En un pintoresco pueblo, Victoria Torres, una joven de dieciséis años, se enfrenta a los retos de la vida con sueños e ilusiones. Su mundo cambia drásticamente cuando se enamora de Martín Sierra, el chico más popular de la escuela. Sin embargo, su relación, marcada por el secreto y la rebeldía, culmina en un giro inesperado: un embarazo no planeado. La desilusión y el rechazo de Martín, junto con la furia de su estricto padre, empujan a Victoria a un viaje lleno de sacrificios y desafíos. A pesar de su juventud, toma la valiente decisión de criar a sus tres hijos, luchando por un futuro mejor. Esta es la historia de una madre que, a través del dolor y la adversidad, descubre su fortaleza interior y el verdadero significado del amor y la familia.
Mientras Victoria lucha por sacar adelante a sus trillizos, en la capital un hombre sufre un divorcio por no poder tener hijos. es estéril.
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Capitulo 24.
El sol aún no se asomaba por completo cuando Victoria terminó de empacar las últimas cosas en una maleta grande. Junto a ella, tres pequeñas mochilas con dibujos infantiles esperaban sobre la cama, listas para acompañar a Valeria, Valentina y Victor en una nueva aventura.
Doña María entró en la habitación, secándose las manos en su delantal. Miró las maletas, luego a Victoria, y suspiró con ternura.
—¿Lista, hija?
Victoria la miró con los ojos húmedos y asintió.
—Sí, abuela… lista para comenzar desde cero. Otra vez.
—Estás haciendo lo correcto —dijo doña María, acercándose a abrazarla—. Tus hijos merecen un futuro mejor, y tú necesitas una oportunidad justa.
—Gracias por todo, abuela. Por los años que me cobijó, por cuidar de mis hijos, por enseñarme tanto.
—Y seguiré estando —dijo con una sonrisa cariñosa—. Esta siempre será tu casa, y los esperamos cada vez que quieran venir.
Carlitos, que había estado escuchando en silencio desde la puerta, entró con una caja pequeña entre los brazos. Se la acercó a los trillizos, que estaban sentados en la cama con sus zapatos puestos, listos para partir y les habló como todo un hermano mayor.
—Tomen, es para ustedes —dijo con una sonrisa tímida—. Para que no me olviden.
Valeria abrió la caja y encontró un peluche de dinosaurio. Valentina sacó un peluche de un gato , y Victor recibió un cochecito rojo con las ruedas gastadas.
—¡Gracias, Carlitos! —gritaron los tres abrazándolo al mismo tiempo.
—Se portan bien, ¿sí? Ayuden a mamá, no peleen entre ustedes y coman todo lo que les den. ¿Prometido?
—¡Prometido! —respondieron al unísono y alzaron sus manitas en señal de promesa.
El almuerzo fue sencillo pero cargado de emoción. Arroz con pollo, jugo de guayaba y natilla de postre. Doña María sirvió los platos mientras contenía el llanto. Carlitos apenas probó bocado, aunque trataba de no mostrar tristeza.
Después de recoger la mesa, todos salieron hasta la acera frente a la pensión. El taxi ya esperaba con el maletero abierto.
Victoria abrazó fuerte a Carlitos.
—Cuida a tu abuela, ¿sí? Y sigue estudiando con juicio. Primero venir cada que pueda y los llamaré a diario.
—Sí, tía. Te lo prometo —le respondió mientras le daba un beso en la mejilla_. Te quiero un muchísimo. Gracias por todo lo que enseñaste.
_Yo también te quiero mucho mi niño hermoso.
Cuando por fin subieron al taxi, los trillizos sacaron las manos por la ventanilla para decir adiós. Doña María se persignó varias veces y gritó entre lágrimas:
—¡Dios me los bendiga siempre!
Victoria lloró en silencio durante gran parte del trayecto, con sus hijos dormidos sobre su regazo. Sabía que hacía lo correcto, pero eso no le quitaba el dolor de dejar el único lugar que había sido su hogar por más de tres años.
