Capítulo 5

Al principio le costó ubicarse en dónde estaba. Salió del hotel sin siquiera preguntar en qué lugar estaba, no supo si era por vergüenza o la sensación incómoda que lo perseguía desde que había despertado dentro del cuarto del hotel. El lugar, más allá de ser un hotel alojamiento, tenía un aspecto elegante en cada parte, incluso el exterior daba una sensación de opulencia que no era muy normal. El nombre "La Joya de Medio Oriente" le sonaba un poco demasiado llamativo.

Caminó un par de calles mientras utilizaba su teléfono para saber cómo volver a su departamento. Pudo confirmar que aún estaba en Santa Atanasia, a unas cuantas y lejanas calles de su lugar de residencia, pero el saber que no estaba tan lejos como había pensado le causó tranquilidad.

Santa Atanasia era una ciudad demasiado grande para ser un pueblo o distrito, pero muy pequeño en comparación de otras ciudades. Lo más destacable era la catedral de la ciudad y la zona de comercio donde pequeños pueblos cercanos iban a visitar. Tenían un acceso al río que conectaba la zona sur con el norte de la ciudad, en esta conexión se habían abierto algunos centros de entretenimiento; Hanging Gardens, el club que había ido la noche anterior, se ubicaba en esa zona. Además de los clubs, bares o lugares de comercio, la catedral era una atracción turística que atraía muchos creyentes y curiosos. Una construcción del año 1856, de arquitectura gótica de largas torres que terminan en agujas y decoración de gárgolas escondidas en las fachadas.

"La Joya de Medio Oriente" se ubicaba un poco más lejos de la zona de residencia de Thiago, quién vivía más cerca de la zona comercial. Este Hotel se hallaba al sur, limitando con las afueras de la ciudad pero sin estar fuera del rango.

Thiago pudo volver a su departamento una horas después, agradecido con tener un GPS en el teléfono y utilizado parte del dinero que le dio Toña. Se recordó devolverlo tan pronto la viera, o sería atosigado por ella. Entró con el sigilo de un infiel; aquel que no quiere ser descubierto luego de su pecado. Sabiendo que apenas eran las once y todos estarían durmiendo, fue con dirección a su cuarto, donde Axel ocupaba su cama. Buscó una muda de ropa, fue al baño y volvió. Lo pateó un poco, empujándolo contra la pared y peleó por una almohada. Acostado de forma opuesta a Axel, intentó seguir durmiendo.

Cuando volvió a reaccionar era de noche. Axel seguía durmiendo, uno de sus pies estaba encima del pecho de Thiago y este tenía la planta del pie contra la oreja del otro.

Decidió levantarse, incentivado por utilizar el baño. Quiso ser silencioso pero fue innecesario, cuando pasó por la puerta del cuarto de Mara que se hallaba abierta, le lanzaron un almohadón directo a la cara.

—Debería darte vergüenza —Fue Toña quien lo encontró in fraganti, susurrando por lo bajo. Traía puesto una remera enorme que supo reconocer que era de Mara, la solía usar como pijama —. Mara me contó que te fuiste con otro y nos abandonaste, traidor.

Sonriendo en forma de disculpa.

— ¿Recién te levantaste? —preguntó curioso.

Toña le mostró una caja de analgésicos.

—Mi cabeza se está partiendo —respondió. Hasta ese momento, Toña no lo había visto fijamente, ni siquiera le había prestado atención, pero fue ahí que sus ojos se enfocaron en su cuello —. ¿Qué te pasó?

Thiago se tocó el cuello de forma inconsciente.

—Nada, un idiota ¿Se nota mucho? —preguntó dudosos.

Ciertamente había notado las miradas de algunas personas por la calle. Aunque no quiso darle importancia, lograron incomodarlo un poco.

—Bastante —respondió.

—Mierda… —se fue con dirección al baño, a simple vista se notaba demasiado. Bufó y maldijo por lo bajo.

Por la mañana del día siguiente tendría que verse con su madre, una costumbre que habían adquirido desde que se fue de la casa a un departamento en un deseo de independencia.

