Estas acostumbrado a leer novelas de reencarnacion en donde la protagonista reencarnada se vuelve poderosa, ¿que pasaria si esta novela no es como las demas? ven y lee algo diferente, algo que sin duda te gustara.
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Primer dia de viaje
Si alguien le hubiera dicho a Aranza que morir atropellada en su vida anterior no sería lo peor que le pasaría, probablemente se habría reído en su cara. Pero aquí estaba, vestida con su mejor atuendo de viaje, sentada en un lujoso carruaje, rumbo a su propia condena.
—Mierda. Mierda. ¡MIERDA! —gruñó, golpeando el asiento con frustración.
Frustración que no le servía de nada.
—Mi lady, el carruaje es costoso —murmuró Emilia, su doncella, sin inmutarse ante su rabieta.
Aranza la fulminó con la mirada.
—¿Y qué? ¿Crees que me importa? Estoy en camino a casarme con un demonio con cara de humano. ¿Quieres que me quede tranquila?
Emilia se encogió de hombros con absoluta calma.
—No sé… parece mejor opción que quedarse con su padre.
El silencio se hizo pesado. Aranza apretó la mandíbula.
—Si sigues hablando así, voy a lanzarte por la ventana.
Emilia solo sonrió, como si la amenaza no tuviera el más mínimo peso.
El carruaje avanzaba lentamente por el camino de piedra, flanqueado por guardias armados. Vladimir Valentis no quería arriesgarse a que su "valiosa hija" sufriera algún percance antes de llegar a su destino.
No porque le importara, por supuesto. Sino porque no estaba dispuesto a perder la alianza con Cassius Darkmoor.
Aranza suspiró y dejó caer la cabeza contra el respaldo del asiento.
—¿Por qué la vida me odia?
—Tal vez porque usted también es bastante insoportable, mi lady —respondió Emilia con una dulzura exasperante.
Aranza entrecerró los ojos.
—… Te odio.
—Lo sé.
Tres días.
Tres largos, horribles, insufribles días hasta llegar a Mar de Fuego.
Y para Aranza, eso era más tiempo del que quería estar consciente.
Aranza descubrió algo importante ese día:
Los viajes en carruaje son una absoluta mierda.
—¡Dios santo! ¡¿Por qué esto se siente como un maldito terremoto?! —se quejó, aferrándose al asiento mientras el vehículo rebotaba violentamente sobre el camino de tierra.
—Los caminos en esta parte del reino son complicados, mi lady —explicó uno de los guardias con tono profesional.
—¿Complicados? ¡Complicados es un eufemismo! ¿Acaso el cochero me odia?
—No creo que tenga nada contra usted, mi lady…
—¡Pues yo sí lo odio!
El cochero, que claramente podía escucharla, prefirió no hacer comentarios.
Después de dos horas de sacudidas infernales, Aranza sintió cómo su estómago se rebelaba.
—Voy a vomitar.
—Por favor, no lo haga dentro del carruaje, mi lady —rogó Emilia, su doncella, con un dejo de pánico.
—¿Crees que puedo elegir dónde vomitar, Emilia?
Antes de que su estómago declarara la guerra, el carruaje se detuvo abruptamente.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó con alivio.
Uno de los guardias se acercó.
—Hemos llegado a un pequeño pueblo, mi lady. Pasaremos la noche aquí.
Aranza dejó escapar un largo suspiro.
—Gracias a todos los dioses.
Pero su alivio duró poco.
Apenas puso un pie en tierra firme, las miradas la atravesaron como cuchillos.
Y no eran miradas amistosas.
—Miren, es la prometida del príncipe Darkmoor.
—Dicen que está enferma y que por eso Aldrin la rechazó.
—Pobre mujer, ahora la han vendido a un monstruo.
Aranza esbozó una sonrisa educada mientras en su cabeza resonaba un pensamiento muy distinto:
"Ojalá pudiera incendiar este pueblo."
A su lado, Emilia fingió no oír los murmullos.
—Ignore los comentarios, mi lady.
—Ah, sí, claro. Porque es facilísimo ignorar a un montón de campesinos metiches que creen que mi vida es peor que la de una mula de carga.
Decidió que lo mejor era buscar una posada decente y encerrarse hasta el amanecer.
Pero, por supuesto, el universo no la quería dejar en paz.
La posada era… aceptable. No un palacio, pero tampoco una pocilga.
Aranza se dejó caer sobre la cama con un gemido de agotamiento.
—Voy a dormir por los próximos tres años.
Pero justo cuando cerraba los ojos, Emilia irrumpió en la habitación con expresión preocupada.
—Mi lady, tenemos un problema.
Aranza gimió.
—¿Qué pasa ahora?
—Los guardias vieron hombres sospechosos rondando la posada.
Aranza abrió un ojo.
—¿Y?
—Podrían ser bandidos.
—¿Qué clase de bandidos querrían secuestrar a una prometida abandonada?
—Quizás crean que pueden pedir un rescate.
Aranza suspiró.
—¿Sabes qué? Que lo intenten. Quizás me hagan un favor.
Pero antes de que pudiera entregarse al sueño, apareció flotando frente a ella la gota maldita.
—¡Ja! Me encanta cuando las cosas se complican —dijo con su tono burlón.
Aranza la miró con absoluto odio.
—¿Tú qué haces aquí?
—Disfrutando del espectáculo.
—¡Lárgate!
—No puedo.
—¡¿Por qué no?!
—Porque tu vida sigue siendo una telenovela y yo soy el espectador.
Aranza gruñó. En su mente, claro esta, no quería que Emilia confirmara que estaba loca.
—No tengo tiempo para ti. ¿Dónde están los bandidos?
Emilia señaló la ventana.
Aranza se asomó y vio a un grupo de hombres encapuchados moviéndose sigilosamente cerca de los establos.
—Oh, genial. Los idiotas llegaron.
Los bandidos lograron infiltrarse en la posada con una facilidad inquietante.
Lo que no sabían era que Aranza no era una dama común.
Porque cuando irrumpieron en su habitación esperando encontrar a una doncella temblorosa y llorosa, lo que encontraron fue a una mujer furiosa, armada con un candelabro.
—¡¿QUÉ CARAJOS QUIEREN?!
Los bandidos parpadearon.
—Eh… esto…
—¡LARGO DE AQUÍ!
—Pero…
—¡¿ES QUE NO PUEDO DORMIR TRANQUILA NI UNA VEZ EN ESTA MALDITA VIDA?!
Los hombres, claramente no preparados para lidiar con una mujer al borde del colapso mental, intercambiaron miradas nerviosas.
—Tal vez deberíamos irnos…
—Sí, creo que esta no vale la pena.
Y con eso, los bandidos huyeron.
Emilia, los guardias y hasta la gota maldita se quedaron en silencio.
—Mi lady… —susurró Emilia—. ¿Qué acaba de pasar?
Aranza lanzó el candelabro a un rincón.
—Acabo de descubrir que gritar como loca es más efectivo que cualquier espada.
Ves: mirar, observar, ver
vez: repetir