Una noche. Un desconocido. Y un giro que cambiará su vida para siempre.
Ana, una joven mexicana marcada por las expectativas de su estricta familia, comete un "error" imperdonable: pasar la noche con un hombre al que no conoce, huyendo del matrimonio arreglado que le han impuesto. Al despertar, no recuerda cómo llegó allí… solo que debe huir de las consecuencias.
Humillada y juzgada, es enviada sola a Nueva York a estudiar, lejos de todo lo que conoce. Pero su exilio toma un giro inesperado cuando descubre que está embarazada. De gemelos. Y no tiene idea de quién es el padre.
Mientras Ana intenta rehacer su vida con determinación y miedo, el destino no ha dicho su última palabra. Porque el hombre de aquella noche… también guarda recuerdos fragmentados, y sus caminos están a punto de cruzarse otra vez.
¿Puede el amor nacer en medio del caos? ¿Qué ocurre cuando el destino une lo que el pasado rompió?
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Capítulo 1 – La noche que lo cambió todo
Ana jamás había sido una rebelde. Siempre fue la hija ejemplar, la que seguía las reglas, la que decía “sí” aunque quisiera gritar “no”. Pero esa noche… esa noche fue diferente.
Había escapado de la cena de compromiso que sus padres organizaron con el hijo de unos socios importantes. Un hombre perfecto en el papel, pero que no le despertaba absolutamente nada. Agotada de ser la muñeca obediente, se dejó arrastrar por su mejor amiga a una fiesta en un hotel elegante de la ciudad. Solo pensaba en olvidar por unas horas el peso de las decisiones ajenas.
Las luces eran tenues, la música vibraba en su pecho y las copas no tardaron en acumularse. No sabía ni cómo terminó en la barra, riendo con un desconocido de ojos intensos y sonrisa peligrosa. Él no preguntó su nombre, y ella tampoco preguntó el de él. Solo sintió que, por primera vez, podía respirar.
Lo último que recordaba con claridad era su voz grave susurrándole al oído y la calidez de una mano que tomaba la suya. Después… un vacío. Un parpadeo. Y luego, la mañana siguiente.
El sol se filtraba por las cortinas de una habitación de hotel que no reconocía. Las sábanas eran suaves, la cama enorme… y ella, sola. Su vestido estaba en el suelo, sus tacones junto a la puerta, y su corazón palpitaba con una mezcla de miedo y confusión. No recordaba cómo había llegado allí. No recordaba si había pasado algo… aunque su cuerpo decía que sí.
Se vistió con rapidez, dejando atrás esa habitación, esa noche… y al hombre cuyo nombre nunca supo. Ana creyó que eso quedaría como un error más en su vida. No sabía que esa noche, en silencio, había marcado el inicio de un destino imposible de evitar.
Bajó por el ascensor con las mejillas encendidas, deseando no encontrarse con nadie. Cada paso se sentía como un eco de lo que había hecho, aunque ni siquiera podía nombrarlo. Su mente intentaba reconstruir las piezas, pero era como mirar a través de un vidrio empañado. Recordaba fragmentos: risas, el sabor del vino, la calidez de una mano en su cintura… y una mirada que la desarmaba.
Cuando salió del hotel, el aire fresco de la mañana la golpeó en el rostro. Cerró los ojos por un segundo, deseando que todo fuera una pesadilla. Pero no lo era.
Las cosas empeoraron al llegar a casa. Su madre la esperaba en la sala, con los labios fruncidos y la mirada cargada de decepción. Su padre, sentado en silencio, la miraba como si no la conociera.
—¿Dónde estabas anoche? —preguntó su madre con voz firme.
—No me sentía bien, me fui a dormir —mintió Ana, sin mirarlos a los ojos.
—¿Dormir? ¿En casa de quién? —espetó su padre, cruzando los brazos.
Ana se congeló. Al parecer, ya lo sabían.
—No tiene importancia. Solo fue una noche. Yo no…
—¡¿Una noche?! —interrumpió su madre, alzando la voz por primera vez—. ¡Ibas a comprometerte con el hijo de los Morales, Ana! ¡Y tú… tú decides irte a revolcar con un desconocido!
Las palabras fueron como bofetadas. Ana sintió las lágrimas acumulándose en sus ojos, pero se obligó a contenerlas. No les daría ese poder.
—No lo amo. Nunca lo amé —dijo con voz temblorosa.
—¡El amor no tiene nada que ver con esto! —gritó su padre—. Se trataba del futuro de esta familia. De tu futuro.
Un silencio incómodo se instaló. Ana apretó los labios, con el orgullo como único escudo.
—Entonces supongo que ya no me queda lugar en esta familia —murmuró.
Fue su madre quien habló esta vez, con una frialdad que la hizo estremecer.
—Tienes razón. Por eso te irás a Estados Unidos. Ya hemos hecho los arreglos para que estudies allá. Será lo mejor para todos.
Días después, Ana subía a un avión con una maleta llena de ropa y el corazón vacío. Le habían quitado todo: su voz, su lugar, su derecho a equivocarse. Pero allá, en un país donde nadie la conocía, al menos tendría la libertad de comenzar de nuevo.
No sospechaba, sin embargo, que no estaba sola. Que dentro de ella ya latían dos corazones diminutos. Y que ese vínculo, tan profundo como invisible, pronto la obligaría a enfrentar su pasado.
Un pasado con nombre, rostro… y poder.