Capítulo 8

Sus oídos estaban taponados, como si tuviera relleno de algodón. Podía oír algún murmullo, como si estuviera bajo del agua y todo se escuchará diferente. Todas las voces eran diferentes, no podía reconocer a nadie por la voz. Estaba agotado, como si hubiera corrido por horas. Hace unos años había empezado hacer ejercicio como una actividad para mejorar su estado físico, fue de golpe y al día siguiente no podía más de su cuerpo: se sentía similar.

El abrir los ojos fue un reto, no podía. El respirar se le hizo muy pesado. Su conciencia estaba despierta pero su cuerpo no. Estaba muy rígido. Trató de hablar y la boca estaba seca. Pero solo un quejido pudo salir. Se asustó, sonaba terrible.

— ¡Está vivo! —alguien exclamó en un grito, horrorizado.

— ¡Traigan ya al médico!

Sus voces se escucharon fuerte y claro. Estando muy cerca. De pronto todo se aclaró, los ruidos, los pasos, los llamados, sonidos agudos y graves venían como una onda expansiva. Le dolía, sentía que sus oídos comenzaban a generar un sonido extraño, como cuando pones tus dedos dentro.

— ¡Estás bien, tranquilo! ¡Estás a salvo, necesito que te quedes acostado! —una voz femenina le susurraba intentando tranquilizarlo —. ¡Llévenselo ya, mantengan la presión en el cuello! ¡Tenemos un corte profundo a la yugular!

Quiso hablar, pero cayó inconsciente antes.

La bruma oscura de un sueño poco entendible y cortado por la sensación de intranquilidad fue similar a un parpadeo. Su conciencia se durmió, pero pronto volvió a reaccionar. La cabeza le estallaba. Sentía que se le quebraba por una aguda punzada que lo estaba atormentando como una tortura.

Había un grito, fuerte y claro. Agudo, como un chillido angustioso que no paraba. Un horror constante, un pánico ahogaba a su causante. Algo estaba mal, terriblemente mal. Le costaba entender quién gritaba de forma tan desesperada. Tenía la sensación de que lo había escuchado pero no sabía dónde.

El grito de terror le taladraba el oído. Parecía una secuencia que se repetía. Iniciaba con fuerza, desesperante, y en medio parecía ahogarse en llanto y convertirse en un chillido reduciendo su volumen hasta terminar en completo silencio. Trató de moverse o de abrir los ojos. Algo que le pudiera decir qué mierda estaba pasando.

¿Qué mierda le están haciendo, hijos de puta? No sabía a quién o quiénes estaba insultado, pero iba a encontrar la forma de encontrarlos y devolver lo que sea que le estaban haciendo. No sabía quién gritaba, pero buscaría cobrarle lo que sea que estuvieran haciendo. Una persona no podía estar bien con esos niveles de desesperación.

Otro chillido angustioso, y quiso enfrentarse a lo que estaba pasando.

—Thiago, no te muevas —aunque fue tan solo un murmullo, pudo escuchar claramente la voz cansada de su madre. Sintió su suave tacto contra su brazo derecho.

Los sollozos de una mujer aún le estaban molestando. Arrugó el ceño y se preguntó dónde estaba exactamente. Trató de abrir los ojos, los párpados le pesaban por más esfuerzo que hacía.

—Quédate quieto, Thiago —le pidió esta vez un poco desesperada —. Tienes una intravenosa.

¿Se estaba moviendo? No sentía nada. Sólo podía identificar el cálido movimiento de su madre a la derecha y mucho movimiento del exterior. Pasos; murmullos; pitidos insoportables; también llantos. Uno suave y bajito, y otro ensordecedor.

—Ma... mamá... —intentó hablar pero tenía la garganta seca y los labios pegados. Pronto una suave tela humedecida de agua pasó por sus belfos.

— ¿Tienes sed? Por ahora sólo puedo darte agua así. El médico me dijo que no tomes nada.

—Mamá... —volvió a intentar ahora sintiendo más facilidad. Un nuevo llanto ahogado retumbó en su cabeza—… qué… ¿Dónde estamos?

—Estamos bien, estás bien —repitió como un mantra en murmullos quebrados —. Estás a salvo.

—Pero…

Fue ahí que lo escuchó. Un quejido que se le hizo familiar. Podía reconocer ese murmullo quebrado que ahora mismo atormentaba sus oídos. Lo había escuchado una vez.

Sabía que era ella. La conocía. Mara nunca gritaba, jamás. Era de hierro. Podía contar una sola anécdota de haberla escuchado gritar así. La única vez que grito de una forma tan desesperada fue por una broma, estúpida y completamente idiota, que le había hecho arriba del auto de su madre. No fue agradable, y se arrepiente de ello cada vez que lo recuerda.

—Thiago… respira tranquilo, te vas hacer daño —sintió los dedos suaves y cálidos de su madre en su brazo, una muestra de afecto tan gélida para alguien como ella.

Otro sollozo. Más cansado, más resignado. Se sintió ansioso. Quería saber qué estaba pasando.

Quería abrir los ojos ¿Por qué no podía? ¿Qué estaba pasando? Tragó en seco y sintió una punzada en la garganta que le hizo fruncir el ceño.

—... No lloren...

— ¡Cómo que no...!

—Mamá... Mara… No lloren, estoy bien.

Silencio. Mara silenciosamente paró de llorar. Pudo escuchar los ecos de angustia aliviarse y una extraña tranquilidad lo inundó cuándo pudo identificar las suaves inhalaciones del fin de la angustia.

—Por favor... —susurró suave, pero seguro de que ella lo estaba escuchando junto a su madre—... No lloren.

—Dios…

No estaba seguro pero cayó inconsciente otra vez.

