Violeta Meil siempre tuvo todo: belleza, dinero y una vida perfecta.
Hija de una de las familias más ricas del país M, jamás imaginó que su destino cambiaría tan rápido.
Recién graduada, consigue un puesto en la poderosa empresa de los Sen, una dinastía de magnates tecnológicos. Allí conoce a Damien Sen, el frío y arrogante heredero que parece disfrutar haciéndole la vida imposible.
Pero cuando la familia Meil enfrenta una crisis económica, su padre decide sellar un compromiso arreglado con Damien.
Ella no lo ama.
Él tiene a otra.
Y sin embargo… el destino no entiende de contratos.
Entre lujo, secretos y corazones rotos, Violeta descubrirá que el verdadero poder no está en el dinero, sino en saber quién controla el juego del amor.
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Reencuentro amargo
**Capítulo 13: **Reencuentro amargo
(Desde la perspectiva de Violeta Meil)
No había sido una semana fácil.
Ni un solo día.
Desde que mi abuela anunció el compromiso con la familia Sen, mi vida se convirtió en una agenda sin respiro.
Entre modistas, diseñadores, flores, citas y decisiones que yo no tomaba, cada segundo me recordaba que mi destino había dejado de pertenecerme.
La modista ya me había visitado tres veces.
Mi madre, Amelia, se encargó de todo el diseño del vestido, desde el tipo de encaje hasta la caída de la falda.
Yo solo estuve allí, parada frente al espejo, fingiendo interés mientras por dentro sentía que me estaban preparando para mi propio funeral.
Hoy era el gran día.
La familia Sen llegaba al país M para acordar la fecha definitiva de la boda.
Y yo… tenía que volver a ver a Damien Sen.
Solo pensar en su nombre me revolvía el estómago.
El recuerdo de nuestra última conversación seguía nítido: su mirada fría, su tono sarcástico, la forma en que me dejó marchar sin un ápice de emoción.
Era el tipo de hombre que te hacía sentir invisible incluso cuando te estaba mirando.
Suspiré frente al espejo mientras la estilista terminaba de rizarme el cabello.
El vestido azul pálido que mi madre había elegido caía con elegancia sobre mis hombros, resaltando el tono claro de mi piel.
Me veía… bien.
Hermosa, incluso.
Pero ¿de qué servía eso si por dentro me sentía vacía?
Mi madre entró al vestidor con una sonrisa forzada.
—Estás preciosa, hija. —Me acomodó un mechón con cuidado—. Recuerda mantener la compostura. Hoy es un día importante para todos nosotros.
Asentí sin decir nada.
Mi abuela, que descansaba en el sillón cercano, alzó la vista con esa mirada que lo veía todo.
—Debes dar una buena impresión, Violeta. Los Sen son una familia orgullosa. No puedes permitir que piensen que dudamos del compromiso.
Buena impresión.
Compromiso.
Palabras vacías que ya no tenían sentido.
—Sí, abuela —murmuré, mirando mi reflejo una vez más—. Haré lo que esperan de mí.
La mansión Meil brillaba como nunca.
Los ventanales relucían, las flores adornaban cada rincón y los sirvientes corrían de un lado a otro asegurándose de que todo estuviera perfecto.
Era una escena digna de una película de ensueño, solo que yo era la protagonista de una pesadilla.
El sonido de los motores en la entrada anunció la llegada de los invitados.
Mi corazón comenzó a golpear con fuerza.
Sentí que el aire se espesaba.
—Ya están aquí —susurró mi madre con una sonrisa nerviosa.
Desde el ventanal vi descender a tres personas primero:
Vlader Sen, imponente y serio como siempre se le veía en las revistas de negocios.
Aurora Sen, elegante, con un vestido blanco que irradiaba distinción.
Y Rosa Sen… la abuela.
La misma mujer que, según mi abuela, había orquestado todo esto.
Y detrás de ellos…
Él.
Damien Sen.
Con ese traje negro perfectamente ajustado, la corbata ligeramente suelta, el porte altivo.
Cada paso que daba exudaba poder y frialdad.
Y aunque no quería mirarlo, mis ojos se negaron a apartarse.
—Por favor, Violeta, sonríe —susurró mi madre entre dientes.
Fingí una sonrisa.
La clase de sonrisa que dolía mantener.
Los recibimos en la entrada principal.
Mis padres fueron los primeros en acercarse, saludando con respeto y cordialidad.
Yo esperé un poco más atrás, deseando ser invisible.
Pero la voz de mi abuela me empujó al frente.
—Aquí está nuestra Violeta —dijo con orgullo—. ¿No es hermosa?
Aurora Sen fue la primera en acercarse, tomando mis manos con calidez.
—Pero qué niña tan encantadora. Eres realmente preciosa, querida. Pareces una muñeca.
Vlader asintió con aprobación.
—Hermosa, sí. Muy parecida a su madre en sus tiempos jóvenes.
—Definitivamente una buena elección —añadió Rosa Sen, con una sonrisa casi triunfante.
Yo solo incliné la cabeza, sintiendo el peso de cada palabra.
Y entonces, sentí su mirada.
Damien no había dicho nada.
Pero sus ojos, fríos y calculadores, me atravesaron como un cuchillo.
Era una mezcla de desprecio y algo más… algo que no quería descifrar.
Mis padres, quizá por incomodidad o por tratar de suavizar el ambiente, intervinieron.
