Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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Bajo la brisa del mar
Después de un intenso dolor y un gran susto por mi temor a las agujas, finalmente Alberto había terminado de suturar mi herida. A pesar del mal momento, no podía evitar sentirme feliz de haberme lastimado; sus ojos eran realmente cautivadores, con una mirada profunda que me hacía estremecer.
—Listo, ya hemos terminado. ¿Cómo te sientes? —preguntó con una sonrisa tranquilizadora.
—Creo que el susto se me está pasando. No sé qué hubiera hecho sin ti. Me gustaría compensarte por todas las molestias que te has tomado sin conocerme.
—Por favor, ¿cómo podrías pensar eso? Me ofendes con la pregunta —respondió, levantando una ceja con humor—. Soy médico, es mi trabajo.
—Es que te has esforzado tanto... me da un poco de pena —admití, sintiendo el calor en mis mejillas.
—Bueno, pensándolo bien, hay una manera en la que podrías compensarme —dijo con su mirada volviéndose más juguetona.
De inmediato, una ola de nervios recorrió mi cuerpo. Mis pensamientos se dispararon hacia ideas incómodas, y mi expresión debió delatarme, porque él rápidamente aclaró:
—No es lo que estás imaginando.
Me sentí tan avergonzada que traté de disimular:
—No estoy pensando en nada... solo estaba considerando cómo podría agradecerte.
—Solo tienes que acompañarme a cenar. ¿Qué te parece?
Respiré aliviada. Me gustó darme cuenta de que había malinterpretado la situación. Además, sentía una atracción inexplicable hacia él, algo que no había experimentado en mucho tiempo.
—¡Claro que acepto! Una cena suena perfecta después de este susto.
—Entonces no perdamos más tiempo. Vamos, te ayudaré a caminar.
Me tomó por la cintura con sus manos firmes y seguras, mientras yo apoyaba mi brazo sobre su hombro. La cercanía me hacía sentir increíble, como si estuviera en una burbuja de protección. Deseaba que el camino al restaurante fuera mucho más largo para seguir disfrutando de su cercanía.
Mientras caminábamos, mis padres estaban en casa organizando mi fiesta sorpresa de cumpleaños. El esposo de mi hermana a quien finalmente iba a conocer, también estaría allí. Sin mencionar a Diego, mi prometido y socio de mi padre.
Todo estaba quedando maravilloso. Estoy segura de que tu hermana Salomé se llevará una gran sorpresa —dijo mi madre, emocionada—. Pero lo que más le alegrará es saber que has regresado a casa.
—Mamá, no he regresado. Solo vine con mi esposo a Venezuela porque está en un congreso de medicina en Margarita. Después de eso, nos regresamos a México.
Mis padres siempre habían tenido la esperanza de que mi hermana volviera a casa. No estaban de acuerdo con su matrimonio, especialmente al enterarse de que vivían en un pequeño apartamento de alquiler, cuando ella había crecido en medio de lujos.
—Pensé que después de tanto tiempo sin saber de ti, al menos te quedarías una buena temporada con tu verdadera familia.
—Mamá, por favor, no empieces con eso. Mi esposo también es mi familia. Estoy segura de que cambiarás de opinión cuando lo conozcas.
—Te educamos rodeada de lujos y confort, y tú decides casarte con un médico que ni siquiera puede darte un nivel de vida decente.
Mis padres siempre habían tenido problemas con quienes no compartían nuestro nivel social y económico. Por eso, me forzaron a comprometerme con Diego, un abogado influyente y socio de mi padre, mientras yo solo quería disfrutar de mi soltería y ejercer mi profesión.
De vuelta al restaurante, nos acomodamos en una mesa con vista al mar. La brisa suave y el sonido de las olas creaban un ambiente mágico.
—Ya sé que te llamas Salomé, pero ¿a qué te dedicas? —preguntó, mirándome con curiosidad.
—Soy abogada y trabajo en el bufete de mi padre.
En ese momento, su celular sonó. Dudó un segundo antes de atender.
—Dame un minuto, tengo que responder esta llamada.
