Desde que era niña, siempre soñé con tener mi propia familia: un refugio donde sentirme segura y rodeada de personas que me amaran. Sin embargo, ese anhelo parecía inalcanzable, ya que crecí en un orfanato, un lugar donde las sonrisas eran escasas y el tiempo para los demás aún más. Me sentía invisible entre aquellos muros grises. Todo cambió el día en que cumplí la mayoría de edad; ya no podía quedarme allí. La directora del orfanato me ayudó a conseguir un trabajo en una empresa, sin imaginar que ese sería el comienzo de mi verdadera desgracia. Esta es la historia de mi vida, una travesía marcada por el amor y la traición
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Capitulo X Día diferente
Aquel día, Enrique la llevó a un encantador restaurante a la orilla del mar, donde desayunaron contemplando el hermoso azul del mar. La brisa fresca acariciaba suavemente el rostro de Cristina mientras ella admiraba cada detalle de aquella inmensidad que tenía frente a sus ojos. Era su primera vez en la playa, y la grandeza del océano la dejó extasiada.
"¡Es maravilloso" —murmuró Cristina, con el reflejo del cristalino del mar brillando en sus ojos.
Enrique la observaba con ternura, fascinado por la felicidad que iluminaba su rostro.
"¿Nunca habías venido a la playa?", preguntó con curiosidad.
Cristina negó con la cabeza, sin apartar la mirada de ese azul infinito.
"Solo lo había visto en fotos… pero nunca estuve realmente frente a él".
Enrique no podía creer que alguien tan joven no hubiera experimentado algo tan simple y grandioso. *¿Acaso vivía en una burbuja?* pensó para sí. "Me alegra ser quien te haga descubrir nuevas maravillas", dijo tomándola de la mano.
Ella giró hacia él con una sonrisa amplia y sincera que desarmó cualquier duda.
"Gracias por este momento tan hermoso", susurró, y Enrique sintió un estremecimiento profundo; nunca había conocido a alguien tan transparente y auténtico como ella.
"Esto es solo el comienzo de todo lo que quiero mostrarte", prometió él, apretando suavemente su mano entre las suyas.
Aunque debían regresar a la empresa después del desayuno, Enrique decidió dejar el trabajo a un lado por primera vez en mucho tiempo. Ambos merecían ese día para sí mismos, así que se quedaron disfrutando de la calidez del sol y el sonido relajante del mar.
"Gracias por este día", dijo Cristina apoyando su cabeza contra el pecho de Enrique. "Ha sido tan hermoso que siento que estoy viviendo un sueño".
Él la abrazó con más fuerza y respondió con voz firme pero dulce:
"De ahora en adelante, cumpliré todos tus sueños".
Enrique la sostuvo con ternura, como si en sus brazos guardara el tesoro más preciado. La brisa marina parecía susurrar palabras hermosas al oído de ambos, mientras el sol comenzaba a descender lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, mostrando una puesta de sol dedicada solo a ellos dos.
"Nunca imaginé que un día pudiera sentirse así", susurró Cristina, cerrando los ojos para grabar y guardar ese momento en su memoria.
Él acarició suavemente su cabello y le confesó: "Cada momento contigo es un descubrimiento, una historia que quiero escribir junto a ti".
El mar iba y venía en un vaivén que los invitaba a danzar con el, acompañando con el ritmo de los latidos acelerados de sus corazones. En ese pequeño rincón del mundo, lejos del ruido y las obligaciones, solo existían ellos dos.
Cristina apoyó su cabeza en el hombro de Enrique y sintió que, por primera vez, la vida tenía un color distinto, más lleno de vida y esperanza.
"Prométeme que no importa lo que pase, siempre encontraremos tiempo para estos momentos", pidió con voz suave.
Él le sonrió con una mezcla de cariño y determinación. "Lo prometo. Hoy me has enseñado lo maravilloso que es dejarse llevar por los sentimientos.
Mientras las estrellas empezaban a asomarse en el cielo nocturno, ambos permanecieron en silencio, dejando que el sonido del mar fuera la melodía perfecta para sellar ese instante inolvidable.
