Ella necesita dinero desesperadamente. Él necesita una esposa falsa para cerrar un trato millonario.
El contrato es claro: sin sentimientos, sin preguntas, sin tocarse fuera de cámaras.
Pero cuando las cámaras se apagan, las reglas empiezan a romperse.
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Dormir con el enemigo
...CAPÍTULO 18...
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...EMMA RÍOS...
No sé si fue culpa del encuentro con Martín o del dolor de cabeza que me dejó la universidad, pero esa noche estaba exhausta.
Ni siquiera cené. Me di una ducha rápida, me puse una camiseta enorme y me tiré en la cama como si quisiera desaparecer del mundo.
Había cerrado los ojos apenas un minuto cuando escuché el ruido de la puerta.
No tocan en esta casa. Nunca.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, incorporándome de golpe.
Leonardo estaba parado en el marco, con una camiseta gris ajustada y ese aire de picarón.
Traía una expresión relajada, pero sus ojos tenían ese brillo molesto que siempre aparece cuando está tramando algo.
—¿No puedo visitar a mi esposa? —preguntó con una sonrisa torcida.
Rodé los ojos.
—Sí, puedes. Pero no a las once de la noche, Blake.
—No soy Blake, soy tu esposo —insistió, dando unos pasos hacia mí.
—Por contrato —le recordé—. Y en ese mismo contrato dice que cada quien tiene su espacio.
Él asintió, fingiendo pensarlo.
—Sí… lo recuerdo. Pero últimamente me cuesta dormir.
—Tómate una pastilla —le dije, dándome la vuelta para apagar la lámpara.
Y justo en ese momento, sentí el colchón hundirse.
—¿Qué haces? —pregunté, girándome alarmada.
Leonardo, el CEO más temido de la ciudad, estaba acostado en mi cama, como si nada.
Incluso se acomodó la almohada.
—Vine a dormir —dijo, con toda la tranquilidad del mundo.
—¿Aquí?
—Ajá.
—¡En serio!
—Ajá.
—Leonardo, sal de mi cama.
—No quiero —respondió con voz grave, cerrando los ojos como un niño que finge dormir.
Me quedé mirándolo con incredulidad.
El hombre que daba órdenes a inversionistas millonarios, ahora se negaba a salir de mi cama.
—Eres insoportable.
—Y tú hablas demasiado —susurró, girándose hacia mí.—vamos a dormir, esposita.
—No puedes dormir aquí —le dije, cruzando los brazos.
—Claro que puedo, soy tu querido esposo.
De pronto, me rodeó con un brazo y me atrajo hacia él.
Mi respiración se detuvo. Su cuerpo estaba caliente, su pecho firme, y olía… demasiado bien.
—¿Qué haces? —pregunté, más suave esta vez.
—Me acostumbré a dormir contigo —murmuró cerca de mi oído—. Desde aquella noche en Grecia… no puedo dormir sin sentirte cerca.
Mi corazón empezó a latir descontrolado.
Tragué saliva y traté de recuperar el aire.
—Eso fue un accidente —dije, intentando sonar firme—. No debió pasar.
—Tal vez —susurró, sonriendo—. Pero fue el mejor accidente de mi vida.
—Leonardo… hay cláusulas —le recordé, dándole un pequeño empujón—Tu las impusiste.
—Sí, las recuerdo —dijo, con ese tono de suficiencia que me sacaba de quicio—. Pero puedo pagar la multa.
—¿Qué?
—Tengo dinero, ¿recuerdas? Puedo romper algunas reglas si quiero.
—Eres un descarado.
—Soy un hombre práctico.
Intenté apartarme, pero él me sujetó del brazo con suavidad.
—No te muevas tanto, que me distraes —dijo entre risas.
—No te pongas tenso, que es solo mi calor corporal —bromeé.
—Si sigues así, va a ser por otra cosa la que va a acalorarse, Ríos —susurró contra mi cuello.
—¡Leonardo!
—¿Qué? Tú empezaste.
—No, tú empezaste cuando te metiste en mi cama.
—Entonces terminemos juntos —murmuró, riendo.
—Suéltame.
—No quiero.
—Leonardo…
—Emma…
—¡Leonardo!
Le empujé el pecho entre risas, pero él me atrapó con cosquillas. Grité, riendo y maldiciéndolo a la vez.
—¡Basta! —grité riendo— ¡Eres un idiota!
—¿Así tratas a tu esposo? —preguntó, atacándome de nuevo.
—¡Suéltame o te juro que—!
—¿Que qué? —preguntó, inclinándose sobre mí con esa sonrisa provocadora.
Lo empujé, pero terminé cayendo encima de él.
Por un segundo, quedamos así: su respiración rozando mi cuello, su mirada bajando lentamente hacia mis labios.
El silencio se volvió espeso.
—Deberías dormir —murmuré, apartando la vista.
—Imposible con tanto ruido —bromeó, tocándome la punta de la nariz.
—¿Qué ruido?
—Tu corazón. Late demasiado fuerte.
—Idiota.
—Ya deja dormir, loca.
Se recostó de nuevo, pero esta vez no me soltó.
Me quedé quieta, escuchando su respiración lenta, profunda y aunque no quería admitirlo… me sentía tranquila ahí.