Parpadeó buscando poder ver al fin en dónde estaba. Los ojos acuosos de su madre le miraban desde la silla a la derecha, le intentó dar una sonrisa pero apenas logró una mueca de labios. Estaba en un hospital, blanco y frío, en un aparente cuarto individual. Se preguntó el cómo terminó ahí, no tenía los recuerdos muy claros y lo último que tenía en la cabeza era él y su madre comiendo en la cafetería de siempre.

Miró nuevamente a Lydia, desconcertado.

—Cariño —le susurró acariciando su cabello. Tratando de acomodar algunos mechones rebeldes —. Oh, dios. Casi me muero —sollozó.

Su madre estaba haciendo un puchero. Thiago sintió una necesidad de abrazar al cuerpo tembloroso de su progenitora pero no podía moverse. Estaba tan cansado, que el mantenerse despierto era una proeza.

—Perdón, mamá.

— ¡No, no! ¡Me lo pides de rodillas! —exclamó dándole un toque en el brazo suave en el hombro, que tuvo la intención de ser una reprimenda.

—Mamá... ¿Me desmayé? —preguntó.

—Tenías una herida tan fea en tu garganta —su voz se cortó cuando dijo "garganta". La cálida mano de su madre se desplazaba por su frente acomodando con dedos ligeros los mechones desordenados —. Estuve aquí esperando a que despiertes al fin.

— ¿Qué fue… —su garganta se resintió y tosió, su rostro se retorció por el dolor incómodo— qué pasó? ¿No estábamos en la cafe…? —volvió a ahogarse.

Lydia lo miró silenciosa. Su cara había quedado entre una expresión confusa y llorosa hasta dar paso a una preocupante compresión.

—Thiago... ¿Qué fue lo último que recuerdas? —la pregunta fue hecha con un timbre demasiado dulce y amable que se le hizo alarmante.

No le estaba gustando un pelo.

—Tú y yo estábamos comiendo... yo… Mara tenía un torneo en el gimnasio—susurró tomándose su tiempo de pronunciar cada palabra.

¿Por qué le dolía tanto la garganta? De pronto, era abrumadoramente consciente de lo irritada y seca que estaba. Le molestaba al entonar y se escuchaba muy raro.

Entonces, el agudo llanto vino como un recuerdo fantasmal. Con un eco de recuerdo que le hizo preguntar:

— ¿Dónde está? —miró a su alrededor confundido.

— ¿Quién?

—Mara.

Su madre volvió a guardar silencio, su cara estaba pálida. Su mirada era complicada.

—No quiero que te alteres —le dijo con duda, mirando hacía la puerta insegura de si llamar al médico o quedarse en su lugar.

—Mamá... ¿qué pasó? —volvió a preguntar, mirando con intensidad el rostro contrariado de la pobre mujer.

—No lo sé, exactamente —susurró viéndose confundida e insegura —. Al parecer, ustedes llegaron al torneo. Pero... alguien entró a los vestidores dónde estabas con Mara y otras tres competidoras y sus acompañantes. No saben dónde está Mara, desapareció con otra competidora.

Desasosiego. Ansiedad. Preocupación. Una bola de emociones se estrelló en su estómago. Sentía como su cabeza daba vueltas. Una torrente de preguntas comenzó a llegar a su cabeza, con tal fuerza que el dolor de su cabeza comenzó nuevamente.

—Pero... Ella... —su voz se quebró. Ella estaba llorando aquí hace un momento. Quiso decirlo. Quiso decirle a su madre que él la pudo escuchar fuerte y claro llorar con desesperación contra su oído.

Ella había estado ahí. Estaba asustada y llorando.

— ¡THIAGO! —el grito horrorizado de su madre al verlo vomitar hacia el suelo del hospital, empeoró su dolor de cabeza.

Intentó levantarse de la camilla, pero todo daba vueltas a su alrededor. Cerró los ojos en un intento de parar con el mareo. La puerta del cuarto se abrió con fuerza y el sonido de impacto contra la pared se le hizo similar a una bomba reventando contra su cabeza. Y los ruidos siguientes fueron una onda explosiva que lo aturdió más.

Los murmullos eran gritos. Fuertes e insoportables gritos contra su oído. Nadie se callaba y los sonidos parecían subir de volumen. Voces; pasos; movimientos ruedas; podía hasta escuchar el movimiento de lapiceras a solo unos metros de distancia de su cuarto; alguien se quejaba a unos cuartos de distancia y otro dormía con fuertes ronquidos. Era como tener la cabeza dentro de un contenedor y un parlante gigantes con sonidos sin sentido y saturados.

— ¡Cállense! ¡Mi cabeza! —trató de gritar por encima del ruido que estaban haciendo pero no podía estar seguro de haberlo logrado. Lo que sí podía confirmar es que se pudo haber lastimado la garganta.

Se sintió embestido contra la camilla y un peso que le impedía moverse. Siguió luchando tratando de sacarse lo que sea que tuviera encima. No intentó ver qué era por miedo a marearse más de lo que estaba y volver a vomitar.

—Thiago.

Susurró una voz, baja y grave. Le pareció levemente reconocible pero en ese momento no podía pensar a quién le pertenecía. Pero fue un calmante. De algún modo sintió que todo los ruidos empezaban a reducirse hasta ser un murmullo tan bajo que no eran entendibles.

Abrió apenas los ojos. Con la cara hacia la puerta de entrada, pudo ver la figura de un hombre en una esquina asomándose. Brillantes ojos azules lo miraba, siendo lo único que parecía destacar. Pronto volvió a caer inconsciente, consumido por una oscuridad tortuosa y un sueño abstracto y sin sentido de llantos de mujer.

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