Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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De vuelta a la realidad
Julian se detuvo en seco ante la propuesta de Eleanor.
—No —se negó rotundamente.
Eleanor inclinó la cabeza, su expresión de burla se suavizó por una curiosidad genuina.
—¿Por qué?
—No estoy interesado en trabajar para nadie. Solo quiero inversionistas para mi negocio.
—¿Sigues con esa mentira? Vamos, Julian. Creo que has visto suficiente de mí para nuestra primera vez. Merezco algo de honestidad de tu parte —la ironía se clavó en él como un pequeño puñal.
Julian suspiró pesadamente. Tenerla cerca era un verdadero agotamiento, una tensión constante. Pero tenía que soportarlo si quería el ascenso y, por supuesto, el aumento de sueldo que la información sobre los Sterling le garantizaría.
—No es mentira que soy músico y que viví en Inglaterra —dijo, colocando sus manos dentro de los bolsillos del traje—. Pero digamos que no conseguí la suerte que esperaba al otro lado del mar. ¿Suficiente? No más preguntas.
—Sabes, Julian, eres algo injusto. No te gusta contar de ti, pero parece que quieres saberlo todo de mí.
—Por supuesto que quiero —expresó sin medir mucho las consecuencias de sus palabras.
La atención de Eleanor fue atraída de inmediato por la seguridad en su voz. Se giró para posar sus hermosos ojos azules directamente sobre los de él, sin pestañear, incluso sin respirar.
—¿Eso qué significa? —preguntó, tratando de descifrar el verdadero sentido del comentario. La tensión entre ellos era ahora un hilo fino y peligroso.
Julian comprendió que debía utilizar las mismas estrategias que ella si pretendía lograr su objetivo; debía jugar su mismo juego. Esbozó una sonrisa ladeada llena de autoconfianza, acortando la distancia entre ambos.
—¿Qué no es evidente? Estoy seriamente interesado en ti. Pero claro, no en ser tu perro faldero, ¿entiendes? No tengo la intención de que me utilices como al resto. Soy diferente. Quiero saberlo todo de ti. Qué te gusta y qué no, tu comida favorita, tu color preferido, si el día o la noche, si el sol o la lluvia. A qué hora duermes y a qué hora te levantas, quiero saberlo todo.
—¿Alguna vez te han dicho que eres un maldito psicópata? —cuestionó sin dar un paso atrás. Ningún hombre podía intimidarla, a excepción quizás de Kiam, pero este era un juego diferente.
—Miles de veces. Pero prefiero decir que soy un enfermo obsesionado. Una vez que algo capta mi atención, mi interés no desaparece hasta cumplir mi objetivo.
—¿Y cuál es ese objetivo que tienes conmigo? —preguntaba muy curiosa, su seducción única y palpable chocando contra la determinación de Julian.
Él, sin dejarse afectar por sus encantos, tomó con sutileza y mucha lentitud un mechón de su cabello que había escapado del recogido, entorchándolo alrededor de su dedo índice.
—Lo mismo que todos aquí dentro, en tu preciado club: acabar contigo.
—Finalmente lo has admitido. Eso es un gran avance, cariño —su tono era tan irónico como la calma que llevaba después de semejante confesión.
Pero aquella calma se rompió cuando ella, con un manotazo, deslizó hacia arriba el puñal entre los dos, cortando sin remordimientos su propio mechón de cabello que Julian sostenía.
—Puedes conservarlo como un lindo recuerdo. Y tenlo por seguro, estaré esperando impacientemente a que me despojes de mi vida. Claro, si no termino con la tuya primero.
Julian solo observaba el mechón caer entre sus dedos. Eleanor continuó su camino hacia el salón de apuestas, no sin antes aclarar un pequeño detalle:
—A pesar de todo, la propuesta sigue en pie, Julian. Como dicen por ahí: es mejor vigilar a tus enemigos de cerca. A ambos nos beneficiará esta alianza. Ojo de loca no se equivoca —finalizó, arrojando un beso al aire e irse contoneando sus exquisitas caderas por todo el pasillo.
De la habitación de la discordia, salió entonces Dorian, con cara de pocos amigos y con unas ganas enormes de matarlo a golpes.
—No te cruces en mi camino otra vez, ni mucho menos intentes involucrarte con esa mujer. Ella solo puede ser mía.
—Genial. Entonces quédatela. No me interesa —y con eso acabó la conversación.
Ya eran poco más de las siete y media de la mañana. Julian, sin darse cuenta, había estado peleando durante toda la noche con esos criminales. Con razón sentía el cuerpo tan tenso y adolorido, y su cabeza le pulsaba.
Las puertas del club nuevamente estaban abiertas, listas para despedir a todos los miembros e invitados. Algunos estaban ebrios a punto de un coma, otros drogados sin siquiera recordar su nombre y otros llenos de moretones y tristeza en su rostro después de haber tenido una sesión intensa de apuestas. A Julian solo se le notaba el cansancio y el polvo de yeso del techo en el cabello.
Al salir, como de costumbre, estaba en la recepción la dulce Ellie. Estaba sentada leyendo el libro de tapa dura que tanto le gustaba. Se veía tan fresca en comparación con el resto del mundo.
—¿Cómo estuvo tu primera noche? —preguntó a manera de saludo, sin apartar su mirada de las páginas.
—Algo intensa.
—Así suelen decir todos, pero es una mínima parte de lo que se vive allí dentro. O bueno, eso es lo que he escuchado decir.
—Lo único que quiero es una cama cómoda y dormir por dieciocho horas. No pido más —dijo en tono divertido.
—¿Volverás esta noche? —dijo finalmente, mirando al hombre con evidente agotamiento.
—¿Qué pasa si no lo hago? —cuestionó, esperando quizás un castigo o una cacería fortuita hasta su casa a las afueras de la ciudad. A estas alturas del cuento, se esperaba cualquier cosa.
—Nada realmente. No es como si esto fuese una secta o un gremio religioso del que no puedas salir —dijo soltando una risita tierna—. Solo que sería una pena no volverte a ver. Pareces el más normal de entre todos los que vienen a visitar este lugar.
—Es porque lo soy. Mis intenciones no son las mismas que la de los magnates. Vine por negocios, no para malgastar dinero a lo estúpido. Pero, descuida, créeme que volveré. Este sitio es muy interesante y no planeo perderme de todo lo que ofrece.
—Ten un lindo día, Julian —dijo ella, despidiéndose con un movimiento sutil de muñeca.
Julian solo movió la cabeza, asintiendo. Al salir de la tienda, se dirigió a su auto deportivo para montarse y conducir hacia el hospital donde su hermano lo esperaba en terapia intensiva. La misión, el ascenso, y Eleanor pasaron a un segundo plano. La realidad, por fin, había reclamado su atención.