Mónica es una joven de veintidós años, fuerte y decidida. Tiene una pequeña de cuatro años por la cual lucha día a día.
Leonardo es un exitoso empresario de unos cuarenta y cinco años. Diferentes circunstancias llevan a Mónica y Leonardo a pasar tiempo juntos y comienzan a sentirse atraídos uno por el otro.
Esta es una historia sobre un amor inesperado, segundas oportunidades, y la aceptación de lo que el corazón realmente desea.
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Recuerdos tristes
Luego de la llamada de su amigo, Leonardo no podía dejar de pensar en la conversación que habían tenido. Los logros le habían dejado una sensación extraña, una mezcla de satisfacción por todo lo que había conseguido y, a la vez, un vacío que lo acompañaba desde hacía años. Y es que cada vez que hablaban del pasado, de lo que habían vivido en la universidad, el recuerdo de Anna volvía a su mente como una herida que nunca terminó de cerrar.
Anna… La chica que había logrado lo imposible: distraerlo de su obsesión por los estudios y los negocios, que lo había hecho reír y sentir que la vida no solo era sobre logros materiales, sino también sobre conexiones profundas con otros. Ella era todo lo que siempre había soñado en una pareja: sencilla, cariñosa, y con una belleza que le quitaba el aliento. Sus ojos, llenos de vida, lo habían conquistado desde la primera vez que la vio en el campus.
Recordó cómo todo había empezado. Sus amigos lo molestaban constantemente por su enfoque en los estudios, y uno de ellos, Javier, fue quien primero le señaló a Anna.
-Leo, mírate- le decía Javier con una sonrisa burlona- No puedes vivir solo para los libros y los negocios. ¿Ves esa chica de allá?- dijo señalando con discreción a un costado- su nombre es Anna, es preciosa. ¿Qué tal si te acercas?
Leonardo, que normalmente ignoraba esas provocaciones, esta vez no pudo. Sus ojos siguieron la dirección que le indicaba su amigo, y allí estaba Anna, sentada sola en uno de los bancos del jardín. Su belleza era cautivadora, pero lo que más le llamó la atención fue su expresión tranquila y serena. Parecía ajena al caos de la vida universitaria, y eso lo intrigó.
Pasaron algunos días antes de que se animara a hablarle. No porque fuera tímido, sino porque algo en ella le hacía sentir que no podía ser casual, que tenía que ser un encuentro especial. Finalmente, un día, la vio caminando hacia la biblioteca y se decidió.
-Hola, ¿eres Anna, verdad?- le dijo mientras caminaba a su lado.
Anna levantó la vista, un poco sorprendida, pero luego sonrió.
-Sí, ¿y tú eres...?
-Leonardo- respondió él- He visto que vienes mucho por aquí. ¿Te gustaría tomar un café alguna vez?
La muchacha pareció pensarlo unos minutos y finalmente aceptó la invitación.
Así comenzó todo. Las primeras citas fueron tranquilas, amistosas, llenas de conversaciones largas y profundas. Anna le contó sobre su vida, sobre cómo había llegado a la ciudad para acompañar a su padre, quien estaba enfermo y seguía un tratamiento. Leonardo, por su parte, le habló de sus ambiciones y sueños. Poco a poco, su relación creció, y antes de que se dieran cuenta, eran inseparables.
-Anna, creo que me estoy enamorando de ti- le confesó una noche, mientras caminaban juntos por el parque.
Ella lo miró con esos ojos brillantes que tanto lo cautivaban y le tomó la mano.
-Yo también, Leo. Nunca pensé que encontraría a alguien como tú.
Fueron felices, tan felices que Leonardo no podía imaginar un futuro sin ella. Pero la vida tenía otros planes. Un año después, el padre de Anna falleció, y todo cambió abruptamente.
Leonardo estuvo a su lado en todo momento, apoyándola, acompañándola en su dolor. Pero a pesar de sus esfuerzos, algo en ella comenzó a apagarse. Hasta que, un día, Anna simplemente desapareció. No le dejó una nota, no dio una explicación. Solo se fue.
