Claret es una chica con deudas hasta el cuello que intenta superarse, no descansará hasta encontrar un trabajo y dejar su vida de penurias atrás, en su camino se topará con Cillian un hombre millonario que oculta su vida de mafioso detrás de su apariencia de CEO. ¿Qué sucederá cuando sus mundos se entremezclen? Descúbrelo ya. (+18)
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Capitulo 2
...CILLIAN:...
El auto se detuvo en el club Passion, uno de mis hombres bajó de la camioneta y abrió la puerta para mí.
Tomaría la entrada trasera, pero no para disfrutar de las bebidas y los juegos de apuestas, tampoco para entretenerme con las bailarinas exóticas.
Nadie podía verme, aunque fuese el dueño.
Me coloqué mis lentes oscuros antes de salir, Jean y los otros tres hombres comprobaron la soledad del callejón y ante su gesto, avancé para entrar por la puerta.
Él se adelantó y la abrió después de introducir una llave que no tenía copia.
Avanzamos por el oscuro pasillo.
— Así que la rata rastrera apareció — Rompí el silencio, el sonido de la música electrónica del club traspasaba la pared — No fue nada difícil hallarlo.
— El idiota estaba planeando huir del país, pero debido a sus antecedentes, su falso pasaporte no alcanzó a llegar antes de que nosotros — Dijo Jean, detrás de mí, un moreno alto con traje negro, a los ojos de la sociedad era un guardaespaldas, pero en aquel mundo oscuro era mi mano derecha.
— ¿Revisaron muy bien el sitio dónde estaba escondido?
— Cada centímetro, no hallamos más que droga y revistas de la Play Boy.
Desabotoné mi camisa hasta el abdomen, hacía mucho calor dentro de esas estrechas paredes.
— Maldito vicioso.
— Al menos recuperamos el dinero, el idiota no gastó ni un euro. Señor, no tiene porque preocuparse, ese pedazo de escoria no lo pondrá en riesgo.
— Para ser un maldito criminal no tiene ni un gramo de inteligencia en su podrido cerebro, debió correr muy lejos de aquí, no le serviría de mucho, pero tendría más horas de vida — Gruñí, subiendo las escaleras que nos llevaban a la azotea, solo yo conocía esos pasillos, las paredes eran delgadas, así que podía escuchar cualquier cosa que pudieran estar tramando.
Jean abrió la puerta al final de las escaleras.
— A mí nadie me roba — Siseé al salir a una azotea cubierta por ventanas oscuras con vista a toda la ciudad.
En el centro había una mesa de madera con dos sillas, una de ellas estaba ocupada por un tembloroso y sudado hombre, dos de mis hombres tenían sus manos apoyadas en los escuálidos hombros del escuálido.
Caminé hacia la mesa, con mis manos metidas en los bolsillos de mis pantalones.
Me senté en la silla frente a él.
El hombre de tatuajes y argollas en la nariz se tensó ante mi presencia.
— ¿Quién rayos es usted? — Preguntó, bastante altanero para mi gusto.
— Al parecer mis hombres no te han tratado como es debido — Dije, haciendo un gesto a Jean con mi dedo — Sirve dos tragos — Caminó hacia un pequeño bar que tenía en la pared.
— ¿Eres Panthére Noire? — Palideció.
Chasqueé mis dedos después de sacar una caja de cigarrillos de mi bolsillo, Joshue se acercó con un encendedor, coloqué el cigarrillo en mis labios y él acercó la llama.
Encendí el cigarrillo.
Jean volvió con dos vasos y una botella de whisky, los sirvió mientras yo fumaba, el tonto tragaba con fuerza y el sudor le caía por la sien.
— Por favor... Señor... Déjame ir...
— Relájate y bebe un trago — Moví mi mano con desdén, acercando el vaso hacia él — Bebe un poco — Le ordené, más demandante, sus manos atadas y temblorosas tomaron el vaso, se lo llevó a la boca y bebió — Más, bebe todo el trago.
Arrugó el ceño cuando dejó el vaso vacío.
— ¿No me matará? — Preguntó de forma ingenua.
— Lo estoy consideraron — Solté otra nube de humo — Juguemos a las damas — Joshue acercó un tablero y lo colocó sobre la mesa, tomé las piezas y las organicé — Si ganas, te dejo ir.
Soltó un resoplido — Esto tiene que ser una maldita broma.
