Capítulo 6

Terminando de molestar a sus amigas, buscó su juego de llave. Procurando tener todo lo necesario para volver a salir, se dio la vuelta con dirección a la salida. Apenas eran las nueve y media, y aunque sabía que habían arreglado para las diez con su madre–Y sabía que las diez de su madre eran las once del resto de la humanidad–, prefería ir con tiempo y esperar tranquilo. Se quedaría cómodamente sentado en la cafetería de siempre, mientras degustaba algún dulce.

Antes de que pudiera siquiera agarrar el picaporte de la entrada, una voz femenina lo detuvo.

— ¡Ven un segundo! —Mara lo llamó desde la cocina.

Thiago se asomó abriendo las cortinas del desayunador que conectaba la cocina con el comedor, encontrándose con su amiga recostada contra la mesada de la bacha.

Sólo estaban ellos dos, Toña había vuelto a acostarse luego de guardar todos sus productos de maquillaje alegando que aún estaba cansada. Thiago no quiso hacer comentarios sobre cómo la había encontrado, decidió que más tarde hablaría con ella.

— ¿Qué sucede? —preguntó mientras jugaba con las llaves.

— ¿Tienes algo esta noche? —Mara estaba comiendo una macedonia de frutas.

—No, estoy disponible para ti —Sonriendo con coquetería, apunto al cuenco con cubos de frutas —. Qué raro verte comiendo tan poco.

—Tengo un torneo hoy a la noche —susurró mientras daba otro bocado.

—Oh.

El sentimiento de culpa que tenía esa mañana en el hotel empeoró. Los torneos eran algo importante para Mara, por lo que, al ser su mejor amigo casi hermano, lo eran para él también. Thiago no faltaba a ninguno de sus torneos y era casi algo sagrado que Mara se preparara un día antes. Por lo visto se reflejó en su rostro porque su amiga se apresuró a quitarle valor al asunto con un gesto de la mano.

—No es nada importante, es amistoso —aseguró con tranquilidad—. Si no, no hubiera salido.

— ¡Genial! —exclamó alegre, pero aun con algo de remordimiento por dentro —. ¿Será en el Elíseo?

El "Elíseo" era un gimnasio de artes marciales, la principal rama era el taekwondo y la segunda el judo. El edificio era lo suficientemente grande como para tener una zona de gimnasio convencional y una sala de yoga. El lugar era concurrido, siendo dónde regularmente se daban algunos campeonatos de menor importancia. Mara trabajaba ahí desde hace unos años como vendedora de los planes del gimnasio y recepción.

Desde que tenía memoria Mara era una deportista talentosa. Con una condición física que era envidiable, no había actividad que no hubiera realizado. Era una especie de reto para sí misma, puesto que no tenía muchos intereses en mejorar en las artes antes de pasar a otra nueva. Y, siendo una practicante sin mayores pretensiones que un gusto personal, había pasado por varios deportes hasta que empezó taekwondo con dieciocho años. Actualmente, con sólo veintidós, se mantenía en el cinturón rojo por simple gusto. No parecía muy interesada en llegar más allá.

Mara asintió.

—La entrada te la dejé bajo la lata de llaves.

—Iré con pompones y minifalda.

— ¿Serás mi animadora? —bromeó. Tomando un vaso de los estantes, fue hasta la heladera y buscó la garra de agua fresca para acompañar el cuenco de las frutas.

—Seré tu chico de prostíbulo.

La carcajada de Mara fue tan abrupta que casi se echa la garra de agua encima.

— ¿Qué carajos es eso?

—Lo leí en una novela. El protagonista era un boxeador y salía con un chico que era como animador de fiestas para adultos, pero sin desnudos —Thiago arrugó el ceño —. No me acuerdo cómo le decían, pero me sonaba a prostitución.

— ¿Pero qué clase de mierda lees? —se rió divertida.

—No sé. Parecía particularmente popular entre las mujeres —se alejó del desayunador, yendo con dirección a la entrada. Agregó: —Quisiera que mi vida amorosa fuera la mitad de interesante que esas novelas. Grindr es lo único que me deja en sequía cuando las aguas inundan.

—Te amo pero no me hables de tus inundaciones —le rogó pálida, viéndose enferma, asomándose desde la cocina.

— ¡En las relaciones sanas entre amigos se habla sobre las parejas del otro!

— ¡Tus parejas, no tus co-!

— ¡Por el amor al prójimo dejen dormir! —el grito de Axel interrumpió su discusión.

Thiago y Mara se miraron.

—Voy al trabajo después de desayunar con mamá.

—Bien. Yo entro a trabajar ahora en un rato, estaré en el gimnasio todo el día —dijo en un suspiro—. Es a las siete, pero primero irán los principiantes.

