Demián Mehmet.

—¿Cómo sigue la Emperatriz? —pregunto sin mirar a Witten. Tarda unos segundos en contestar.

—No ha podido dormir correctamente, así que llamaron al médico real —aún sigo pensando en esa noche, es muy diferente, no creo que haya mentido sobre esa desesperación en su mirada y ese odio que desbordaba luego de que llegó Bell—. Los padres de la Emperatriz han venido luego de enterarse de su situación —eso fue rápido, el duque en verdad que ama a su hija.

—Está bien —detengo su reporte y sigo trabajando.

Cuando menos me lo espero ya es de noche y vuelvo a mi habitación, aunque antes paso por el palacio de la Emperatriz.

Puede ser cruel con ella, sin embargo, nunca me ha gustado obligar a alguien a hacer algo que no quieren, creí que si la presionaba dejaría de actuar.

Era yo el que estaba desesperado porque ella sacara sus verdaderos colores y sin querer, termine lastimándola. No hay muchos guardias en el palacio de la Emperatriz, debería aumentar su seguridad.

Regreso sin verla, en mi habitación ya esta esperándome Amapola, acostada en la cama, los sirvientes me ayudan a cambiarme. Me acuesto a su lado, despertándola, me sonríe adormilada.

—¿Terminaste tu trabajo? —pregunta con voz rasposa, acaricio su cabeza.

—Duerme, no te preocupes —beso y frente, estiro mi brazo y aprovecha para recargar su cabeza en él, se pega tanto a mí como puede y vuelve a quedarse dormida.

Aunque estoy cansado sigo pensando en la Emperatriz, debo pedirle perdón luego.

-

—Majestad, tiene un invitado —levanto mi cabeza para ver al mayordomo que anuncia al invitado, aunque antes de presentarlo, el sujeto entra a mi estudio como si estuviera acostumbrado y es que lo esta, me recargo en la silla y me cruzo de brazos divertido.

—Cielos, Demián. ¿Cuándo dejarás de trabajar? —se queja, sonrío, veo al mayordomo.

—Puedes irte Witten —asiente y se retira, el gran duque Calixto Waldeck, mi medio hermano y mi mejor amigo, se toma la molestia de sentarse encima de mi escritorio y tomar unos documentos, ni siquiera los lee, solo los agarra y luego me los lanza—. Te voy a decapitar si vuelves a hacer eso —los tomo y los dejo lejos de él, se ríe.

—No lo harás, nunca podrías asesinarme —me guiña un ojo y yo arqueo mis cejas.

—¿Por qué nunca eres educado conmigo? Soy el Emperador.

—Y mi hermano menor, pero son pequeños detalles que no nos interesan.

—¿Pequeños detalles? ¿Cuándo ser Emperador es un pequeño detalle?

—Cuando no eres el dueño del mundo —se encoge de hombros, sus bromas son un poco extrañas.

—¿Dónde has estado pequeño demonio escurridizo? —se sienta y me da la espalda, se queda en silencio unos segundos hasta que habla.

—Estuve vagando de aquí, para allá —canturrea las últimas palabras—. Lo di todo y sin medida... —mi ceño se frunce, ahora qué demonios aprendió.

—Debería quitarte tu título. Nunca haces tu trabajo como gran duque, no te lo mereces —lo amenazo, le di el título para atarlo a mí, para que no se le ocurriera escapar y en su lugar va y viene como se le da la gana, se levanta y se gira para verme.

—Te dije que no me dieras ningún título. Hablando en serio, estuve yendo a diferentes lugares y me enamore —junta sus manos y mira hacia el techo embelesado.

—¿Te casaste? —no tengo esperanza, pero preguntar no me hará daño.

—No —deja caer sus manos y me mira con una sonrisa—. Ella no aceptó que mi corazón es tan grande que caben muchas a la vez —se resigna.

—Eres un sinvergüenza.

—Me lo dice el hombre que tiene veinte esposas, sin contar a la dulce Amalia —ruedo mis ojos, vuelvo la vista a los documentos sobre la exportación de minerales—. ¿Qué es esa reacción? —lo veo de reojo y él se inclina hacia delante apoyando sus manos en el escritorio y acercando su rostro al mío.

No respondo y eso hace que sonría emocionado.

—¿Tu relación con Amalia mejoró? ¿Ahora vives por y para ella? —hay un brillo de ilusión en su rostro que me fastidia, el otro detalle es que Calixto es el mejor amigo de la Emperatriz.

—Eso no va a pasar —alejo mi rostro del suyo, Calixto suspira.

—Aún no pierdo la esperanza. Ya quiero ver a mi sobrinito de cabello rubio como el de Amalia y una hermosa nena de cabello rojo —habla fascinado.

