Violeta Meil siempre tuvo todo: belleza, dinero y una vida perfecta.
Hija de una de las familias más ricas del país M, jamás imaginó que su destino cambiaría tan rápido.
Recién graduada, consigue un puesto en la poderosa empresa de los Sen, una dinastía de magnates tecnológicos. Allí conoce a Damien Sen, el frío y arrogante heredero que parece disfrutar haciéndole la vida imposible.
Pero cuando la familia Meil enfrenta una crisis económica, su padre decide sellar un compromiso arreglado con Damien.
Ella no lo ama.
Él tiene a otra.
Y sin embargo… el destino no entiende de contratos.
Entre lujo, secretos y corazones rotos, Violeta descubrirá que el verdadero poder no está en el dinero, sino en saber quién controla el juego del amor.
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El jefe más insoportable del planeta
**Capítulo 6:**El jefe más insoportable del planeta
(Desde la perspectiva de Violeta Meil)
El sonido del despertador fue mi primer enemigo del día.
El segundo, era recordar que mi maravilloso jefe me había degradado a secretaria en menos de 24 horas.
Y el tercero… bueno, su cara de piedra.
Suspiré fuerte y me senté en la cama.
—Vamos, Violeta. No vas a dejar que ese ogro te gane —me dije a mí misma mientras buscaba motivación en el techo.
Bajé a desayunar y Olivia ya estaba arreglándose su cabello frente al espejo del comedor, lista para su primer día como chef en el restaurante más exclusivo del país N.
—¿Lista para conquistar la empresa del siglo? —preguntó con una sonrisa.
—Más bien lista para sobrevivir —contesté rodando los ojos—. Mi jefe es un demonio con traje.
—Oh, ¿el sexy y misterioso Damien Sen? —preguntó con malicia.
—Sexy, sí. Misterioso, también. Pero un completo infierno en versión humana.
Olivia soltó una carcajada.
—Tú siempre exageras.
—Ojalá fuera broma —murmuré mientras me servía café—. Si llego viva al viernes, lo consideraré una victoria personal.
Nos despedimos y salí rumbo a Vlader Sen Corporations.
Durante el camino, intenté mantenerme positiva, pero en cuanto crucé las puertas del edificio y vi el reflejo de mi traje en los cristales, recordé la humillación del día anterior.
La hija de los Meil, convertida en secretaria.
Qué ironía.
Cuando llegué a mi “oficina”, que era básicamente un rectángulo con escritorio, una planta triste y una ventana diminuta, ya había una torre de carpetas esperándome.
Encima de ellas, una nota escrita con letra perfectamente ordenada:
“Necesito estos informes digitalizados antes del mediodía.
—D. Sen.”
Ni un “por favor”, ni un “gracias”.
Solo órdenes.
Y encima, sin firma completa, como si yo no mereciera ni eso.
—Qué detalle, señor Sen —murmuré sarcásticamente mientras me acomodaba frente al monitor—. Me siento tan valorada.
Apenas empecé a trabajar, sonó el teléfono.
Contesté rápido, intentando sonar profesional.
—Oficina del señor Sen, habla Violeta Meil.
—Café. Doble espresso. Dos cucharadas de azúcar. En cinco minutos. —Su voz. Helada, directa, como una orden militar.
—Sí, claro, señor Sen —respondí conteniendo las ganas de gritarle.
Colgué, respiré hondo y murmuré:
—El demonio necesita su poción matutina.
Bajé hasta la cafetería del edificio y pedí su bendito café, con las especificaciones exactas.
Cuando llegué a su oficina, toqué la puerta con un nudo en el estómago.
—Adelante —se escuchó desde dentro.
Entré, coloqué la taza en su escritorio y traté de irme rápido, pero su voz me detuvo.
—Espere. —Alzó la mirada, sin levantar una ceja siquiera—. ¿Leyó los correos que le envié?
—Estoy en eso, señor.
—Acelere. No quiero excusas. Y también ordene mi almuerzo a las doce. Comida ligera, nada grasoso. Y sin picante.
“Sin picante”, repitió mi mente.
Qué curioso detalle…
Si no fuera porque estaba tan molesta, no me habría quedado grabado.
Asentí con una sonrisa falsa.
—Por supuesto, señor Sen. Sin picante.
Salí cerrando la puerta y murmuré entre dientes:
—Sin alma, sin sentido del humor, y sin respeto también.
Pasaron las horas.
Carpetas, correos, más carpetas.
Y cada tanto, otra orden por teléfono.
“Revise ese documento.”
“Tráigame el informe.”
“Confirme la reunión.”
“Más café.”
Al mediodía, cuando supe que tenía que pedir su almuerzo, sonreí con una idea maliciosa.
Muy maliciosa.
—¿Querías sin picante, verdad? —susurré mientras tecleaba la orden—. Perfecto. Solo que… el chef no escuchará esa parte.
Marqué al restaurante interno y pedí lo habitual: arroz con pollo, ensalada y salsa.
Solo que añadí un toque especial.
—Ah, y póngale extra de salsa picante. Que se sienta —dije dulcemente al teléfono.
Colgué con una sonrisa traviesa.
—Esto no arreglará mi puesto, pero me hará sentir mejor.
Una hora después, me llamaron de nuevo.
La voz de Damien sonaba… furiosa.
—Señorita Meil, a mi oficina. Ahora.
