El Prisionero Y La Reencarnada

En sus sueños, las imágenes no eran confusas ni fragmentadas. Eran recuerdos completos, vívidos, como si alguien hubiese abierto un libro dentro de su mente.

Vio la vida de Ginger Evenhart.

Era una joven hermosa, siempre rodeada de atención. Vestidos finos, risas en los salones, elogios constantes. Había crecido amada, protegida, mimada, sin conocer la escasez ni el verdadero miedo. No destacaba por talentos especiales ni por una inteligencia brillante; su valor en la sociedad de Mercia provenía de algo mucho más simple y poderoso.. el apellido Evenhart.

Su familia era dueña de extensas minas de cristales mágicos y piedras preciosas, el corazón económico del reino. Gracias a esas minas, los templos se iluminaban con magia pura y la corte jamás carecía de riquezas. Ginger siempre había sido consciente de su posición, pero nunca la había cuestionado.

Hasta ahora.

El sueño cambió, llevándola a una mañana tranquila, iluminada por el sol que entraba por los ventanales del comedor familiar. Ginger o mejor dicho, Marina dentro de Ginger.. estaba sentada a la mesa, escuchando distraídamente mientras los sirvientes servían el desayuno.

Entonces su padre habló.

El duque Evenhart, un hombre de porte imponente y voz firme, dejó la taza sobre el platillo y dijo con absoluta calma..

- Han capturado a Alban Mortis.

Las risas se apagaron. Ginger recordó haber levantado la mirada con curiosidad, no con preocupación.

- ¿El traidor? - preguntó uno de sus hermanos con desdén.

- El mismo - respondió el duque- . Intentó alzarse contra el reino después de la muerte de su tío. Una locura peligrosa.

Marina sintió un nudo en el pecho, aunque la Ginger de aquel recuerdo no lo había sentido.

- ¿Qué harán con él, padre? - preguntó Ginger con voz ligera, casi aburrida.

El duque cortó su pan con tranquilidad antes de responder..

- Nada apresurado. Está en los calabozos del castillo. Francamente, espero que muera allí. Mercia no necesita más símbolos de traición.

Las palabras cayeron como una sentencia.

Marina quiso gritar. Quiso decir que Alban había sido engañado, que había vivido una mentira impuesta por Aldren, que el verdadero traidor ya estaba muerto. Pero en el recuerdo, Ginger solo asintió, indiferente.

- Me alegra saberlo - había dicho- . Arruinó la paz del reino.

El sueño se quebró en ese instante.

Marina sintió un dolor profundo, distinto al de la ansiedad. Era culpa. Ella sabía la verdad que Ginger jamás había querido conocer. Sabía que Alban Mortis no era solo un villano… era una víctima.

Y ahora estaba encarcelado, esperando morir lentamente, mientras ella despertaba en el cuerpo de alguien que representaba todo aquello que lo había destruido.. privilegio, poder, silencio.

Antes de despertar, una última imagen apareció en la oscuridad del sueño.

Un calabozo frío.

Un hombre encadenado, de cabello oscuro y mirada agotada.

Y unos ojos que se abrían lentamente, como si, de algún modo imposible…

La estuvieran mirando a ella.

Durante los días siguientes, Ginger casi no salió de su habitación.

Las cortinas permanecían a medio cerrar y el tiempo parecía pasar lento, espeso, como si el castillo mismo respetara su silencio. Oficialmente, todos creían que la joven señorita aún se recuperaba del desmayo y del fuerte dolor de cabeza. Nadie la presionó. Nadie se atrevió.

Su padre, Grayson Evenhart, fue el primero en visitarla. Entró con pasos suaves, muy distintos al hombre severo que gobernaba minas y contratos.

- Pequeña joya - dijo, usando el apodo que le había dado desde niña- . ¿Te sientes mejor hoy?

Ginger asintió, forzando una leve sonrisa. Grayson se sentó a su lado, le acomodó un mechón de cabello con torpeza y ordenó que no la molestaran.

- Descansa. Todo lo que necesites, lo tendrás.

Después vinieron sus hermanos.

Greofrey, el mayor, serio y protector, se apoyó en el marco de la puerta como si vigilara el mundo entero para que nada la alcanzara. Gareth, más jovial, trató de hacerla reír contando anécdotas absurdas de la corte.

- Si no quieres ir al baile, lo cancelamos - dijo Gareth- . Nadie se atreverá a contradecir a los Evenhart.

La amaban. La consentían. Para ellos, Ginger era frágil, preciosa… intocable.

Y eso, precisamente, era lo que más le dolía.

Cuando finalmente se quedaba sola y el silencio volvía a envolver la habitación, Ginger se levantaba de la cama y sacaba un cuaderno de tapas oscuras, escondido en el fondo de un cajón.

Sus manos temblaban al abrirlo.

Allí comenzó a escribir todo lo que recordaba de la novela.

Fechas.

Nombres.

Eventos que aún no habían ocurrido.

Ginger mordía el borde de la pluma, pensando.

[Si él muere aquí… nunca tendrá oportunidad de redención]

Anotó también lo que sabía de sí misma, de Ginger Evenhart en la historia original..

No participa.

No cuestiona.

Vive protegida y ajena al sufrimiento.

Cerró el cuaderno con fuerza.

[Eso ya no va a pasar]

Sabía que no tenía habilidades mágicas, ni poder político directo. Pero tenía algo igual de peligroso.. acceso. Un apellido que abría puertas. Una familia que confiaba ciegamente en ella. Y un conocimiento del futuro que nadie más poseía.

Se acercó a la ventana y miró hacia el castillo real, visible a lo lejos.

Allí, en lo profundo de sus muros, Alban Mortis esperaba su final.

[Aguanta un poco más No voy a dejar que mueras como un villano… si nunca lo fuiste.]

Esa noche, Ginger volvió a su escritorio y escribió una sola frase, subrayándola con decisión..

Primer paso.. verlo con mis propios ojos.

Y por primera vez desde que despertó en ese mundo, dejó de temblar.