Tras pronunciar esas palabras, Esmeralda se erguió frente al pizarrón del salón y, con voz clara y firme, dijo:
—Bueno, niños, como mencionó su compañero, ayer les expliqué qué son los cinco elementos naturales fundamentales que poseen, en general, todos los maestros elementales de nuestro país. Todos ellos dominan, al menos, uno de los siguientes: Agua, viento, fuego, tierra y rayo. Aquellos que logran controlar incluso uno solo de estos elementos son automáticamente considerados “maestros elementales”.
Luego, mirando al salón, formuló una pregunta:
—¿Alguien puede decirme cómo los maestros elementales logran controlar y utilizar estos elementos tanto en sus deberes cotidianos como en sus responsabilidades militares?
Nadie levantó la mano, salvo uno: el estudiante más aplicado e inteligente del grupo. Esmeralda lo señaló con la mirada y, al mismo tiempo, lo llamó.
—¿Sí, Saito? ¿Te gustaría explicarnos cómo los maestros elementales logran controlar y utilizar los elementos en esas circunstancias? Y, además, ¿puedes contarnos qué sabemos sobre el origen de sus habilidades?
Saito, con seguridad, respondió:
—Sí, Esmeralda sensei. En cuanto a la primera pregunta, los maestros elementales emplean lo que se conoce como manipulación elemental, o control elemental, para dominar sus afinidades naturales a voluntad. Sin embargo, lo que realmente no sabemos es qué originó esta habilidad. Han existido varias teorías al respecto, pero al final, todas siguen siendo solo eso: teorías, no respuestas.
En cuanto a la manipulación elemental, se sabe que está estrechamente vinculada con el cuerpo humano. Es decir, quien intente manejar el agua o el fuego, por ejemplo, sufrirá un impacto directo en su propio cuerpo. Si alguien tratara de usar el rayo durante una hora sin haber recibido el debido entrenamiento físico, correría el riesgo de sufrir agotamiento extremo, mareos, desmayos repentinos y pérdida de vitalidad, especialmente si no tiene un control adecuado sobre su elemento.
Hizo una breve pausa antes de continuar:
—Por eso, cuando ingresamos a la academia, se nos somete a un análisis mediante una esfera de cristal pequeña, llamada “Esfera Elemental”, para determinar si somos maestros elementales o simples civiles. Si somos seleccionados, se nos somete a un entrenamiento físico intensivo, que nos permite usar nuestros elementos durante largos períodos sin sufrir los efectos adversos en nuestro cuerpo.
Esmeralda aplaudió, satisfecha con la respuesta de Saito.
—Muy bien, Saito. Como todos saben, están aquí hoy porque aprobaron esa prueba que determina si tienen lo necesario para seguir la carrera de maestro elemental. Desde que aprobaron la prueba, no solo han aprendido a controlar sus elementos, sino también a evitar que los dañen. Sin embargo, para lograrlo, deben seguir fortaleciendo sus cuerpos siempre que puedan.
Hizo una pausa y, con tono más solemne, continuó:
—Como es tradición en nuestro país, después de seis años en la academia, ya sea pública o privada, los estudiantes son asignados a equipos conformados por un sensei personal y tres estudiantes. Juntos, aprenderán la importancia del trabajo en equipo para futuras misiones y se fortalecerán, superando lo que podrían lograr individualmente. A partir de este año, tras cumplir los seis años, tendrán la oportunidad de ser parte de un equipo desde el inicio del siguiente ciclo, para así anticiparse a lo que les espera de ahora en adelante.
Al escuchar esto, los estudiantes estallaron en júbilo.
Seis horas después, todos los jóvenes se retiraban de la academia, acompañados de sus padres (excepto Saito), quienes los esperaban afuera.
Saito permaneció en su sitio, observando cómo sus compañeros se alejaban felices con sus familias, contándoles sus logros del día. Mientras tanto, él solo podía quedarse mirando, sintiendo un vacío en su pecho.
Cuando todos se fueron, Saito se quedó solo, sumido en sus pensamientos. Su mente se llenó de dolor y preguntas:
—¿Por qué soy el único que no tiene padres? ¿Dónde están? ¿Por qué no están conmigo? ¿Acaso hice algo malo para que me abandonaran?
Saito estuvo así durante un rato, hasta que, con un gesto de negación, sacudió la cabeza, como si decidiera dejar de lado esos pensamientos.
—Eso no importa. Tengo muchas cosas que hacer. No puedo seguir cargando con estos pensamientos. Además, tengo a Yamato, a Izumi, al tío Teruki y a Esmeralda sensei. Ellos son mi familia ahora. Tal vez ya no tenga padres, pero tengo a ellos, y eso es suficiente.
Con un renovado ánimo, Saito se dirigió al barco de Yamato. Sin embargo, al recordar que se había agotado el antibiótico, decidió dirigirse al centro de la ciudad para comprar más, aunque solo contaba con un poco de dinero.
Al llegar al centro, se dirigió a una tienda de suministros médicos que conocía bien. Compró los antibióticos necesarios y, cuando ya estaba por irse, algo en la penumbra de un callejón le llamó la atención.
Vió, en un rincón oscuro, a una niña de su edad. Su cabello morado, salpicado de manchas negras, contrastaba con su desaliñado kimono de igual tono, que se encontraba rasgado y sucio. La niña parecía desnutrida, como si no hubiera comido en semanas. Saito, con cautela, se acercó a ella para verificar si aún estaba viva. Al acercarse, la niña abrió los ojos lentamente, revelando un par de ojos morados, hermosos a pesar de su débil estado.
Con voz quebrada, ella le susurró:
—Por... favor... ayúdame...
Antes de que pudiera decir más, se desplomó, desmayada por la desnutrición. Sin pensarlo, Saito la levantó con rapidez, la cargó en sus brazos y la llevó al hospital más cercano, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde.
...Continuará....
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