...
Al llegar al conjunto campestre, la entrada principal se abrió lentamente. El personal de servicio ya estaba esperando. Una mujer joven los recibió con una sonrisa:
—¡Bienvenidos, Victoria! Soy Claudia, la encargada de las áreas comunes. Ven, te mostraré tu casa.
La pequeña vivienda que Delcy le había prometido era aún más acogedora de lo que recordaba: dos habitaciones limpias, una cocina con estufa nueva, baño con agua caliente y un pequeño patio con árboles de mango.
—¡Mami, esta casa es bonita! —gritó Valentina al correr hacia la ventana.
—¡Yo quiero dormir aquí! —añadió Valeria, apuntando una de las camas.
Victor se lanzó sobre un colchón y rió con los brazos abiertos.
Al rato, llegó Delcy acompañada de su esposo, un hombre amable de bigote grueso y sonrisa tranquila. Junto a ellos venía un niño de unos nueve años, delgado, de piel morena y ojos traviesos.
—Él es mi hijo, Mauricio —dijo Delcy—. ¿Por qué no los llevas a jugar al jardín mientras hablo con su mamá?
—¡Claro! ¿Vamos? —preguntó Mauricio.
_¿Podemos , ir mamá? _preguntó Victoria a su mamá. Victoria asintió.
Los trillizos siguieron a Mauricio sin dudar. A los pocos minutos ya estaban corriendo por el jardín trasero, jugando a las escondidas entre los arbustos.
Delcy se sentó junto a Victoria en el pequeño comedor.
—¿Cómo te sientes?
—Agradecida… un poco nerviosa, pero con ganas de hacerlo bien.
—No dudo que lo harás. Eres una mujer fuerte, y aquí valoramos eso. Tómate estos días para adaptarte. Lisseth te guiará con la rutina, y si necesitas algo, dímelo sin pena.
Victoria asintió, aliviada.
...
Una semana después…
Victoria ya se sentía parte de la rutina. Se levantaba a las cinco de la mañana, preparaba el desayuno para sus hijos, los dejaba dormidos mientras ella comenzaba con la limpieza de las áreas principales de la casa Narváez. A media mañana ayudaba en la cocina, luego lavaba la ropa y revisaba que todo estuviera en orden, siempre al pendiente de sus pequeños, que se iban a sentar en una parte de la cocina mientras la observaban trabajar, o se ponían a ver caricaturas en la televisión.
Los niños se portaban de maravilla. Jugaban con Mauricio, comían bien y, aunque extrañaban a la abuela María, hablaban con ella todos los días por llamada.
—¡Abu, me comí toda la sopa! —le decía Valeria.
—Yo ayudé a mami a doblar la ropa —presumía Victor.
—¡Y yo no peleé con nadie hoy! —decía Valentina con orgullo.
Victoria sentía que poco a poco las cosas tomaban forma. Por primera vez en mucho tiempo, podía respirar sin miedo al futuro inmediato.
Una tarde, mientras recogía los cojines de la sala principal, Delcy la llamó desde la terraza:
—Victoria, ¿puedes venir un momento?
—Claro, señora.
—Mi esposo y yo daremos una cena este sábado. Es algo informal pero importante. Vendrán dos de nuestros socios y amigos de toda la vida: Mathias Aguilar y David Arzuaga. Me gustaría que tú y Lisseth se encargaran de todo. Quiero algo elegante pero acogedor. ¿Puedes hacerlo?
Victoria asintió con seguridad.
—Sí, señora. Será un honor.
Delcy le sonrió con complicidad.
—Perfecto. Tengo el presentimiento de que esta cena traerá cosas buenas.
Victoria no lo sabía, pero esa noche, el destino empezaría a enredar los hilos que la llevarían directo a los ojos claros y la sonrisa enigmática de Mathias Aguilar.