Ups.
Tal vez la salsa fue demasiado.
Entré intentando mantener mi mejor cara de “yo no hice nada”.
Damien estaba de pie, frente a su escritorio, con la chaqueta del traje desabotonada y una mirada asesina.
En su mano sostenía un vaso de agua medio vacío.
Y en el escritorio, el plato del almuerzo… con la salsa roja aún humeante.
—¿Qué demonios fue eso? —preguntó entre dientes.
—¿Perdón?
—La comida. ¿Por qué estaba llena de picante?
—Oh… —puse mi mejor cara de confusión—. Fue lo que pidió, señor. Dijo “ligera, nada grasosa”, y… bueno, pensé que un poco de sabor no haría daño.
Él me miró fijamente, con las cejas fruncidas.
—Le dije claramente sin picante.
—¿Ah sí? —dije inocente—. Tal vez lo escuché mal. Pero para la próxima lo anoto con letras mayúsculas, ¿le parece?
Por un segundo pensé que iba a gritarme.
Pero solo respiró hondo, cerró los ojos, y dijo con voz baja:
—Salga de mi oficina, señorita Meil. Antes de que pierda la paciencia.
—Con gusto, señor Sen —contesté con una sonrisa que apenas pude disimular.
Cerré la puerta suavemente, y en cuanto estuve fuera, solté una risa contenida.
—Eso te pasa por ser tan odioso, señor perfección.
Volví a mi mini oficina y me dejé caer en la silla, aún riéndome.
Hasta que miré el reloj.
Eran las cuatro de la tarde… y todavía tenía medio océano de trabajo pendiente.
Las horas pasaron volando entre reportes, correcciones y llamadas.
Cada vez que creía haber terminado, llegaba un nuevo correo con el asunto: “Urgente”.
Y todos firmados por D. Sen.
Claro.
Cuando finalmente levanté la vista del monitor, eran las nueve de la noche.
¡Las nueve!
Mi hora de salida era a las siete.
Genial.
Mi primer día y ya trabajaba horas extras gratis.
Recogí mis cosas a toda prisa y salí de la oficina.
El pasillo estaba completamente vacío.
Las luces más tenues, el silencio total.
Ni un alma.
Me sentía en una película de terror corporativa.
—Ok, Violeta, solo camina rápido hacia el elevador y no mires atrás —murmuré mientras presionaba el botón.
Justo cuando las puertas se abrieron, una voz me hizo saltar.
—¿Qué carajos haces aquí a esta hora?
Di un grito ahogado y casi tiro mi bolso.
Damien estaba frente a mí, con la chaqueta colgada del brazo y esa expresión de jefe que siempre tiene la razón.
—¡Por poco me matas del susto! —dije llevándome la mano al pecho—. ¿Qué hace usted aquí?
—Yo trabajo aquí. Tú deberías estar en tu casa desde hace dos horas —replicó, cruzándose de brazos—. ¿No sabes cumplir horarios tampoco?
Eso fue la gota que derramó el vaso.
—¿Sabe qué, señor Sen? Ya estoy harta —solté, alzando la voz—. ¡Desde que llegué no ha hecho más que tratarme como basura!
Me carga de trabajo, me habla como si fuera su asistente robótica y ni siquiera puede decir un simple “gracias”.
—No soporto a las niñitas mimadas —respondió con frialdad—. Y menos a las que creen que todo se les debe. Si quieres respeto, gánatelo.
—¡Niñita mimada! —repetí indignada—. No tiene ni idea de quién soy, ni de lo que quiero. Vine aquí para trabajar, no para ser su saco de boxeo.
Por un segundo, creí ver algo distinto en sus ojos.
¿Culpabilidad?
¿Duda?
Pero desapareció enseguida.
—Entonces demuestra que puedes hacerlo —dijo finalmente—. Te quiero aquí temprano mañana. Y no vuelvas a quedarte hasta tarde. No quiero cargar con tus errores.
Y sin decir más, se alejó por el pasillo, dejando su perfume caro en el aire y mi dignidad hecha polvo.
Salí del edificio con el corazón latiendo rápido.
Entre el enojo, el cansancio y la frustración, lo único que quería era desaparecer.
Cuando llegué al departamento, todo estaba en silencio.
Olivia aún no regresaba del restaurante, probablemente estaba en pleno servicio nocturno.
Dejé mi bolso en el sofá, me quité los tacones y caminé hasta mi habitación.
En cuanto cerré la puerta, las lágrimas comenzaron a caer.
Sin pensarlo, me dejé caer sobre la cama.
—No soy una mimada —susurré entre sollozos—. Solo quiero demostrar que puedo hacerlo sola… ¿por qué todo tiene que ser tan difícil?
Miré el techo, las luces de la ciudad filtrándose por la ventana, y sentí ese nudo en el pecho que mezclaba orgullo y tristeza.
Porque sí, podía tener fama de caprichosa, pero en el fondo, lo único que quería era ser alguien por mérito propio.
No “la hija de los Meil”.
Solo Violeta.
Y si Damien Sen pensaba que iba a rendirme, se equivocaba.
Mañana me levantaría más temprano.
Me vería mejor.
Y haría mi trabajo tan bien que ese hombre tendría que tragarse sus palabras.
Pero, por ahora… solo dejé que las lágrimas siguieran cayendo.
A veces, llorar también es una forma de empezar de nuevo.