—No voy a tener hijos con Amalia —se encoge de hombros.

—Algo paso, a mí no me mientes —es muy perspicaz, aunque Calixto y yo somos medios hermanos, no nos parecemos en nada, ni siquiera en personalidad, pero logramos ser compatibles por eso nuestra relación es buena—. Con la sola mención de Amalia, antes te enojabas y me gritabas, ahora no parece de tu agrado, pero no estás explotando dramáticamente, ¿ha pasado algo importante desde que me fui?

Por un momento lo habían olvidado, Calixto no pudo haber escuchado nada de lo ocurrió hace meses, pero tampoco creí que estuviera tan desinformado.

—Ocurrieron muchas cosas.

—¿Y qué esperas que no me las cuentas? —se siente en una silla frente al escritorio.

—Hace unos meses la Emperatriz fue envenenada —palidece, sé que intentará ir hacia ella, así que me adelanto—. Despertó, descuida. Deja termino de contar y luego puedes ir a verla —le cuento sobre la noche en que se envenenó.

Sobre cómo se estuvo ahogando con su sangre y la milagrosa hazaña de los doctores que pudieron traerla de vuelta a la vida, aunque todos estaban seguros que moriría, fue difícil ocultar su estado ya que hubo muchos sirvientes que la vieron tirada en el piso y sangrando.

Aunque, no me importo si la voz se corría, si ella moría aprovecharía para librarme de su familia.

—¿Ella está bien ahora? ¿Tiene alguna secuela física? ¿Algo que le pase? —pregunta desesperado.

—Físicamente está bien, pero hubo un efecto secundario. Perdió sus recuerdos —lo cual fue difícil de creer en un inicio, Calixto frunce su ceño y mira un punto fijo.

—Ella... ¿olvidó todo? —se escucha convencido y asustado—. Mi pobre Amalia, ¿qué tan desesperada tuvo que sentirse para recurrir a esos medios? —sus ojos se llenan de lágrimas, me ahorro de contarle sobre la conversación que tuve con ella mientras deliraba.

—Una persona inteligente no recurriría a esos métodos, es estúpido —la mirada que me dedica me sorprende por un momento, suspira y limpia sus lágrimas con su pañuelo.

—Eres tan tonto —niega con la cabeza—. ¿Qué más paso?

—¿Cómo sabes si algo más paso?

—Porque te conozco, su intentó de suicidio no te habría conmovido ni un poco, solo te habría hecho cabrearte más, sin embargo, estás tranquilo, casi hasta pareciera que sientes culpa de algo —demasiado astuto para mi gusto. No sé si contarle porque al final de cuentas es su mejor amiga—. Dilo, Ajax —que me llame por mi segundo nombre es una advertencia.

—Estaba desesperado. No sabía si me estaba mintiendo, ¿y si volvía a hacer algo? ¿Qué me aseguraba que ella había olvidado todo? ¿Y si solo se había vuelto más loca? —intento suavizar la noticia con mi explicación, Calixto espera paciente—. Enloquecí un poco. Además, si no recuerda nada, ¿cómo es que pudo pintar el retrato de un hombre tan a la perfección? —la pintura que vi era perfecta, por eso es extraño que ella hubiera pintado algo como eso y además a un hombre que jamás había visto antes, Calixto no habla, ni siquiera me interrumpe para preguntar, sabe que si desvía un poco la conversación me aprovecharé y no llegaré al punto.

Al final, le cuento, a medida que hablo, no parece tener reacción alguna, por algún motivo, no le puedo mentir, me siento culpable, demasiado, así que le cuento cada detalle. Cómo susurraba palabras y sollozaba, estaba tan concentrado en mí, que no me di cuenta cuando empecé a lastimarla.

Al terminar mi relato, Calixto cierra los ojos unos segundos y cuando los abre, me mira molesto, demasiado molesto.

—No te puedo golpear porque eres el Emperador, pero en estos momentos solo quiero verte sangrar —su mirada no miente, ser regañado me alivia un poco—. Quisiera insultarte, pero eso no sería suficiente. Lo que hiciste no solo esta mal, es algo asqueroso. Obligar a alguien para que tenga sexo contigo es repugnante —talla su cara con sus manos, se pone de pie—. Iré a verla. Ahora mismo, estoy muy decepcionado de ti. Tolere tus tonterías, tus berrinches y actitudes infantiles en contra de ella, lo hice porque trate de entender tus sentimientos y comprender tu dolor, pero esto a cruzado el límite —me da la espalda, su voz es baja, hubiera preferido que gritará—. Discúlpate con ella y si es necesario hazlo de rodillas, aunque no creo que eso arregle el daño que ya le hiciste —sale del estudio.