Entre sus brazos.
Leonardo seguía dormido, el cabello desordenado y el brazo aún sobre mi cintura.
Parecía… humano.
Por un instante, pensé en lo que había dicho.
No puedo dormir sin sentirte cerca.
Y aunque sabía que era una estupidez dejarme afectar… sonreí.
Solo un poco.
Hasta que supe que todo eso, al final del día, era parte de un contrato que solo lo beneficiaba a él.
Y yo… seguía siendo la tonta que confundía los negocios con cariño.
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A la mañana siguiente, desperté entre sus brazos.
Su respiración era lenta, su cabello caía desordenado sobre la frente.
Parecía… tranquilo.
Por un instante, lo observé en silencio.
Y pensé que, tal vez, bajo toda esa arrogancia, había alguien que solo necesitaba sentirse acompañado.
Todo parecía más tranquilo. O al menos eso creí cuando bajé a desayunar.
Gisela estaba en la cocina con su típico humor matutino y Leo aún no había aparecido —seguramente seguía durmiendo después de invadir mi cama.
—Buenos días, señora Blake —canturreó Gisela con una sonrisa que me pareció demasiado sospechosa.
—No empieces —le advertí, sirviéndome café.
—¿Empiezo qué? Solo digo que se ve muy descansada… y que anoche escuché risas viniendo de su habitación.
Me atraganté con el café.
—¡No escuchaste nada!
—Ah no, claro que no —replicó con picardía—. Solo dos adultos casados… disfrutando de su matrimonio.
Le lancé una mirada asesina, pero Gisela soltó una carcajada tan sonora que terminó contagiándome.
Por un momento, me sentí ligera.
Hasta que Leonardo apareció.
Camiseta blanca, cabello despeinado, sonrisa peligrosa. Y ese brillo en los ojos que decía: anoche la pasé muy bien molestándote.
—Buenos días, amor —dijo, acercándose a besarme la mejilla.
—No hagas eso.
—¿Qué? ¿Saludarte? Somos esposos —respondió con fingida inocencia.
Gisela casi suelta el cucharón de la risa.
—Ya basta los dos —dije, levantándome—. Tengo que hacer unos trabajos de la universidad.
Y justo cuando me disponía a llevar la taza al fregadero, su celular sonó.
Leo lo miró… y su rostro cambió.
—¿Quién es? —pregunté sin pensar.
—Nadie importante —dijo, pero su tono era seco.
Guardó el móvil de inmediato y se dirigió hacia el estudio.
Pero algo en su expresión me dejó inquieta.
Esa tarde, mientras revisaba bocetos de la universidad, un guardia de seguridad tocó la puerta principal.
Tenía cara de incomodidad.
—Disculpe, señora Blake… hay un hombre en la entrada. Dice que es su padre.
Sentí un nudo en el estómago.
—¿Qué?
El guardia asintió.
—Parece… alterado.
Salí casi corriendo.
Y ahí estaba.
Mi padre.
Desgastado, la mirada perdida y un temblor en las manos que conocía demasiado bien.
—Papá…
—Emmita —balbuceó, sonriendo—. Te ves… te ves igualita a tu madre.
El olor a alcohol me golpeó.
Quise retroceder, pero no pude.
—¿Qué haces aquí?
—Necesito dinero —dijo sin rodeos—. Solo un poco. Me he estado portando bien. Te lo juro.
Cerré los ojos con fuerza.
Cada palabra era un golpe.
Después de tantos años… venía a pedirme dinero.
—No puedo ayudarte —susurré.
—¿Cómo que no? ¡Mira dónde vives! —gritó, señalando la mansión—. ¡Estás casada con un rico y no puedes darle a tu padre unas monedas!
Sentí las lágrimas subir, pero me mantuve firme.
—No me hagas esto, papá.
—Eres igual a tu madre —escupió, lleno de resentimiento—. Te olvidas de los tuyos cuando te conviene.
Antes de poder responder, una voz fría y autoritaria rompió el aire.
—¿Quién demonios es este hombre? —Leonardo apareció en la puerta, con los puños cerrados y la mandíbula tensa.
—Mi… padre —susurré.
Leonardo lo miró de arriba abajo, y su expresión se endureció.
—Sáquenlo de mi propiedad.
—¡Oye! —gritó mi padre, intentando avanzar—. ¡No me toques, maldito engreído!
—Basta —le grité— ¡Papá, vete!
Los guardias lo apartaron, y mientras se lo llevaban, sus gritos resonaron como dagas.
—¡Te arrepentirás, Emma! ¡Eres una desagradecida!
Me quedé temblando, sin aire.
Leonardo se acercó despacio.
—¿Estás bien?
—No —murmuré, sin poder contener las lágrimas.
Y sin decir nada más, él me abrazó.
Fuerte.
Como si pudiera protegerme del pasado.
qué terrible tener que lidiar con una persona, que se supone debe amarte y velar por tí, en cambio lo que recibes es pura miseria.
Bien dice la Biblia: "de la abundancia del corazón, habla la boca"........🤔
los golpes de la vida hacen madurar y formar otra perspectiva de la vida !!!!!.....🤔😌