La Obsesión Del Jefe De La Mafia

Damián Greco

Reviso los gráficos de las nuevas ventas en mi teléfono mientras envío un correo para coordinar la inauguración de uno de los nuevos clubes que abriremos en el centro de Atenas.

–¿Sigues trabajando? –pregunta con indignación Salvatore–. Hermano, te enfermarás.

Lo ignoro mientras tecleo con mayor velocidad. –Todo tiene que salir bien esta noche.

–Vengo de allá. Todo saldrá bien. Hay cientos de personas haciendo fila para poder entrar. Será un nuevo éxito.

–Lo será –declaro con convicción–. Necesitamos esto.

Mi hermano de la vida suspira y luego me quita mi teléfono. –Basta, Damián. Te enfermarás si sigues trabajando con este ritmo.

–Mi abuelo confiaba en mí.

–Sí. Lo estás haciendo bien, mi hermano. Todos estamos orgullosos de ti. Todos menos la vieja bruja de tu madrastra, pero ya sabes que esa perra solo vive para fastidiar.

Ignoro su comentario. –Devuélveme mi celular –ladro.

–¿Cuándo fue la última vez que dormiste más de tres horas?

–Ayer –respondo mientras trato de arrebatarle mi celular, pero el muy idiota no se deja.

–Quiero la verdad –exige–, o te daré la golpiza que has estado esperando toda tu vida.

Pienso un momento antes de responder: –No lo sé, un mes, quizá más.

Salvatore vuelve a suspirar. –Cierra de golpe el notebook en mi escritorio y guarda mi celular dentro de sus pantalones.

–Si crees que no me atrevo a tocarte la polla estás muy equivocado. Tu mamá nos bañaba juntos cuando éramos unos niños.

Salvatore levanta sus labios en una sonrisa mientras sus ojos azules chispean con diversión. Los mismos ojos de mi querida Iris, la mujer que me ha cuidado desde mi primer día de vida. La única mujer que tiene mi amor y respeto para siempre. Es mi madre para todos los efectos prácticos, y a diferencia de mi madrastra, nunca me ha exigido nada.

–No te dejaré tocarme la polla, Damián. Aunque ya ha pasado tanto tiempo desde que te has follado a una mujer, que quizá ahora tus gustos han cambiado.

Lanzo un golpe a su pecho. –Ya quisieras, Salvatore.

–Lo que quiero es que mi hermano tenga una noche libre. Te mereces un puto día de descanso. Tu papá estará de acuerdo conmigo.

–Tú y papá siempre están de acuerdo en todo, creo que lo hacen solo para fastidiarme –me quejo antes de pasar mis manos por mi rostro–, pero tienes razón. Necesito un descanso. Encárgate de la apertura, me largo a dormir –digo y trato de pasar a su lado, pero me detiene agarrando mi camisa–. Si sabes que podría matarte por esto, ¿verdad?

–Me amas demasiado como para hacerlo –devuelve con una sonrisa, que no puedo evitar responder. Salvatore es mi hermano, así lo siento, fuimos criados juntos y es mi mejor amigo en todo el puto mundo, le confiaría mi vida y la de mi padre sin pensármelo dos veces–. Irás conmigo a la inauguración, bailarás y te acostarás con la primera mujer que llame tu atención, hermano. Tu amigo necesita un poco de acción –dice mirando mi bragueta–, llevas casi un año sin preocuparte de sus necesidades.

–Odio que me conozcas tanto.

–Cuando tu abuelo estaba vivo tenías una mejor racha que yo, y eso era impresionante –bromea.

–Nunca fui tan promiscuo como tú.

–Oye, ellas son las que me buscan –se defiende–. No pueden con esta sonrisa y este rostro de revista.

Me rio antes de salir del despacho. –Me daré una ducha. Y más te vale que haya mujeres hermosas.

–Esto es Grecia, hermano, por supuesto que habrá mujeres hermosas –lanza antes de que suba la escalera en dirección a mi habitación.

Salvatore tiene razón. Esta noche necesito una distracción.

*****

–Eres un maldito imbécil, ¿lo sabías? –pregunta Salvatore a mi espalda mientras reviso las facturas–. Se supone que vendrías a descansar.

Le enseño mi vaso lleno de whiskey. –Estoy disfrutando de la noche.

–Trabajar mientras bebes no es lo mismo que disfrutar –dice antes de empujarme hacia la puerta.

En cuánto abre la puerta el ruido de la música latina, sonando a todo volumen, satura todo a mi alrededor, eso y la multitud de personas bailando en la pista.

–Comienza a menear tu culo al ritmo de la música o te juro que le diré a mi mamá que no te cocine más.

Comienzo a bailar de inmediato, haciendo reír a Salvatore. El idiota sabe que vivo por las comida de Iris.

