Una amor cultivado desde la adolescencia. Separados por malentendidos y prejuicios. Madres y padres sobreprotectores que ven crecer a sus hijos y formar su hogar.
NovelToon tiene autorización de Adriánex Avila para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Cap. 2 Tienes que escribirme
La mañana se colaba por las rendijas de la persiana, iluminando la escena del "crimen". Belle despertó primero, con el cuerpo dolorido y feliz, y la mente aún nublada por el alcohol y el placer. Pero entonces, la realidad la golpeó con la fuerza de un latigazo.
Estaba enredada con Diego. Sus piernas entremezcladas, su cabeza sobre su pecho, su aliento calmado acariciando su frente.
Un rubor que le quemó hasta la raíz del cabello le inundó el rostro. ¿Cómo había podido sucumbir así? ¿Cómo había roto cinco años de distancia glacial en una sola noche de locura?
Ante la abrumadora confusión, su mente, buscando un refugio, huyó hacia el pasado. Se transportó cinco años atrás, a la despedida.
*_*
Hace cinco años
El aire en la habitación de Diego estaba cargado de una tristeza silenciosa. Las maletas, listas y cerradas, eran el único recordatorio de que su mundo estaba a punto de desmoronarse. Todo lo de Diego en el extranjero estaba listo: la universidad, el departamento, su futuro.
Y allí, en medio de ese caos controlado, estaban ellos. Belle, de 16 años, con los ojos vidriosos, y Diego, de 19, tratando de ser fuerte para los dos.
Desde que ella tenía once años y él catorce, habían sido inseparables. Él era su protector, su mejor amigo, su hogar. Esa tarde, como tantas otras, él la sentó en su regazo, rodeándola con sus brazos. Ella se hundió en su abrazo, aferrándose a su camisa como si eso pudiera anclarlo a su lado.
—Tienes que escribirme —murmuró ella, con la voz quebrada por un nudo en la garganta.
—Todos los días, Belle. Te lo prometo —susurró él, enredando un mechón de su largo cabello alrededor de su dedo, un gesto tan habitual que era su forma de decir "te quiero" sin palabras.
Para todos los demás, eran novios. Era un hecho incuestionable. ¿Quién si no la recogía del colegio cada día? ¿Quién acompañaba a quién a cada reunión, siempre unidos, con ella sujetando la solapa de su saco y él jugueteando con su pelo? Su conexión era tan pura e inocente como profundamente sensual, una ambigüedad tan natural para ellos que nunca sintieron la necesidad de nombrarla.
Hasta ahora.
*_*
De vuelta en el presente, en la cama de hotel, Belle contuvo la respiración. Esa "amistad pura" de la que siempre alardearon... ¿no había sido siempre esto? ¿Este deseo, esta necesidad de fundirse el uno con el otro?
Y si siempre había sido así, ¿por qué diablos habían perdido cinco años?
Habían bebido un poco, lo suficiente para sentirse valientes y achispados. Decidieron irse de la fiesta, con Diego al volante de su auto viejo, dirigiéndose a la cabaña familiar en las afueras, rodeada de un bosque tranquilo.
De regreso, el cielo se desplomó sobre ellos. Una tormenta torrencial les golpeó el parabrisas, reduciendo la visibilidad a cero. Conducir era una locura.
—Es inútil —admitió Diego, apartando el auto hacia el borde del camino.
—Tenemos que esperar a que amaine.
Fue entonces cuando Belle, juguetona y con las mejillas sonrojadas por el alcohol, señaló hacia la espesura.
—Creo que por ahí hay una cabaña. La vi cuando veníamos —dijo con una sonrisa pícara.
Sin pensarlo dos veces, salieron del auto y echaron a correr bajo la lluvia torrencial, riendo como niños, empapados hasta los huesos en cuestión de segundos. Al llegar a la cabaña desocupada, forcejearon con la cerradura antigua hasta que cedió.
Una vez dentro, tiritaban de frío.
—No puedo estar así —protestó Belle, con los dientes castañeteando.
—¡Esto pesa una tonelada!
Con una valentía que le prestó el alcohol, se quitó el vestido empapado, quedando solo en su ropa interior.
Y en ese momento, todo cambió.
Ya no era "su Belle", la niña a la que ayudaba con sus deberes. Era una joven, una visión celestial con curvas en los lugares correctos y la piel brillando a la luz de los relámpagos. Diego la miró, y el deseo, crudo e inconfundible, le recorrió el cuerpo como una descarga. Sin poder evitarlo, la tomó de los brazos y la atrajo contra su pecho, buscando el calor de su piel a través de la fina tela.
—Belle, ven —murmuró, su voz ronca.
—Debemos calentarnos.
Ella se fundió en su abrazo. Las últimas barreras —la inocencia, el alcohol, la vergüenza se desvanecieron en el aire cargado. Fueron dos cuerpos jóvenes, ardientes, cargados de hormonas y de un amor no confesado que por fin encontraba una salida.
Fue torpe. Fue rápido. Fue doloroso para ella, y él enjugó sus lágrimas con una ternura que desgarraba. Fue la entrega total de ella, dando todo lo que tenía, todo lo que era.
A la mañana siguiente, el sol brillaba como si nada hubiera pasado. El silencio en el camino de regreso era denso, pesado. Él se bajó del auto frente a su casa, y la miró con una mezcla de pánico y asombro.
—¿Vendrás… a despedirme al aeropuerto? —preguntó, su voz cargada, de la esperanza de que todo siguiera igual.
Ella solo asintió, incapaz de hablar.
Pero no fueron. Ambos lo intentaron, pero el peso de lo sucedido era una losa demasiado grande. Prometieron olvidarlo, fingir que esa noche de pasión tormentosa nunca existió. Pero no pudieron. Y el avión de Diego despegó, llevándose su amistad, su inocencia y cinco años de silencio.
*_*
De vuelta en el presente, Belle abrió los ojos. La respuesta a todo, a su Guerra Fría, a su distancia, había estado ahí todo el tiempo. No fue una pelea, fue un miedo compartido. Un miedo que, quizás, por fin había sido vencido.