Pondría la situación un poco incómoda por aparecer con tremendas marcas en el cuello. Resignado, decidió que se preocuparía mañana, aún estaba bastante cansado para pensar o molestarse por algo que podría hacer mañana.

Dirigiéndose de nuevo a su cuarto, volvió a pelear por su lugar en la cama. Despertando horas después por sonidos en la sala. Capaz por el silencio del lugar, el evidente estado de catalepsia en el que estaba Axel –se preocupó por un segundo hasta que notó que respiraba–, los sonidos se escuchaban más fuerte de lo normal. Se levantó y fue directo a la cocina.

Se encontró a Toña nuevamente, sentada en la sala, completamente sola con su teléfono en mano. Estaba de costado, una de sus manos tapaba su cara.

— ¿Estás bien? —le preguntó cuándo notó los hombros temblorosos.

Saltó en su lugar de un susto. Se limpió rápidamente con la mano y dorso. Quitando la evidencia de que estuvo llorando.

—Sí, no te preocupes —dijo con la voz congestionada.

— ¿Sigues despierta? Pensé que estarías acostada.

Toña negó.

—No tenía ganas de seguir durmiendo —lo miró con una sonrisa leve —. Volviste tarde, ¿Qué haces aún vivo?

—Solo me quedé acostado y me dormí un rato.

Toña frunció el ceño.

—Thiago son las ocho de la mañana. Mara se levantó hace largo rato para comer algo, Axel también.

Decir que estaba sorprendido era lo de menos. Pensó realmente que había dormido poco más de unas horas.

— ¿Las ocho? ¿En serio? —buscó su teléfono para confirmar la hora, pero lo había dejado en el cuarto —. Me iré a cambiar primero —dijo mientras se dirigía a su cuarto.

Al llegar hasta su cuarto vio a Axel durmiendo confianzudo en su cama. Con un chasquido de la lengua, abandonó el cuarto con una muda de ropa bajo el brazo luego de haberse contenido de hacerle una maldad. Capaz en otra oportunidad.

Con su cuarto ocupado por un intruso, utilizó el baño para cambiarse la ropa. Ese día estaría un poco fresco afuera, por lo que eligió una camisa de mangas largas y unos pantalones negros. Bufó por no tener aunque sea un cuello de tortuga para ayudar a tapar las marcas.

En la sala estaba Toña con un neceser buscando algunos productos y brochas que había desperdigado en la mesa.

—Siéntate —Le señalo la silla frente de ella que ya había acomodado —. Te voy a ayudar a tapar eso.

Thiago siguió sus instrucciones. Dejó que Toña lo guiara y que se entretuviera con los moretones.

— ¿Tu mamá nunca te enseñó que no debes de dejar que te marquen el cuello? —preguntó con humor, mientras aplicaba un poco de corrector en algunas zonas que ya tenían un color morado.

—No —respondió con la mirada en el techo —. No son cosas que ella le dé mucha importancia, sinceramente. Hoy voy a verla, antes de su trabajo, pero no tengo deseos de que me moleste o me haga preguntas.

—Hace mucho que no la veo —hizo un puchero —. Manda saludos de mi parte y dile que extraño sus pastas.

Thiago sonrío.

—Tengo que pedirle que haga y traerlo. O sólo pedirle que venga y nos cocine. A ella le gustara.

— ¡Por favo-! —la voz de Toña se fue convirtiendo en un susurro —. Thiago, tienes marcas en el cuello. Como si fuera... —parecía dudosa de como explicarlo y levantó un espejo que tenía en el neceser.

Comprendió entonces a qué se refería. Eran dos pequeñas incisiones en el costado izquierdo de su cuello. Tocó por encima y notó que no le dolían, pero sí que lo sentía afiebrado. Estaba un poco enrojecido y se podía notar un punto rojizo de sangre seca. El recuerdo de unos ojos azules brillantes y burlones. Bufó y arrugó el ceño, removiendose en su asiento por la sensación de un agradable escalofrío en la parte baja de su estómago.