Me acerco a la multitud y sigo bailando ante la mirada escrutadora de mi hermano, quien después de unos minutos se da por satisfecho y camina hacia una de las docenas de mujeres que está esperando en la barra a que le preparen su trago.

Cuando por fin me siento libre de su mirada escrutadora camino en dirección a la oficina, pero un movimiento de cabello rubio llama mi atención. Miro a la chica que baila, dándome la espalda, al ritmo de la música latina. Sus manos recorren su cuerpo, invitándome a disfrutar de la sensual escena y lo hago.

Vuelve a girar y su cabello golpea mi mandíbula con fuerza. Tomo su cintura y la pego a mi cuerpo mientras ambos bailamos al ritmo de la música.

–No quiero compañía –dice mientras su trasero se mueve contra mi polla.

–Yo creo que sí –respondo en su oído mientras disfruto de su dulce olor.

Se gira y sonrío cuando puedo ver a la belleza frente a mis ojos. Sus ojos grises recorren mi rostro y luego mis brazos y torso.

–Me gusta bailar sola –aclara y puedo darme cuenta de inmediato, por su acento, que es americana.

Coloco mi mano sobre su trasero respingón y la pego más a mi cuerpo. –Ahora bailarás conmigo.

Deja caer su cabeza hacia atrás con una hermosa risa que flota a mi alrededor. –Es lindo que creas eso, pero, ¿quieres saber un secreto? –pregunta con una sonrisa tan sensual como la misma Afrodita–. No ha nacido el hombre que pueda darme órdenes.

–¿Ah, no? –pregunto antes de obligarla a girar y pegar su espalda a mi pecho–. Mueve ese culito, preciosa.

Sus ojos grises brillan con diversión. –Solo lo haré porque amo esta canción –dice antes de comenzar a bailar pegada a mi cuerpo, excitándome más allá de lo humanamente posible. Es su belleza, es su calor y ese delicioso olor a cereza.

Sus ojos bajan a mi virilidad empujando contra su vientre. Tomo su barbilla y la obligo a mirarme.

–No te preocupes por ella, al menos no por ahora.

Vuelve a reír antes de cruzar sus brazos en mi cuello y pegar sus pechos a mi pecho. –¿Quién dice que estoy preocupada? –pregunta poniéndose de puntillas–. Estoy cachonda.

Sonrío ante su atrevimiento y la pego más a mi cuerpo mientras nos movemos al ritmo de la música. Viendo a la hermosa mujer frente a mí comprendo que Salvatore tiene razón, debo obligarme a disfrutar un poco más. Tengo responsabilidades, es verdad, pero tengo treinta y cinco años, y si quiero acostarme con una desconocida y bailar una noche a la semana me lo he ganado a pulso.

Las manos de la bella mujer tocan mi estómago y me empalmo completamente.

–Eres de esos.

–¿De esos?

–Ya sabes, de esos hombres que tienen más músculos que cerebro, que pasan horas en el gimnasio en vez de, ya sabes, leer un puto libro.

Sonrío. –Estos músculos no son por gimnasio –digo–. Son por trabajo duro –agrego sin decirle que se necesita mucho entrenamiento y fuerza para matar y defender mi territorio–. Y mi inteligencia es superior a la media, nena.

Pone sus ojos en blanco. –Lo que tú digas. Un hombre que se ve como tú lo haces no puede ser inteligente –grita por sobre el sonido de la música pulsante a nuestro alrededor.

Vuelvo a sonreír. –¿Así que te parezco atractivo?

Vuelve a poner los ojos en blanco. –¿No te has visto en un espejo? –pregunta–. Eres guapísimo, como para chuparse los dedos, pero busco la inteligencia en un hombre.

Enredo mis dedos en su precioso cabello. –Conmigo tienes los dos atributos que buscas, nena. Belleza e inteligencia –le aclaro. Me inclino hasta rozar su oreja con mis labios–. Y te aseguro que mi polla no será una decepción.

–Promesas –devuelve antes de volver a menear su trasero contra mi bragueta–. Estoy harta de las expectativas.

Tomo su barbilla con intención de besarla y callar su boca listilla, pero gira su rostro.

–Nos vemos, guapo –dice antes de caminar lejos del alcance de mis brazos.

Mierda. He perdido mi toque.

La hermosa mujer comienza a bailar con otro hombre y lamento no haberle preguntado su nombre cuando tuve la oportunidad. La mujer que me rechazó debería tener un nombre para poder recordarla.

Siento una palma en mi hombro y ni siquiera tengo que voltearme, sé que es Salvatore.

–Eso debió doler, hermano.

Me encojo de hombros para quitarle importancia.

–Me largo –declaro–. Necesito dormir.

Salvatore vuelve a golpear mi hombro, sin decir una palabra.

Tengo que dormir un poco para sacar este sabor amargo de mi boca.