"La casa donde aprendí a odiarme" es una novela profunda y desgarradora que sigue la vida de Aika, una adolescente marcada por la indiferencia de su madre y la preferencia constante hacia su hermano. Atrapada en una casa donde el amor nunca fue repartido de forma justa, Aika lidia con una depresión silenciosa que la consume desde dentro. Pero todo empieza a cambiar cuando conoce a Hikaru, un chico extraño que, sin prometer nada, comienza a ver en ella lo que nadie más quiso ver: su valor. Es una historia de dolor, resistencia, y de cómo incluso los corazones más rotos pueden volver a latir.
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Capítulo 9: Aunque no esté, sigo siendo su elección
El cuarto de Aika estaba oscuro, con las cortinas cerradas y el aire cargado por el encierro. El dolor de cabeza le latía en las sienes, y la fiebre le hacía arder los ojos. Tenía la garganta seca y el cuerpo tan pesado como si llevara piedras atadas a los tobillos. Ni siquiera se molestó en encender la lámpara cuando anocheció.
Por primera vez en mucho tiempo, no fue al colegio. No porque no quisiera —aunque últimamente siempre lo parecía—, sino porque simplemente no podía. Su cuerpo le estaba pidiendo descanso, aunque su mente siguiera girando como una rueda sin freno.
Estaba acostada, medio dormida, cuando el celular vibró a su lado. Lo miró entrecerrando los ojos. Era un mensaje de Kaori, una compañera de clase que casi nunca hablaba con ella.
> Hikaru se peleó con Luna en el patio. Por vos.
Aika se incorporó lentamente. La fiebre seguía ahí, como un animal pegado a su piel, pero el corazón empezó a latir con fuerza. Volvió a leer el mensaje. Dos veces. Tres. No era un error. No era un sueño.
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Esa mañana, en el colegio, Luna había llegado como siempre: radiante, segura de sí misma, con su falda un poco más corta de lo permitido y sus ojos bien abiertos buscando la atención que tanto necesitaba.
Se acercó a Hikaru en el pasillo del segundo piso, justo cuando él se dirigía al aula.
—¿Hoy tampoco vino tu sombra favorita? —dijo, refiriéndose a Aika con ese tono condescendiente que usaba cuando quería fingir simpatía.
Hikaru se detuvo. La miró. No sonrió.
—Está enferma.
—Ah, pobrecita… seguro nadie en su casa la cuida. Bueno, vos podrías hacerle compañía. Aunque dudo que quiera —comentó Luna, con una media sonrisa en los labios.
Él entrecerró los ojos, ya harto.
—¿Qué problema tenés con ella?
—¿Yo? Ninguno. Solo digo que… no sé si es la mejor compañía. Es rara. Callada. Siempre con cara de nada.
—¿Y? —respondió él, cruzándose de brazos—. Aika es más honesta que todos los que conozco. Incluyéndote a vos.
Luna dio un paso atrás, sin perder la sonrisa, aunque sus ojos se endurecieron.
—Hikaru… no te conviene estar con una chica como ella. Está rota.
Él se acercó un poco más. Su voz bajó, pero cada palabra era una puñalada bien dirigida.
—¿Y vos no? ¿O creés que la gente que necesita destruir a otros para sentirse importante está completa?
El silencio fue inmediato. Los alumnos que estaban cerca dejaron de hablar. Todo se congeló por un segundo.
Luna parpadeó rápido, como si intentara no mostrar debilidad.
—Solo estoy intentando ayudarte. No quiero que te hagan daño.
—Yo ya elegí. Y no sos vos —le dijo, sin apartar la mirada—. Estoy enamorado de Aika. Lo estoy desde hace tiempo, aunque ella no lo sepa.
Y entonces se fue, dejando atrás a Luna con su máscara hecha pedazos.
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Aika cerró el mensaje y dejó el celular a un costado. Tenía los ojos húmedos, pero no por la fiebre. Se tapó hasta la cabeza y apretó fuerte la manta entre los dedos.
Nadie jamás había salido a defenderla. Nadie. Siempre era ella contra todos. Ella y su silencio. Ella y su dolor. Pero ahora, en algún lugar, había alguien que había dicho su nombre en voz alta. Que había dicho que la quería.
Y aunque ella no hubiera estado ahí para escucharlo…
Aunque todavía no supiera si podía corresponderle sin miedo…
Aunque aún no pudiera con todo lo que sentía…
Por primera vez en años, Aika no se sintió sola.