiento desde temprana edad. Encerrada en casa, más a menudo en su habitación, Amélia es víctima de las crueldades de un padre que la castiga con golpes y humillaciones constantes. Su vida es una pesadilla, y ella conoce el verdadero significado del abandono paternal.
Cuando sus caminos se cruzan, ambos encuentran una oportunidad de redención. Amélia ve en James la oportunidad de escapar de su tormento, mientras que él se enfrenta al desafío que representa la pureza y fortaleza de una mujer que también conoce el dolor.
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Capítulo 12
Retiro la cara y sus ojos están cerrados, pero se abren lentamente y se encuentran con los míos. Vuelvo a bajar la cara y esta vez busco la lengua de Amelia. Ella se pierde en el beso, pero cuando su lengua se encuentra con la mía, coge el ritmo.
Un beso tranquilo, con algunas palmadas entre los besos. Recorro su cuerpo con la mano, subiendo lentamente mientras fuerzo mi pelvis contra la suya. Está rendida, tan rendida que ni siquiera intenta apartarse cuando le toco los pechos.
Los aprieto con avidez e intensifico el beso. Ella sigue el ritmo, lo que lo hace aún más delicioso. Jadea entre besos y estoy a punto de hacerla mía para siempre, porque en el momento en que la penetre, ya no volverá a salir de mi vida.
Abandono el beso y exploro su cuello con mi lengua, mis besos e incluso unos ligeros mordiscos. Ella se retuerce debajo de mí, aumentando mi placer y mi deseo de tenerla. Estoy completamente perdido en este momento, en esta conexión entre los dos. Aunque hace tanto tiempo que no tenemos sexo, quiero que sea especial para ella.
La beso más y levanto el dobladillo de su camisón y, para mi sorpresa, no lleva nada debajo, nada en absoluto. Esta chica, por inocente que sea, parece saber cómo provocar a un hombre con pequeños gestos.
Desplazo mi cara hasta sus pechos y empiezo a chupárselos. Los gemidos que suelta son tan deliciosos que intensifico mi succión sólo para oírla gemir más. Bajo besando su vientre y ella empieza a jadear cada vez más. Llego a su montículo de Venus y la miro.
Su cara, mezcla de inocencia y placer, me vuelve loco. Caigo en su boca y ella suelta un gemido más fuerte, levantando su cuerpo. Sujeto su pequeña cintura para que no se me escape, porque ahora que he empezado, no puedo parar. Ahhh, he estado deseando este sabor, y el suyo parece ser el más dulce que he probado nunca.
Chupo sus labios grandes y luego los pequeños. Aunque aquí abajo tiene el pelo rojo, quizá porque no sabe afeitarse, no me importa, sólo quiero sentir cada pedacito de su coño. Se retuerce cada vez más. Meto el dedo y noto su lubricación, pero noto su coño bien cerrado. Ni siquiera la cabeza de mi dedo alcanza su entrada, y mucho menos mi polla. Me echo hacia atrás y me paso las manos por el pelo. No puedo hacerle esto, no puedo...
- ¿Qué fue lo que hicimos? - pregunta, curiosa.
- ¿Le ha gustado?
- Sí, pero creo que tengo ganas de mear. - Sonrío, porque su cuerpo estaba a punto de chorrear y yo había hecho la travesura de interrumpirla. Vuelvo a hundir mi cara en su coño, chupando su clítoris con avidez, haciéndola estremecerse un poco hasta que libera su primer ørgasmo. - Oh, James, he tenido un...
Habla sin aliento y yo sonrío ante su inocencia.
- No, Amelia, no orinaste, chorreaste.
- ¿Qué es eso? - Le explico que la sensación que ha sentido se llama gøzar. - Vaya, qué bien sienta, ¿podemos repetirlo?
- Podríamos, pero no creo que dure mucho, así que será mejor que te vayas a tu habitación ahora y yo intentaré solucionar mi problema.
- Deja que te ayude. - Se levanta, arrodillándose en la cama.
- No sé cómo...
- Por favor, quiero hacerte lo mismo que me hiciste a mí.
- Amelia, no somos iguales. La mía es diferente a la tuya. Tú tienes un coño y yo tengo una polla, ¿entiendes? - Ella lo niega con la cabeza, y la única manera es que yo se lo muestre. ¿Pero cómo puedo hacerlo sin sentirme sucio por romper su inocencia?
- Enséñame la polla, ¿se llama así? - Maldita sea, ¿por qué no puede ser una persona normal?
Respiro hondo y me levanto, poniéndome de pie en el suelo. Me quito la camisa y ella no me quita ojo en todo el rato, y sólo eso ya me produce un cosquilleo de cojones. Me quito el cinturón con cuidado, abro el botón del pantalón y me lo bajo, sin quitarme los pantalones. Pero estoy tan excitado que mi polla ya muestra que está ahí esperándola.
- ¿Es la polla? - dice, metiendo el dedo y presionándolo contra mis bragas. - Es realmente diferente.
Asiento con la cabeza y me da un poco de miedo quitarme las bragas y asustarla. Pero sus ojos curiosos me matan. Entonces ella me mira, a los ojos, y lleva sus manos a la cinturilla de sus bragas y, por su cuenta, tira de ellas hacia abajo, haciendo que mi polla salte enormemente cerca de su cara. Tal y como había imaginado, se da la vuelta sorprendida, pero sigue mirándole.
Permanece en silencio, observando cada detalle con una mirada de confusión. A veces abre la boca para preguntar algo, pero luego la cierra. Parece mentira, pero incluso a mí me da vergüenza decirle algo.
- Él es... extraño. Realmente no se parece en nada a mí. ¿Todos los hombres son así?
- Sí, más o menos. Unos son más pequeños, otros más grandes; unos son más claros, otros más oscuros, pero todos tienen el mismo modelo.
- Vaya, siempre pensé que lo que diferenciaba a un hombre de una mujer era el pelo: una mujer con el pelo grande y un hombre con el pelo corto. Pero ahora veo que somos diferentes. ¿Puedo tocarlo? - Asiento con la cabeza y ella coge primero su dedo índice, colocándolo justo sobre mi cabeza.
- Lo entrelaza con la mano. - Me mira y asiente. Abre la mano y envuelve mi polla con ella, haciéndome jadear de placer. Me la aprieta un par de veces y me siento muy bien.
- ¿Qué es eso? - Con la otra mano, se acerca a mis huevos y me los toca con los dedos. Estoy disfrutando de esta lección de anatomía.
- Son mi saco, mis pelotas.
- Es suave, es extraña, se esconde. - Empieza a jugar con mi bolso y yo intento no soltar un chorro, porque estoy seguro de que si lo suelto, le caerá encima y se asustará. - ¿Qué puedo hacer para ayudarte, James?
Pongo mi mano sobre la suya y empiezo a masturbarme. Ella no tarda en cogerle el truco y empieza a masturbarse sola. Le pido que vaya más rápido y lo hace. Echo la cabeza hacia atrás y noto cómo me corre. Hacía tanto tiempo que no sentía este placer que ni siquiera había tenido tiempo de jugar con ella, y empiezo a correrme a chorros sobre ella. ¡Qué visión del paraíso!