Tras una traición que marcó su vida, Aurora Madrigal, una joven empresaria y madre soltera, lucha por sacar adelante la empresa que su padre le dejó antes de morir. Su mundo parece desmoronarse hasta que aparece Félix Palacios, un misterioso inversionista con un pasado que nadie conoce y un poder que pocos se atreven a enfrentar.
Lo que comienza como una alianza de negocios, pronto se transforma en un vínculo profundo, intenso e inevitable. Pero el amor entre ellos se ve amenazado por una red criminal liderada por Fabiola Montero, una mujer que arrastra un oscuro pasado con Aurora y está dispuesta a destruirla a cualquier costo.
Mientras las traiciones salen a la luz, los enemigos se acercan y las pasiones se desbordan, Aurora y Félix deberán luchar no solo por el éxito de su empresa… sino por su propia vida y por el amor que jamás pensaron encontrar.
Una historia de romance, venganza, secretos, traición y redención.
¿Hasta dónde llegarías por proteger a quien amas?
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CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 11
NARRADOR.
Esa noche, por primera vez desde que se unieron en matrimonio, Arturo no regresó a casa para dormir, Aurora aguardó sentada en el sofá, con los brazos cruzados y el corazón latiendo rápidamente. Miró el reloj una, dos, tres veces… hasta que el cansancio la venció. Despertó al amanecer, sintiendo un dolor agudo en el cuello. La luz filtrada a través de las cortinas indicaba el inicio de un nuevo día, sin embargo, la cama permanecía sin alteraciones. No había rastro de su esposo.
Se levantó de repente, con un sentimiento de angustia apretando su pecho. Cogió su teléfono y marcó su número, pero solo llegó al buzón de voz. Intentó nuevamente. Nada.
Una idea sombría cruzó su mente.
—¿Y si le ocurrió algo? —murmuró con voz temblorosa.
Se vistió rápidamente, eligiendo ropa cómoda pero elegante. Si no recibía noticias pronto, iría a su trabajo. Y si no obtenía respuestas allí, se dirigiría a la policía. Ya no estaba dispuesta a creer más mentiras.
Justo cuando estaba por salir, el teléfono sonó.
—¿Hola?
—Aurora… soy yo.
—¡Por Dios, Arturo! ¿Dónde te encuentras? Estaba asustada.
—Estoy en… la cárcel.
—¿Qué? ¿Cómo… por qué estás en la cárcel? ¿Estás bien?
—Sí, sí, no tengo mucho tiempo. Fue un malentendido. . . una pelea. Necesito que vengas. Tienes que pagar la fianza.
—¿En qué estación estás?
—Estación Norte.
—Voy en camino.
Aurora se subió a su automóvil y condujo a gran velocidad. La ansiedad le revolvía el estómago, pero no sabía si era por el embarazo… o por el temor a confirmar lo que había estado temiendo durante un tiempo.
Al llegar, se dirigió a un oficial.
—Vengo a ver a Arturo Domínguez. Es mi esposo.
—Deberás hablar con el oficial responsable.
La condujeron a una oficina pequeña donde le informaron que Arturo había sido arrestado por provocar una pelea en un club nocturno. Había dañado el lugar y, junto a otros dos hombres y una mujer, fue detenido.
—¿Un club? ¿Pero él no estaba en su trabajo? —preguntó Aurora, confundida.
El oficial, ajeno a su confusión, continuó hablando:
—La fianza es de dos mil dólares. Luego podrá salir, pero deberá asistir a la audiencia por daños a la propiedad.
Aurora asintió, sin decir nada. Solicitó pagar con su tarjeta de crédito. Mientras esperaba, le devolvieron las pertenencias de Arturo, incluyendo su teléfono móvil. Estaba apagado. Lo encendió para ver si había algún mensaje que aclarara la situación… pero pidió una huella para desbloquearse.
Y lo que más la impactó: la foto de su boda ya no era la imagen de fondo.
Un dolor invisible le apretó el corazón.
Estaba agotada. Agotada tanto física como emocionalmente. Exhausta de las disculpas, las justificaciones y los silencios. Cuando finalmente Arturo salió, tenía un ojo morado, el labio cortado y su ropa desgarrada.
Aurora le miró con la ceja levantada, pidiendo explicaciones. Sin embargo, él solo apartó la mirada y respondió:
—Estoy cansado. Hablaremos en casa.
Aurora soltó un suspiro. No pronunció palabra alguna. Simplemente se dio la vuelta y se dirigió al coche.
El trayecto fue mudo. Arturo parecía esperar que ella iniciara la conversación, que le atendiera, que le brindara apoyo. Pero Aurora estaba inexpresiva.
Al llegar al edificio, no entró al aparcamiento.
—Voy a trabajar —manifestó, sin mirarlo—. Tú descansa. Hablaremos esta noche.
—¿No te quedas? ¿No vas a ocuparte de mí? Me duele todo y no he comido.
Aurora volvió la cara con frialdad.
—Si lograste iniciar una pelea, puedes preparar un sándwich y tomar un analgésico. Tengo cosas más importantes que hacer.
Arturo la miró lleno de ira. Abrió la puerta del coche de un golpe, frustrado por su falta de reacción. Ya no era la esposa dulce y atenta que lo esperaba con la cena lista. Algo se había transformado… y no sabía cómo afrontarlo.
Aurora llegó a su trabajo con determinación. Subió directamente al nivel del departamento de ventas. No iba a dejar que la trataran mal. Estaba esperando un bebé. Y si Arturo la engañaba, no iba a permitir que su hijo creciera en un ambiente de mentiras.
Golpeó la puerta de la oficina del jefe de ventas. El hombre, serio y profesional, la atendió de inmediato.
—Señora Madrigal, qué gusto verla. ¿En qué le puedo ayudar?
—Seré clara. Quiero saber qué tareas está llevando a cabo mi esposo. Arturo Domínguez. ¿Qué proyecto lo mantiene tan ocupado que no llega a dormir y termina en la cárcel por pelear en un club?
El jefe de ventas frunció el ceño.
—¿La cárcel? No estaba al tanto… Pero lo que puedo decirle es que Arturo no tiene nuevos clientes. Los que gestionaba ya firmaron contratos hace varias semanas. No hay ningún proyecto nuevo para él.
El corazón de Aurora latía rápido.
—Eso era justo lo que necesitaba saber. Gracias.
—Si lo desea, puedo hablar con Recursos Humanos y despedirlo. Lamento no haber sabido que…
—No. No es necesario. Este es un asunto entre mi esposo y yo. Solo le pido discreción.
—Claro. Puede contar con eso.
Aurora salió de la oficina con pasos firmes.
La incertidumbre ya no era duda. Era una certeza.
Y ahora, más que nunca, sabía que no podía mostrar debilidad. Una vida crecía dentro de ella. Un corazón que latía por primera vez. Y ese hijo —su hijo— necesitaba una madre fuerte, decidida y valiente. Arturo había cavado su propia sepultura. Ahora ella iba a mirarlo a los ojos y exigirle la verdad. Sin temblar. Sin llorar. Y si necesitaba terminar su matrimonio… lo haría.
Porque Aurora Madrigal había sido educada con principios, con fortaleza y con dignidad. Y eso… no se lo iba a quitar a nadie.
Te felicito Autora por tan bella novela gracias por compartir ese talento con todas tus lectoras Dios te bendiga siempre 🫂😘🙏🇻🇪💐