Pesadillas terribles torturan la conciencia y cordura de un Detective. Su deseó de proteger a los suyos y recuperar a la mujer que ama, se ven destruidos por una gran telaraña de corrupción, traición, homicidios y lo perturbador de lo desconocido y lo que no es humano. La oscuridad consumirá su cordura o soportará la locura enfermiza que proyecta la luz rojo carmesí que late al fondo del corredor como un corazón enfermo.
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El Hombre Sin Ojos. Pt21.
Siempre fue un tipo extraño… un código moral torcido, pero un código al fin. Sin armas de fuego, solo carne, hueso y hojas afiladas de acero en las manos.
Y ahora… ahora estoy harto. Esto dejó de ser un simple caso. Tengo que llegar ante Demian cuanto antes. Si no, todo estallará en mi cara.
Tiene que saber que ni yo ni los Cráneo estamos metidos en esto, con excepción del traidor de los Cráneo.
Abro la primera foto que Héctor logró salvar. Apenas un grupo de Cráneos festejando en uno de sus bares del distrito Este. En el centro, el chico del callejón. Lo reconozco por los tatuajes en el cuello. Su rostro, en cambio, nada que ver con el que encontré destrozado en el callejón.
La siguiente… un culo. No sé de quién. Una línea de polvo blanco sobre la nalga derecha y, en la izquierda, un tatuaje grotesco: un conejo blanco comiendo una zanahoria. Infantil. Estúpido.
La tercera imagen: un grupo de chicas en un baño, posando entre risas. El imbécil debió meterse rápido y tomar la foto sin que lo notaran.
La cuarta: un auto tuneado, blanco, cubierto de grafitis. Sin placas. Un grupo de Cráneos posando sobre el capó y alrededor del coche. Reconozco a Jeison. A su derecha, el niño del callejón, haciendo las señas idiotas de los Cráneo Roto. Al costado izquierdo de Jeison, un poco más atrás, está el mismo tipo del video. Otros ocho Cráneos lo rodean. Identifico a algunos de otros arrestos, pero ni recuerdo sus nombres… ni me interesa. Con tres tengo suficiente.
La última foto… tomada a la rápida, desde un auto en movimiento. Se distingue al conductor: un hombre negro, rostro duro, nada de amigos. En el asiento trasero, un asiático con traje negro. A su lado, dos niñas con vestidos idénticos. Una más alta, mayor. La otra pequeña. ¿Quién mierda será ese asiático? Esta foto está fechada hoy, 01:23 AM. Diez minutos antes del video. El resto, semanas o meses atrás. Inútiles, salvo una: los Cráneo posando con el coche tuneado, hace tres días, a las 03:00 AM. Justo la hora en que suelen reunirse para carreras clandestinas en el distrito Este.
Estas fotos tendrán que ir al laboratorio. Que identifiquen a todos los rostros. Excepto, claro, la del culo. Esa no servirá para nada.
Miro a Héctor. Sus ojos siguen clavados en la carretera, como si armara el rompecabezas al mismo tiempo que yo. Respiro hondo.
—Bien… este puto video se lo tenemos que mandar a Tom. Él sabrá qué mierda hacer con respecto al federal. Mándale las fotos al laboratorio, pero no el video. No confío en los idiotas del turno diurno. Mejor que el video quede solo entre los del círculo. También mándaselo al teniente… y a nadie más.
Me detengo, pienso.
—El traidor de los Cráneo no lo reconozco. De seguro es nuevo en la pandilla. Tenemos que averiguar de dónde mierda salió, y cómo se acercó tanto a Jeison como para salir en fotos con él. Jeison siempre fue cuidadoso con esas cosas. Cree que si se deja ver con cualquier idiota, le tendrán menos miedo. Estúpido niño… siempre hace idioteces.
Los ojos de Héctor siguen fijos en la carretera. No me mira. Solo responde:
—Ya lo hice. Tranquilo. Sé cómo tenemos que llevar esto. Ahora solo tenemos que concentrarnos en Demian y evitar que salga antes del mediodía a cortar cabezas. Y entiende algo: ahora estás hasta el cuello. Obviamente, el puto federal del video se refería a ti cuando habló del detective del que se tenía que encargar.
Trago saliva. Héctor acelera apenas.
—Por ahora ya estamos llegando con Demian. Será mejor que nos alistemos… por si tenemos que salir de su guarida a balazos.
—Bien, hagámoslo —le digo—. Detente en ese callejón. Me pondré el puto chaleco blindado.
Héctor obedece. Baja la velocidad y mete el Mustang en un callejón estrecho. El motor ruge antes de apagarse. Bajo del coche. El sol de la mañana me da en la nuca, todavía fría por todo lo que está pasando. Es extraño… la calidez me relaja, aunque preferiría que lloviera. Siempre pensé mejor bajo la tormenta, con truenos retumbando. No sé por qué. El sol y los pájaros solo me encabronan. Será que soy un amargado. Sí, lo soy.
Héctor abre la maleta del coche. Me acerco, me quito el abrigo, luego la camisa. Una mancha rojiza en el hombro. La observo. ¿De dónde salió? ¿Del cabrón del callejón? ¿O de otra cosa? Mierda… mi cabeza ya no distingue qué recuerdos son míos y cuáles son burlas de mi propia cordura.
El sol me encandila. No traje las gafas. Maldición.
Tomo el chaleco blindado. El cuero áspero me devuelve a la realidad. Me lo coloco, ajusto las correas. El peso extra me recuerda las veces que me ha salvado de las balas. Walli siempre refuerza nuestros chalecos con materiales que él mismo desarrolla, mejores que el Kevlar. Incluso patentó varios para el ejército. Dinero no le falta. Pero nunca deja su puesto en la comisaría. Mejor así: mientras esté ahí, sé que tendré armas y protección.
Me acomodo el chaleco. Me pongo la camisa encima, que huele a ceniza y sudor. Debí cambiarme antes de salir. Me ajusto la Beretta en su funda, y a mi lado la Glock, celosa. Pero sabe que es mi amada. La Beretta solo entra en juego en ocasiones como esta. Me pongo la chaqueta y, casi por inercia, palpo el bolsillo secreto. La libreta negra está ahí. La saco, la observo. El cuero frío. El tacto me provoca un escalofrío que recorre toda mi piel, como si respirara dentro de mi abrigo. La guardo de nuevo.
Héctor ya terminó de ajustarse el chaleco. Estamos listos.
Subo de nuevo al asiento del copiloto. Héctor enciende el motor. Tomo mi taza de café, aún tibio. Bebo un gran trago. Canela con miel. Héctor siempre endulza el infierno. Respiro.
Enciendo un cigarrillo. El humo invade el Mustang. Héctor baja la ventanilla y me dice:
—Dame uno. Me duele la cabeza de tanto pensar.
Le paso el que recién encendí. Lo fuma sin reparos. Yo enciendo otro. Aspiro con fuerza mientras miro la ciudad por la ventana: el pavimento húmedo, el sol golpeando el asfalto.
Cada minuto que pasa… es otro idiota repitiendo la historia de que yo destrocé al chico Cráneo en el callejón.