Era hora de volver a la realidad. El chófer de Enrique había ido por ellos, ya que al día siguiente tenían un sinfín de cosas por hacer. "Hora de volver a la ciudad", comentó Enrique con nostalgia.
"Sí, pero debemos prometer que volveremos", dijo Cristina con ilusión.
"Te lo prometo, regresaremos". Tras esa promesa, subieron al auto para regresar a la ciudad. Para Cristina, ese había sido el mejor día de su vida; mientras que para Enrique era un nuevo descubrimiento: por primera vez se sentía enamorado.
Una vez llegaron a la ciudad, Enrique le pidió a su chófer que los llevara al apartamento de Cristina. Ahora que lo pensaba, él no conocía nada de ella; ni siquiera dónde vivía ni quiénes eran sus padres.
Cuando llegaron a la dirección que ella había dado, Enrique se quedó sorprendido. El vecindario estaba en la zona más peligrosa de la ciudad y los edificios tenían fachadas antiguas y descuidadas. "¿Aquí es donde vives?" preguntó con cara de desaprobación.
Cristina se sintió incómoda por el tono en el que había hablado Enrique. "Así es. Por el momento es lo único que puedo pagar".
"Tú no te seguirás quedando en este lugar", dijo Enrique volviendo a su tono frío de antes.
"Sé que no estás acostumbrado a ver este tipo de lugares, pero es lo que puedo pagar", insistió Cristina, manteniendo su postura.
"Eres mi novia y se vería muy mal si los medios se enteran de que vives aquí", explicó Enrique con firmeza.
"Si te da pena pensar que tu novia es una persona de bajos recursos, entonces dejemos esto aquí", respondió ella, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor.
"Deja de decir tonterías... Baja del auto; iremos por tus cosas", ordenó Enrique.
"No son tonterías, es verdad. No somos del mismo mundo y al final esto nos afectará".
Enrique bajó del auto azotando la puerta al cerrarla, lo que hizo que Cristina brincara del susto. Abriendo la puerta del lado de la joven dijo: "Baja, por favor". Su voz sonaba más calmada.
Cristina respiró profundo y se dispuso a bajar del auto. "Ya bajé, ahora ¿qué?"
"Subamos a tu apartamento y hablemos", pidió Enrique con serenidad.
"Este lugar no es digno para usted; mejor vaya a su casa y descanse". Cristina sentía un nudo en el estómago; no quería que lo bonito que habían vivido terminara antes de empezar.
"Ya basta, Cristina. Vamos a tu apartamento. Solo quiero dejar las cosas claras". Enrique tomó el rostro de la joven entre sus manos, intentando hacerla sentir cómoda.
Finalmente, ella accedió a dejarlo subir a su apartamento. Al entrar al edificio, Enrique se dio cuenta de las carencias que ella enfrentaba: el lugar estaba oscuro por la falta de iluminación en el pasillo y el ascensor estaba dañado; les tocó subir las escaleras hasta el quinto piso. Al llegar al apartamento, Cristina procedió a abrir la puerta dejando pasar a su invitado.
Una vez dentro del apartamento, Enrique notó la falta de muebles donde sentarse; la sala era del tamaño de una caja de fósforos y esa misma sala se compartía con la pequeña cocina.
"Puedes hablar; no quiero que se te haga más tarde en este vecindario", dijo Cristina con tono cortante.
"No quiero que vivas aquí; yo puedo...".
"No, olvídalo. Yo viviré de acuerdo a mis posibilidades", interrumpió Cristina. "Te lo dije antes: no quiero que pienses que estoy contigo por dinero".
"Eso no lo pienso. Soy yo quien quiere darte una mayor comodidad; además quiero poder visitarte a cualquier hora sin miedo a ser secuestrado", explicó Enrique acercándose cuidadosamente a ella.
Cuando vio que Cristina bajó la guardia, la tomó entre sus brazos y la besó intensamente, como si temiera que ella saliera corriendo.
Él sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesto a desafiar los paradigmas de las clases sociales solo por estar al lado de ella.