—Y Damien —dijo mi padre con amabilidad—, debo decir que eres un joven muy apuesto. Casi no parece real lo que dicen de ti en los medios, pero ahora veo que todo es cierto.
Yo tuve que morderme la lengua para no reír con sarcasmo.
“Sí, extremadamente guapo y sexy… lástima que también sea un completo loco”, pensé.
Nos invitaron al comedor principal, donde ya estaba todo preparado.
El mantel blanco, la vajilla fina, las copas de cristal… todo era impecable.
El tipo de perfección que resulta insoportable cuando tu vida se está desmoronando.
Durante la comida, la conversación fluyó entre los adultos.
Negocios, empresas, inversiones.
Yo apenas probé bocado.
No podía.
Cada vez que levantaba la vista, Damien estaba ahí.
Callado.
Inmóvil.
Pero su mirada…
Era como si cada gesto mío lo irritara.
Rosa Sen fue la que finalmente llevó el tema principal a la mesa.
—Entonces, Amelia, Rodrigo… ¿han pensado en la fecha para la boda? —preguntó con un tono dulce, aunque en su mirada había una firmeza inquebrantable.
Mi padre tragó saliva.
—Sí, señora Rosa. Creemos que un mes sería lo ideal. Así habrá tiempo suficiente para los preparativos.
Aurora sonrió.
—Perfecto. Un mes es más que razonable. Será un evento que recordará toda la sociedad.
Mi estómago se contrajo.
Un mes.
Treinta días.
Era lo que me quedaba de libertad.
Cuando la comida terminó, todos se dirigieron al salón principal para el té.
Yo trataba de mantenerme en pie, aunque sentía las piernas débiles.
La abuela de Damien se acercó a mí con paso lento, pero con una energía que no se correspondía con su edad.
Me tomó la mano suavemente.
—Violeta, querida —dijo con voz amable—, sé que esto puede parecer repentino, pero te pido que tengas paciencia con mi nieto. Damien puede parecer… difícil, pero en el fondo tiene un buen corazón.
Sonreí con esfuerzo.
Si tan solo ella supiera lo que había detrás de esa mirada.
Antes de que pudiera responder, una voz masculina interrumpió la conversación.
—¿Paciencia conmigo? —Damien estaba justo detrás de nosotras, con ese tono cargado de sarcasmo que me ponía los nervios de punta—. Pensé que estabas demasiado enferma, abuela, como para dar consejos sentimentales.
Rosa Sen lo miró con severidad.
—Damien…
Él sonrió apenas.
—Solo digo la verdad. —Entonces, giró hacia mí—. Necesitamos hablar.
Su tono fue una orden disfrazada de petición.
Rosa Sen, lejos de detenerlo, sonrió satisfecha.
—Me parece una excelente idea. Será bueno que se conozcan un poco más antes de la boda.
Yo habría preferido un castigo divino antes que quedarme a solas con él, pero no tenía opción.
Asentí con frialdad y lo seguí hasta el jardín trasero de la mansión.
El aire fresco de la tarde no alivió mi tensión.
El sonido de sus pasos tras de mí era pesado, autoritario.
Cuando nos detuvimos junto a la fuente central, me giré para enfrentarlo.
—¿Qué quieres, Damien? —pregunté, cruzándome de brazos.
—Debería ser yo quien haga esa pregunta —respondió con voz baja pero cargada de veneno—. Así que era esto.
—¿Esto?
—Tu pequeño plan. —Se acercó un paso más, mirándome con esa intensidad que me hacía contener el aliento—. Ahora entiendo por qué entraste a trabajar en mi empresa. No era casualidad, ¿verdad? Todo era parte de tu estrategia para atraparme.
Lo miré incrédula.
—¿Estás delirando? Yo no sabía nada de este matrimonio hasta hace unos días.
Rió con sarcasmo.
—Claro, seguro. Y tu familia tampoco, ¿no? Qué conveniente.
—No tengo por qué darte explicaciones —repliqué con firmeza—. Créeme, si de mí dependiera, esto jamás estaría ocurriendo.
Damien me sostuvo la mirada unos segundos.
Había algo oscuro en sus ojos.
No solo enojo… sino decepción.
—Perfecto —dijo finalmente—. Si ambos estamos de acuerdo en que esto es una farsa, será más fácil.
Fruncí el ceño.
—¿Qué estás insinuando?
Él se inclinó levemente hacia mí, lo suficiente para que pudiera sentir el roce helado de su voz.
—Que este matrimonio tiene fecha de caducidad. Un año, Violeta. Solo uno.
Y te aseguro que cuando acabe, vas a rogar no volver a cruzarte conmigo jamás.
Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo.
No era miedo.
Era rabia.
Rabia porque ese hombre tenía el don de hacerme sentir pequeña, incluso cuando sabía que no debía.
—No te preocupes —le respondí con ironía—. No pienso durar ni un día más de lo necesario a tu lado.
Damien sonrió apenas, esa sonrisa fría que dolía más que cualquier insulto.
—Veremos cuánto aguantas, Violeta Meil.
Se dio media vuelta y se marchó, dejándome sola frente a la fuente.
El sonido del agua fue lo único que quedó entre nosotros, junto con la certeza de que ese matrimonio no sería un cuento de hadas… sino una guerra silenciosa.
Mientras lo veía alejarse, sentí que algo dentro de mí se quebraba.
Porque por más que lo negara, había algo en su forma de mirarme… una chispa fugaz de algo que no era solo odio.
Y eso era lo que más me aterraba.