Leonardo la buscó por todos lados. Fue a su casa, llamó a sus amigas. Pero nadie sabía nada. Desesperado, se dio cuenta de que no tenía más opciones, así que hizo lo que siempre hacía cuando estaba perdido: llamó a Marcos, su mejor amigo.
-Marcos, necesito verte. Es sobre Anna- dijo Leonardo, su voz cargada de angustia- Ella... se ha ido.
Marcos lo escuchó en silencio durante unos segundos, y su respuesta fue tan seria que algo dentro de Leonardo se tensó.
-Ven a mi casa, Leo. Hay algo que debo darte.
Leonardo llegó a la casa de Marcos en menos de media hora. Su mente estaba nublada por la confusión, la desesperación y el dolor de no saber qué había pasado con Anna. Cuando su amigo le abrió la puerta, lo invitó a entrar con un gesto sombrío.
-¿Qué está pasando, Marcos? ¿Sabes algo de Anna?- preguntó Leonardo, incapaz de ocultar la ansiedad en su voz.
Marcos no respondió de inmediato. En cambio, fue hasta una mesa cercana y sacó un sobre blanco del cajón. Lo miró por un instante antes de entregárselo a Leonardo.
-Esto es para ti. No sé qué dice, Leo, pero espero que lo que sea, no te haga daño.
Leonardo tomó el sobre con manos temblorosas. El simple hecho de sostenerlo ya le provocaba un nudo en el estómago. Lo miró, intentando prepararse para lo que encontraría en su interior. Marcos lo observaba en silencio, respetando el momento.
Finalmente, Leonardo abrió el sobre. Dentro, encontró una carta escrita a mano, con la letra delicada y familiar de Anna. Se sentó en el sofá, su corazón latiendo con fuerza, y comenzó a leer:
"Querido Leonardo,
Sé que esto debe parecerte inesperado y cruel, y lo siento tanto. No tengo otra forma de decirte lo que siento, ni de explicarte lo que ha estado pasando por mi mente durante los últimos días. Cuando perdí a mi padre, sentí que todo en mi vida se desmoronaba. Tú estuviste allí, y te lo agradezco más de lo que nunca podré expresar, pero ni siquiera tu amor pudo llenar el vacío que dejó en mí su partida.
Me siento perdida, Leo. No soy la misma persona que era cuando nos conocimos. El dolor ha cambiado todo, y no quiero arrastrarte conmigo en este caos. No mereces eso. No mereces el peso de mi tristeza ni el vacío en el que me encuentro.
Me voy porque necesito encontrarme de nuevo, y no sé cuánto tiempo me tomará. No puedo pedirte que me esperes, porque no sé si algún día podré volver a ser la persona que conociste y amaste. Pero lo que sí puedo decirte es que te amo, y siempre te amaré. Nunca dudes de eso.
Cuida de ti, Leo. Sé que harás cosas grandes, y aunque no esté a tu lado, siempre estaré orgullosa de ti.
Con amor,
Anna."
Leonardo dejó caer la carta en su regazo y cerró los ojos, intentando contener las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Sentía como si le hubieran arrancado el corazón del pecho. La carta era todo lo que temía: una despedida sin promesas, sin esperanza. Anna se había ido, y por lo que decía, probablemente no regresaría jamás.
-¿Estás bien?- preguntó Marcos, con voz suave.
Leonardo negó con la cabeza, incapaz de hablar por unos momentos. Finalmente, respiró hondo y miró a su amigo.
-No… No estoy bien. Pero tendré que estarlo, ¿no?
Marcos lo miró con compasión y asintió.
-Siempre estaré aquí para lo que necesites, Leo. No lo olvides.
Leonardo agradeció las palabras de su amigo, pero sabía que había una parte de su vida que jamás volvería a ser la misma. Anna se había llevado algo de él cuando se fue, y aunque sabía que eventualmente tendría que seguir adelante, en ese momento, el vacío que dejó en su vida parecía imposible de llenar.
Y ahora, ahí estaba él, siendo uno de los empresarios más jóvenes y exitosos, pero también un hombre triste y solitario.