Sabía que debía disculparme con ella, sin embargo, no lo hago por vergüenza. Calixto tiene razón.

-

Me infiltro al palacio de la Emperatriz, solo para verla caminar por su jardín, se ve tranquila, a su lado esta Calixto y aunque parece reacia a él, consigue hacerla reír. Es indudable que son mejores amigos, incluso si ella no lo reconoce.

No logro escuchar su conversación, pero al ver que ella esta mejor me tranquiliza y espero mi momento para poder disculparme, cuando al fin mi hermano se va, me acerco a ella, esta sola en cuclillas mirando unas flores.

—Emperatriz —se tensa y gira su cabeza para verme, esto es incómodo, la manera en que me mira, como si tuviera miedo, si ella realmente perdió todos sus recuerdos, sus impresiones de mí son de lo más, no la culpó. Mis actitudes hacia ella... no puedo controlar la furia que siento cada vez que la vea, no obstante, esta vez es diferente, porque me siento mal.

Se pone de pie y se da la vuelta, creo que va a huir, no quiero tocarla y que me ataque así que me apresuro a hablar.

—Quería disculparme —suelta la falda de su vestido, no se gira para verme, solo se detiene de espaldas a mí a unos metros de distancia, carraspeo—. Lamento mi comportamiento de la otra noche, es solo que... —no tengo excusa, le hice algo horrible, agacho la cabeza y veo las puntas de sus zapatos, la veo de reojo y ella se ha girado para verme—... no podía creer que haya perdido sus recuerdos. Mi actuar no esta justificado con eso...

—¿Me tienes miedo? —su voz, aunque es baja, logro escucharla, levanto mi cabeza.

—Tengo miedo de que hagas algo estúpido de nuevo, eres demasiado problemática y me estresas demasiado —esta no es la disculpa que quería decir, sin embargo, es difícil ocultar mis emociones.

—¿Me odias? —no parece herida con preguntar eso, es más curiosidad.

—Me fastidia y molesta demasiado —hago una mueca y rasco mi nuca incómodo—. Me molesta que respires cercas de mí —arquea sus cejas, se mantiene alejada de mí, pero se ve un poco más tranquila, ya no asustada, solo en guardia.

—Entonces, lo que intentó hacerme, ¿fue para molestarme? —ladeo mi cabeza.

—No, específicamente. Solo quería comprobar que no me estabas mintiendo con respecto a tu pérdida de memoria.

—¿He actuado como antes de ser envenenada lo hacía? —niego con la cabeza, dejo caer mis manos a mi costado.

—Realmente no.

—Emperador, no quiero ser una molestia para usted, entonces tampoco lo sea para mí. Si he cambiado debe dejarlo y no moverle, incluso si cree que miento, ¿no es mejor mi comportamiento actual que el anterior? —ahora me siento regañado, asiento, resopla—. No lo odio, solo estoy molesta con usted. Su actitud de hace unos días fue desagradable, pero mi odio no va dirigido a usted —¿se refiere a la mirada que me dio luego de que se alejará de mí? Sus ojos se posan en las flores, se abraza a sí misma—. Por favor, no vuelva a hacer eso, jamás —sus ojos brillan por las lágrimas contenidas.

Incluso si no me odia, la lastime. Calixto tiene razón, soy un asco. Sin pensarlo dos veces, me tiro al suelo de rodillas, mi actitud no tiene perdón. Me prometí no ser como mi padre y en cambio, intente violar a una inocente, a pesar de mi relación con Amalia, incluso si la detesto, no es algo que debería hacer, si la quiero ver destruida, puedo solo matarla, no seré como mi padre. No seré jamás como él.

—Perdón, por favor, perdóneme —agacho mi cabeza, pasan minutos en silencio, no me nuevo de mi posición, hasta que una mano delgada se cruza con mi mirada, levanto la cabeza y aunque todavía parece reacia, Amalia me extiende su mano.

—Está bien, veo el arrepentimiento en sus ojos, Majestad —con duda tomo su mano, aunque no lo necesito, acepto su ayuda para levantarme—. Pero mantengamos distancia entre los dos por un tiempo, al menos que sea una urgencia —mi ceño se frunce, suelta mi mano, suspira e intenta sonreír—. Quiero el divorcio, Majestad —mis ojos se agrandan y solo me quedo en silencio mirando su rostro inexpresivo. Esto no era lo que esperaba.

***Este trabajo esta bajo contratado con NovelToon y la piratería, como la reimpresión sin permiso, están estrictamente prohibidas.***

***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***