¿EL PECADO ES EL ÚNICO CAMINO? UN AMOR PROHIBIDO NACIDO DE UNA MALDICIÓN...
Aiden, un hombre al borde de los cuarenta, huye con su sobrina y se convierte en el "conserje" de la mafia, limpiando escenas del crimen. Ambos esconden un oscuro secreto: son Shadowborn, seres mitad vivos y mitad muertos, destinados a procrear con sus propios sobrinos-tíos y así perpetuar una ancestral maldición. Aiden lucha contra el amor prohibido que su sobrina, de manera enfermiza, le profesa. Sin embargo, una amenaza los arrastra al "otro lado," un lugar donde un macabro juego podría otorgarles la libertad, pero a un precio que desafiará todos sus límites. ¿Será capaz Aiden acabar con la maldición? ¿Podrá liberar a su sobrina de aquel amor maldito entre ambos? ¿O vagarán en la oscuridad por toda la eternidad?
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CAPÍTULO 11
La chica con ojos rosas estaba llorando, adolorida y sin decir una sola palabra, ante la imponente presencia del hombre que era su salvador. Sin embargo, este, al verla más de cerca, dejó a un lado el mozo, mientras lágrimas recorrían sus mejillas.
—Amor...—susurró mientras se acercaba—¡Gracias a Dios te encontré!
Dejando atrás su semblante frío y serio, una dulzura sin igual se reflejó en su mirada. Pero esta, al no reconocerlo, aún aterrorizada, solo retrocedió.
—¿Quién... quién eres?—preguntó la chica.
—¿Cómo?—cuestionó confundido—Rosalyn, ¡soy tu esposo, Solomon!
Extrañado por la actitud de ella, intentó acercarse preocupado por el estado en el que estaba; sin embargo, esta no se lo había permitido. De repente, comenzaría a tiritar por el frío que sentía a causa de una bata empapada de agua. Pero al no tener más ropa, tuvo que habérsela dejado.
—¡¿Y tu ropa?! ¡Estás congelada, Rosa!—dijo mientras se levantaba,
Quitándose el abrigo de su traje, procedió a pasárselo a su esposa para que esta se lo pusiera, pero ella se negaba. Al final, aceptó colocárselo, pero este debía darse la vuelta para que no la viera cambiarse. Con cautela iba a cambiarse la ropa, notando que se había cortado las manos y brazos.
—Sangre...—respondió tambaleándose un poco—debieron haber sido los frascos...
Ignorando el pedido de su esposa, Solomon se dio la vuelta y notó que esta, al momento de caerse, lo había hecho sobre varios trozos de vidrio. Sin darle tiempo de negarse, la tomó entra sus brazos y la metió en la piscina con agua transparente y clara.
Sorprendida al notar como, su cuerpo, en contacto con aquellas aguas surrealistas, hacían que sus heridas comenzaran a sanar, observó anonadada al hombre. Sintiéndose embriaga por el olor de su perfume, sintió un poco de tranquilidad mientras sus mejillas se sonrojaban gracias al calor que el cuerpo de su salvador le transmitía.
—Gracias—dijo Rosa.
Bajando un poco su mirada, luego de cambiarse la ropa, tras ser acariciada en la punta de nariz por el hombre que decía ser su esposo, Rosa se quedó en silencio por varios segundos.
—¿Sabes cuánto te he estado buscando?—preguntó Solomon—¡Me alegro tanto verte, mi amor!
—Lo siento...—respondió un poco avergonzada—yo...yo no recuerdo.
—¿No recuerdas qué cosa?—cuestionó confundida—¿Rosa?
—¿Yo me llamo Rosa?—preguntó con más confianza—cuando me desperté, no recordaba nada de cómo llegué. Lamento si lo ofendo, pero tampoco lo recuerdo a usted.
Mostrando una mirada aterrorizada, acarició con suavidad sus mejillas, haciéndola sentir un poco segura mientras contenía unas lágrimas. Con sus ojos rojos y ojeras marcadas, como si hubiera estado preocupado por ella por bastante tiempo, sacó un poco apresurado su celular.
—Mira—le dijo mostrándole la pantalla del móvil—estas son fotos de nuestra boda.
En efecto, después de varios segundos, había encontrado almacenadas fotografías de lo que parecía ser una boda tanto civil como religiosa. En ambas ceremonias, aunque estaba vestida con dos atuendos distintos de novia, en ambas era ella la que estaba al lado de Solomon.
No obstante, su corazón estaba un poco inquieto. Ya que si bien podía reconocerse a ella misma en dichas fotografías, seguía sin poder recordar tan siquiera en que año se había casado con Solomon. Pero fue realmente lo último que le dijo que llamó mucho más su atención.
—No sé cuánto tiempo ha pasado, pero llegamos acá después de regresar de la casa de mis padres—dijo Solomon acariciando su cabello—les habíamos dado la noticia de que estás embarazada; sin embargo, en medio del camino, todo se puso oscuro y lo primero que recuerdo tras eso es que ya no estábamos en el carro.
—¿Usted también despertó acá adentro?—preguntó curiosa.
—Sí, pero no me digas "usted"—respondió con una leve sonrisa—soy tu esposo, puedes tutearme, ¿de acuerdo?
—Entiendo—dijo Rosa—yo...mi bebé...no sé qué me pasó.
Solomon la abrazó a medida que comenzaba a llorar, preocupado por la situación del niño en su vientre y la razón por la cual había despertado ella desnuda. Sin nada más que poder hacer, la ayudó a levantarse y volvió a agacharse.
—¿Solomon?—preguntó confundida Rosa.
—Sube a mi espalda—le dijo—encontré una nota tiempo atrás, puede que haya una forma de salir.
—¿Por qué no te fuiste?—cuestionó dudosa.
—¡¿Pero qué cosas dices, cariño?! ¡Eres mi mujer! ¿Cómo crees que te dejaré tirada en este lugar tan extraño?—respondió aún agachado—¡Ahora vamos, sube a mi espalda!
Un poco avergonzada por no tener ropa interior, pero sintiéndose débil y sin ganas de querer ser una carga para quien decía su esposo, decidió aceptar su oferta y dejar que la cargara en su espalda. Aunque tenía las fotos como prueba, seguía un poco indecisa, pero a no tener nadie con quien confiar, tenía que dejarse guiar por Solomon.
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Después de varios minutos de caminata, donde seguían encontrando extraños pozos, piscinas sin sentido alguno y plazas de comida abandonadas, lograron encontrar una sala que le detuvo su corazón por el terror que daba.
—No veas—le dijo Solomon.
Asintió mientras sujetaba con fuerza el cuello de su esposo, temblando del miedo que tenía. Solomon, con precaución, tomó el mazo que había usado para defenderla de aquella criatura y con fuerza avanzó por el puente que habían encontrado.
Según lo que había leído en la nota que él había encontrado, había una salida detrás de una puerta que se ubicaba al final de un puente, en medio de un enorme pozo de agua negra. Lo inquietante no era el pozo en sí o la oscuridad que había en este, así como los extraños sonidos que provenían de este.
Lo verdadera aterrador eran los miles de maniquíes colgando, en posiciones extrañas y tan grotescas, que parecía dantesco. La piel de dichos muñecos infernales, parecida al mármol blanco, estaba agrietada y por los espacios salía lo que parecía ser sangre.
Negando con la cabeza, siguió avanzando hasta la puerta ubicada en el centro del pozo, sintiendo una tortura lo largo que era el puente. Extrañado porque al parecer no había una pared detrás de esta, decidió abrirla con su mano izquierda. Nada perdería en aquel lugar si le daba un vistazo a lo que había detrás.