Me quedé observándolo mientras él se alejaba un poco para responder con algo de privacidad. Me preguntaba quién lo llamaría.
—Hola, cariño, ¡qué sorpresa que me llames! ¿Cómo te va con tus padres?
Alberto parecía nervioso.
—Hola, amor. La verdad, ya quiero irme. Mi madre quiere que me quede con ellos, todavía no entiende que soy una mujer casada. ¿Y tú? ¿Cómo va el congreso?
Lo vi sonreír, pero había algo en su mirada que me inquietaba. Esperé pacientemente, intrigada mientras él continuaba su conversación telefónica:
—El congreso ha sido maravilloso.
—¡Qué bien! Estoy ansiosa por que termines y vengas a conocer a mi familia.
—Sí, solo espero que me acepten.
—¡Claro que sí! Además, estamos preparando una fiesta sorpresa para mi hermana.
—Cariño, disculpa, pero me tengo que ir, el grupo me está esperando en el bar. Hablamos cuando llegue a Caracas. Te amo.
Alberto se despidió rápidamente y regresó a mi lado.
—Disculpa que te dejé sola, era una llamada importante y no podía evitar tomarla —dijo, sonriendo con nerviosismo.
—Pero te noto un poco inquieto. ¿Todo bien?
—Sí, todo bien. Solo era mi madre que quería saber cómo iba el congreso.
—¿Tu madre? —bromeé, levantando una ceja.
—¡Claro! ¿Por qué te mentiría?
—Solo preguntaba —dije, mirándolo con curiosidad. Tenía muchas dudas y un interés por saber si realmente la llamada había sido de su madre o de alguna mujer en especial. Pero no tenía forma de saberlo, y no me quedaba otra alternativa que aceptar lo que me decía.
—Brindemos por este encuentro y por haber superado el miedo a las agujas —propuso sonriendo.
—¡Salud! —levantamos nuestras copas y brindamos. Me sentía cautivada por él.
Mis amigas me habían llamado varias veces, preocupadas por mi ausencia, pero les conté sobre mi encuentro con Alberto, y se alegraron por mí. Esa noche, disfruté de la cena, ignorando las llamadas perdidas de Diego, que estaba muy preocupado; el pobre estaba muy enamorado y los celos lo atormentaban.
Las horas pasaron volando.
—Es tarde, ya es la una de la mañana. Mis amigas deben estar dormidas. Mejor me voy a mi habitación.
—Tienes razón. Pero disfruté mucho de tu compañía. Te acompañaré a tu habitación, recuerda que no puedes apoyar mucho el pie.
Me agarré de él y, poco a poco, llegamos a mi suite. Pero justo en ese momento, me di cuenta de que había perdido la llave.
—No tengo la llave de la habitación. Debo haberla dejado en el restaurante. Mis amigas deben estar durmiendo.
—Tranquila, intenta tocar la puerta.
Toqué varias veces, pero nadie respondió. Antes de que pudiera pedir una nueva llave en recepción, él dijo:
—Tengo una idea. Mi habitación está al final del pasillo. ¿Por qué no entras y descansas mientras encontramos una solución?
Estaba un poco pasada de copas y la herida me molestaba. Pero la idea de pasar más tiempo con Alberto me entusiasmaba. Pensé que tal vez no tendría otra oportunidad de verlo.
Así que decidí vivir el momento. Después de todo, solo faltaba un día para regresar a casa y enfrentar la cruel realidad de mi compromiso con Diego y una vida que no deseaba. Quería disfrutar de cada instante junto a él, aunque fuera solo por una noche.
Además, tenía muy claro que era muy difícil volverlo a ver; él regresaría a su vida y a mí me esperaba un matrimonio con un hombre que me amaba, pero al que yo no correspondía. Solo me casaba por darle gusto a papá, en vista de que mi hermana Ernestina no había cumplido con las expectativas de la familia de casarse con un hombre rico; yo tenía sobre mis hombros el peso de esa responsabilidad.
No podía defraudar a papá; yo era la única hija que le quedaba y él había depositado en mí todas sus esperanzas.
(…)