Me incliné sobre la mesa — Nadie se está riendo. Si ganas te dará una oportunidad para escapar.
— No sé jugar esa maldita...
Golpeó el tablero y lo aventó al suelo.
Hice un gesto a mis hombres, se alejaron del imbécil.
Le aventé el vaso con whisky al rostro, dejándolo semi inconsciente y con un montón de rasguños, aventé la mesa un lado y me levanté.
— Debiste pensar mejor en robarme, mi dinero no se toca — Le di una mirada fulminante — Te doy un maldito trabajo que ni siquiera una escoria como tu puede aspirar y piensas que soy tan tonto como para dejarte ir con mi dinero.
Crecí en aquel mundo oscuro y aprendí desde niño que las traiciones y errores se pagaban con muerte, cualquier cabo suelto podría ser el fin para que todo se desplomara.
Tener el control era la clave.
— Lo he visto en alguna parte — Se atrevió a interrumpir, haciendo ademán de levantarse torpemente, pero lo empujé de nuevo a la silla, encajé mis dedos en su garganta — Usted... Usted... En las revistas y la televisión — Intentó hablar.
Me reí a carcajadas — ¿En serio?
Abrió sus ojos como platos — Es uno de esos empresarios famosos.
Le di un puñetazo y volví a dar otra calada al cigarrillo.
El idiota escupió sangre, jadeando.
— ¿Qué hace un niño rico jugando al mafioso? — Jadeó y saqué el arma de mi cinturón.
— Éste niño rico como llamas, pone rastreadores en sus billetes, debiste pensar por solo un momento, que mi mercancía estaría marcada.
— La vida está llena de oportunidades, yo solo ví...
— Tu maldita oportunidad acaba de enviarte derecho al infierno — Mi arma ya tenía el silenciador, quité el seguro y lo apunté.
— Ojalá el mundo se entere de tus fechorías...
Disparé a su cabeza.
El silencio volvió.
— Limpien todo — Ordené.
...****************...
— Te dije que el maldito rastreador funcionaría y eso que daba poca fé de ese granito de un milímetro — Dije a Durand, en la enorme sala de su lujosa casa en las colonias, subí las piernas al sillón y él gruñó, como si mis zapatos deportivos fueran más sucios que la pilas de porquerías que tenía apiladas en cada espacio de la sala — Eres un genio de la tecnología, lástima que te cague salir de casa, sino, tendrías un puesto importante en mi empresa.
— No me caga, es una fobia, tengo agorafobia — Gruñó, acomodándose sus lentes, era un viejo amigo de la universidad, él único además de mis hombres que sabía sobre mi doble vida.
Su cabello rubio estaba despeinado y tenía ojeras.
— Es lo mismo, deja ese ridículo miedo, el mundo es para disfrutarlo, no para esconderse de él.
— ¿En cuál de tus empresas quieres que trabaje? ¿La legal o la ilegal? — Ignoró mi argumento, al menos se alimentaba bien y se ejercitaba, tenía un pequeño gym en un espacio de la casa.
— ¿Cuál te gusta más? — Bebí del té, el muy aburrido no tenía licor — En las dos tendrías que usar traje, las pijamas no están permitidas, ante todo el buen gusto, incluso en la ilegal, que seamos criminales no quiere decir que tengamos que vestir como unos sucios ladrones.
Observó sus pijamas manchadas de salsa, se rascó la barba.
— Seguiré trabajando desde aquí.
Era un excelente hacker, mucho más genio que yo. Podía borrar cualquier imagen de mí de las cámaras de la ciudad, incluso entrar a sitios web privados sin ser detectados, las claves de seguridad no eran un problema para él.
También era un técnico, capaz de inventar cualquier aparato.
Panthére Noire no sería invencible sin su colaboración.
— Como quieras, mientras siga haciendo todo de forma tan eficiente, no me importa si se te ocurre cavar un túnel y meterte allí.
Solté una carcajada.
— Deja tus chistes tan malos — Gruñó, bebiendo de su té.
— Conozco unas chicas que podrían quitarle la amargura con solo una...
— No, ni se te ocurra mencionar nada.
— Aguafiestas, necesitas mujeres, estarías menos estresado — Resoplé, tratando de hallar un lugar donde dejar la taza, la mesita frente a mí estaba llena de tontas figuras de acción y velas de incienso.
Mi amigo era una especie de hippie ermitaño.