Levantando los pulgares buscó su entrada y la guardó en un bolsillo. Luego, se despidió y salió del departamento.

Donde se reunía con su madre era una cafetería bastante popular. Los postres eran deliciosos y dolorosos, los precios podrían hacer que tu billetera saltara del bolsillo y huyera. A Thiago realmente le costaba entender cómo su madre podía ir y pagar semejante precio por un café y algunos dulces. Pero como él no era quien pagaba, entonces no opinaba.

Para su suerte, ese día no estaba tan lleno, por lo que se tomó el privilegio de buscar una mesa cerca de la ventana. Él diría que es una costumbre de querer ver hacia el exterior, su madre lo acusaría de chismoso. Por dentro, admitiría que era mitad y mitad.

Rosa Negra tenía un estilo de cafetería antigua con las paredes forradas en madera y plantas colgando por cada pared, viga en el techo y columna. Un viejo mostrador antiguo de almacén exponía una variedad de productos de repostería que lucían apetitosos, también había algunos bocadillos salados que no eran menos. Thiago sentía que el colmo eran las arañas con cristalería falsa que colgaba del techo. Lo que veía cómodo eran los asientos, forrados por un material que era suave al tacto.

Era la cafetería más antigua de la ciudad y, como muchos comercios algo caros, estaban al lado del río.

Thiago estaba ahí, ocupando espacio en su mesa para dos. Una de las camareras se le acercó y le dejó la carta, diciendo que si necesitaba algo la llamara. Se dispuso a ver qué había de nuevo en el menú. Al principio no lo noto, pero fue después de un rato que se sintió incómodo y, más en busca de sí su madre estaba cerca que otra cosa, miró alrededor de la cafetería.

Había estado siendo vigilado por un hombre. Uno muy extraño que estaba a unas mesas de distancia. Estaban frente a frente, y el hombre no era para nada disimulado. Tenía un grueso gorro de lana negro y un abrigo enorme. Era raro porque el lugar estaba climatizado, incluso se había sacado la chaqueta y la había dejado en el respaldo de su asiento.

— ¡Thiago! —el estallido de felicidad de su madre, hizo que volteara a la entrada. La vio llegar con su bolso colgando del brazo y su abrigo siendo casi una pelota en su mano. Su cabello rubio estaba en un rodete perfecto, de esos que parecían doler, y sus ojos negros estaban curvados por su sonrisa.

— ¿Mamá, viniste corriendo? —se levantó abriendo los brazos para recibirla.

—Algo así —respondió luego de aferrarse a su hijo un rato —. No quería hacerte esperar mucho.

Ambos tomaron lugar en la mesa, Lydia hizo un gesto a una camarera e hizo su pedido de siempre; un postre exagerado en dulce con chocolate y un jugo, Thiago sólo se pidió un café.

—Hoy hable con Nicolas —comenzó Lydia. Nicolás era el padrino de Mara, se había hecho cargo de ella luego de que sus padres tuvieran un accidente y quedara sola—, mencionó algo de un campeonato.

—Sí, Mara me lo dijo antes de salir —dijo riendo.

—Esa chica —murmuró Lydia con una sonrisa —... es agradable verlos juntos, ¿por qué nunca la traes?

—Mamá, nos juntamos a cenar los últimos domingo del mes.

—Tampoco es malo que venga a merendar con nosotros —respondió. Luego agregó en un tono soñador —. Ustedes ya han estado tantos años juntos ¡Ahora incluso conviven! Yo me tardé un poco en irme a vivir con tu padre pero eran en otras circunstancias aunque ustede-...

La chica que trajo el pedido se sintió un poco confundida por la enorme sonrisa de felicidad con la que Thiago la recibió. No era coqueta, era de puro alivio. Acomodó el pedido y se fue.

— ¿Qué tal Nicolas, mamá? —preguntó esta vez tratando, adrede, de cambiar de tema.

—Oh, está bien. Viene de vez en cuando a ayudarme con cosas de la casa —dijo sonrojada —. Sabes que siempre tengo problemas con los aparatos. Es muy amable conmigo.

—Nunca entenderé cómo haces para quemar todos los electrodomésticos.

— ¡Es un accidente!

Mientras guiaba a su madre hacía otro tema, miró por encima del hombro de ella. Ya no era uno, sino dos. Pero esta vez ninguno miraba para su mesa, estaban muy ocupados conversando en murmullos. Thiago decidió que tendría un ojo en esa mesa hasta que se fueran ellos o los otros. Dicen que lo primero que te alerta de alguien es su cara, pero estas personas eran normales, no había nada raro en ellos más que una sensación de Thiago.

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