Toña miró asombrada el rostro sonrojado de Thiago, sintiendo curiosidad por el qué habría generado esa expresión. Su atención se centró en esas marcas en el cuello pálido de su amigo, y apretó la mandíbula.

— ¡No importa! —exclamó energética —. Creo que tengo unos apósitos. No es evidente que sea una mordida ni una marca, aún podemos disimularlo.

—Gracias —Thiago trató de retomar la compostura, su rostro le ardía y hacía una mueca con los labios que pretendía ser una sonrisa —. Por cierto, utilice el dinero que me diste, después te lo devuelvo.

Toña asintió quitando importancia al asunto. Poniendo un apósito adhesivo en el cuello, pudo proseguir con su trabajo de disimular el resto. Thiago, en un acto cotidiano, buscó a tientas sobre la mesa, palpando cerca del centro de mesa.

—Puedes dejar de moverte —exigió, aunque la frase pretendía ser una petición —. ¿Qué estás buscando?

—Mis cigarrillos —respondió — ¿Dónde-...? —Trató de recordar cuándo fue la última vez que lo vio, siendo lo último que hizo fue ofrecerle uno a el extraño de ojos bonitos y guardarlo en su chaqueta —. ¡Ese idiota me robo los cigarrillos!

— ¿Hablas del idiota que te pago el cuarto de hotel? —la voz somnolienta de Mara vino desde el pasillo que daba a los cuartos. Con un pijama de dos piezas, un shorts y una camisa tipo deportiva —. Me despertaron, hablan muy fuerte.

—Perdón —se disculpó Toña viéndose avergonzada.

— ¿Cómo sabías que el tipo me pagó el hotel? —le preguntó Thiago, ignorando lo anterior.

—Dudo mucho que el dinero que te dió Toña fuera suficiente para una suite.

— ¿Y tú cómo sabes que era una suite? —volvió a indagar.

—Adiviné —murmuró mientras se sentaba en una de las sillas disponibles.

— ¡Te pagó una suite y tú reniegas unos cigarrillos! —acusó Toña, cruzándose de brazos —. ¿No tienes vergüenza?

— ¡Fue contra mi voluntad!

El entrecejo de Mara se arrugó. Lo tomó del brazo derecho, llamando la atención de Thiago, mirándolo fijamente.

— ¿Cómo?

El ambiente se volvió tenso de pronto, la postura de Mara parecía intimidante y sus ojos verdes estaban entrecerrados en una amenaza silenciosa. Los ojos de Toña iban de uno a otro, guardando silencio. Thiago se sintió un poco incómodo. Esta vez, su sonrojo era de pena. El agarre en su brazo era fuerte, no había intención de hacer daño, pero si para retenerlo.

—No en ese sentido, Mara —aseguró, tratando de aligerar la postura de su amiga.

— ¿Seguro?

—De verdad.

—Si me mientes, te pateo la cara —lo amenazó, soltando lentamente su brazo.

Thiago sonrió levemente.

—Te lo prometo.

Y así la tensión se disolvió, como si nunca hubiera estado presente. Mara asintió silenciosa y se fue hacia la cocina, murmurando que tenía hambre e iba a preparar algo. Toña prosiguió con su trabajo de terminar de tapar algunas marcas que estaban más cerca del cuello de la camisa.

— ¿Vas a ir a ver a Lydia? —preguntó Mara desde la cocina.

—Sí, ahora —murmuró —. Vamos a desayunar juntos.

— ¡Terminé! —exclamó Toña —. Odio que seas tan blanco, logré jugar con algunas cosas. Si tú mamá te pregunta, dile que te dio una alergia —aconsejó sonriendo burlona.

—Que te pico un mosquito —agregó Mara divertida en voz alta.

— ¡Terrible fue ese mosquito! —siguió Thiago sin vergüenza alguna —. Me succiono hasta el alma.

Toña soltó chilló bajo de sorpresa, entre una risa y una exclamación. Se pudo oír una tos desde la cocina, seguido de unas cuantas maldiciones. Sin poder contenerse, Thiago soltó una carcajada.

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