— El placer es un vicio y yo soy sano.
— Ya me largo, compra la basura que quieras con el dinero que te ganaste, para hacer de tu agarrafobia más llevadera.
— Agorafobia — Corrigió enojado.
Tomé mi chaqueta de cuero del sillón.
— Como sea, insisto, solo es un miedo ridículo.
— Di eso, cuando estés en mis zapatos.
— ¿Qué zapatos? — Me burlé, observando sus pantuflas de Batman.
Tomó un adorno de su mesita e hizo ademán de aventarlo hacia mí.
— Voy desarmado, pero eso no significa que no pueda defenderme.
— Al menos yo no me voy a casar.
Maldito compromiso, por un momento lo había olvidado.
Caminé hacia la puerta y salí de allí.
Me froté la nuca mientras me detenía en plena acera.
Mis negocios legales se alzaron bajo la influencia de un magnate, gracias a él pude llegar lejos y encontré la forma de entrar en el mundo de los estirados por sus influencias, convencí a muchos millonarios que tenían tanto dinero, que buscaban invertirlo en cualquier idiotez para pasar el tiempo.
Gracias a ese hombre era un CEO reconocido, no había una parte de Francia y el mundo donde yo no fuese nombrado, mis negocios se habían extendido exitosamente a nivel mundial.
Pero, siempre llegaba la hora de cobrar favores.
El Señor Lambert quería comprometerme con su hija, antes de conocerla no me parecía demasiado descabellado, pero esa mujer era la peor persona con la que había tratado, incluso más que las ratas con las que hacía negocios en mi otro mundo.
No iba a casarme con semejante víbora.
Se lo prometí al Señor Lambert, pero tendría que romperla, no tenía porque forzarme a un matrimonio por conveniencia, estar atado por el resto de mi vida.
Solo había una forma y no la tomaría.
Matarlos a todos sería fácil, pero yo nunca mezclaba mis mundos, cualquier grieta sería mi perdición, Cillian Leroy y Panthére Noire eran reyes en sus mundos, pero jamás pasarían al lugar de otro.
El problema del compromiso podía arreglarse de otra forma.
No sería un malagradecido para asesinar al hombre que me abrió los caminos, tampoco a su familia.
Necesitaba algo...
Un grito me sacó de los pensamientos.
Un perro pasó corriendo y una chica cayó arrodillada ante mí.
Pisé la correa del animal antes de que escapara.
El perro se detuvo y la torpe chica alzó su mirada.
En seguida supe que no pertenecía a esa colonia y que seguro estaba trabajando como paseadora.
Por su situación, sería su último día de trabajo.
No tenía maquillaje, estaba despeinada y sus ropas estaban demasiado usadas, un enorme suéter más grande que ella le cubría hasta los muslos.
Tenía la piel blanca y el cabello castaño, sus ojos verdes se quedaron pasmados observando, sus labios estaban entre abiertos.
Evité elevar una comisura.
Incluso en mi vestimenta informal atraía la atención.
Se puso en pie torpemente, era pequeña, una adolescente flacucha.
El perro empezó a saltarme y a tratar de morder mi chaqueta de cuero, la colgué sobre mi hombro y me incliné para tomar la correa.
— Señor... ¿Divisó por dónde se fueron los otros? — Preguntó, angustiada — Eran cinco y...
Acaricié el Golden — Una niña tan flaquita como tu no debería estar paseando perros mas grandes que ella.
— ¿Cómo? — Arrugó su respingada y pequeña naríz, jamás ví un rostro tan delicado — ¿Cree qué lo hago por gusto?
— Las niñas como tu deberían estar estudiando.
— Señor, usted no tiene idea...
Empecé a caminar, llevando al perro conmigo.
La sentí seguirme, busqué con la mirada y luego silbé varias veces.
— Hace falta más que eso para que un perro...
Los perros volvieron corriendo hacia mí.
Tomé sus correas después de acariciarlos.
— ¿Cómo hizo eso? — La chica seguía sorprendida.
— Ten las correas, enrolla alrededor de las muñecas. Devuelve esos perros antes de que te vuelvan a usar como trineo.
Se las entregué, se quedó desconcertada y caminé devuelta a mi camioneta, aparcada en la acera.
Saqué las llaves, quitando la alarma subí.
Sin mirar hacia la chica encendí el auto y me marché hacia la salida.