Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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capítulo -1
Hace un tiempo, yo era de esas chicas que esperaba una rosa. Una flor, un girasol, cualquier detalle. Veía cómo otras recibían ramos con sonrisas radiantes, y yo también quería ser, aunque sea una vez, el motivo por el que alguien regalara flores.
Con el tiempo entendí que no tenía por qué gustarme lo mismo que a todas. ¿Por qué tenía que ser igual? ¿Por qué tenía que fingir que me gustaban las flores de colores? Entonces me hice una pregunta que nunca antes me había formulado: ¿realmente me gustan las flores?
La respuesta me sorprendió: no, no me gustan. Me gustan las negras. Aquellas que nadie nota, que no se regalan, que son raras, diferentes… únicas. Y fue entonces cuando todo comenzó.
Estaba sentada en la noche más oscura, acompañada solo por la luna de octubre y mis pensamientos. Pensaba en todo lo que me había pasado desde que tengo uso de razón. De pronto, algo —o alguien— pasó frente a mí tan rápido como un destello.
—Tal vez lo imaginé —me dije, sacudiendo la cabeza.
Volví a mi habitación, invadida por mil preguntas. Pensaba cómo haría para sobrevivir al día siguiente, con una vida que se me hacía cada vez más pesada. Tal vez te preguntes cómo llegué a esto… quién soy y cuál es mi historia.
Me llamo Madeleine Salvatore, tengo 26 años y una hija de 8. Vivo en un pequeño pueblo olvidado por casi todos, pero donde el trabajo, al menos, nunca falta.
Hace ya ocho meses me separé del padre de mi hija. Básicamente me dijo que ya no me amaba, que era libre. Luego de diez años de convivencia, me dejó con el amor en las manos… y con una niña que adoraba a su papá. Desde entonces, nuestras vidas cambiaron.Esa noche, lo recuerdo bien, tomé una botella para calmar los nervios. Aun así, los sentía correr por mi piel. Regresé del trabajo sabiendo que esa noche… todo se acabaría.
Intenté demorarme lo más posible, pero lo inevitable llegó. Le pedí que saliéramos a hablar afuera. No quería que nuestra hija escuchara. No quería que me viera derrumbarme. Afuera, puse la canción “Nada” de Dread Mar I y me preparé para lo peor.
Lloré. Como nunca antes. Pero sus palabras fueron secas, frías, directas:
—Ya no te quiero. Es mejor que terminemos. Así no pierdes el tiempo. Eres libre de enamorarte de quien quieras…
¿Libre? ¡Qué absurdo! ¿Diez años para esto? ¿Para que me dejara con las manos vacías? Solo podía pensar en el dolor que vendría… en lo que sentiría mi niña al saberlo.
Después de esa noche, todo cambió.
Me mudé. No quería verlo, aunque dolía no tenerlo más a mi lado. Dolía dormir sin sus abrazos. Mi hija y yo nos sosteníamos una a la otra. Llorábamos muchas noches, pero con el tiempo… dolía un poco menos.
Han pasado siete meses. Esta noche, una vez más, estaba sentada bajo la luna pensando en todo. Volví a ver aquella figura fugaz, pero no le di importancia.
Volví a casa. Vi a mi niña dormir en su camita. Su respiración pausada era lo único que me daba fuerza para seguir.