Saito corrió a toda velocidad hacia el barco de Yamato tras haberse liberado de las garras de Izumi. Al llegar, se encontró con una escena que le inundó el corazón de una profunda tranquilidad y alivio. En la habitación, Teruki conversaba animadamente con un Yamato ya despierto, sonriendo, mientras recordaban anécdotas de su juventud.
Con una sonrisa de satisfacción, Saito entró y saludó a los dos hombres, quienes respondieron al saludo con el mismo entusiasmo. Se acercó a donde Yamato y, con una mezcla de cariño y preocupación, le preguntó:
—¿Ya se siente mejor, señor Yamato?
Yamato, con el rostro iluminado por una sonrisa sincera, respondió con alegría:
—Sí, ya me siento mucho mejor. Solo necesitaba descansar un poco. Por cierto, ¿no tienes clases hoy?
Al oírlo, Saito recordó que tenía que asistir a la academia, y al mirar el reloj de madera en la habitación, se dio cuenta con horror de lo tarde que era.
—¡Aaaah, es tarde! —exclamó, con un tono de angustia—. ¡Estaba tan concentrado en todo lo que ha sucedido hoy que se me olvidó la hora!
En un parpadeo, comenzó a recoger sus libros y útiles, metiéndolos apresuradamente en su bolsa. Una vez todo listo, se despidió rápidamente de los dos hombres y salió corriendo tan rápido como le permitieron sus piernas.
Poco después, Saito llegó a la academia pública para candidatos a maestro elemental, ubicada en el bullicioso centro de la ciudad. No había muchas escuelas cercanas a su hogar, por lo que debía viajar una considerable distancia para poder estudiar.
La academia, de cuatro pisos, estaba construida principalmente de madera, con ventanas y puertas de papel al estilo tradicional japonés. No era lujosa, pero desprendía una elegancia sencilla y un aire de funcionalidad. Unas imponentes puertas de acero rodeaban todo el recinto, mientras que en los costados de la academia se distribuían varias áreas de entrenamiento: dos en el frente, dos en la parte trasera, una a la izquierda y otra a la derecha. Estos espacios permitían a los estudiantes enfrentarse entre sí en entrenamientos tanto amistosos como competitivos.
Al entrar en su salón, Saito fue reprendido por una mujer adulta de cabello rubio, que llevaba un vestido blanco y amarillo, el cual le cubría las piernas, los brazos y el escote. Sus ojos esmeralda brillaban con intensidad. Ella era su maestra, su sensei.
La mujer, conocida como Esmeralda o simplemente Esmeralda-sensei, reprendió a Saito por haber llegado tarde una vez más. Saito, con la cabeza baja, se disculpó con una voz temblorosa, explicando que había tenido tantas cosas que hacer ese día que se le pasó el tiempo. Esmeralda suspiró profundamente y, con un gesto que denotaba cansancio pero también paciencia, le indicó que se sentara en su lugar para que la clase pudiera continuar. Saito se acomodó junto a la ventana, colocando sus libros sobre el pupitre de madera con rapidez.
Con el pincel en mano, Saito prestó atención a su sensei, quien, con su habitual firmeza, comenzó a hablar a la clase:
—Bueno, mis niños, ¿quién puede decirme qué aprendieron ayer?
Saito, ansioso por participar, levantó la mano, esperando que se le permitiera responder. Esmeralda lo señaló con un gesto firme y le dijo:
—¿Sí, Saito?
Con una sonrisa tímida, Saito explicó:
—Lo que aprendimos ayer fueron los orígenes de los cinco elementos naturales básicos que suelen dominar los maestros elementales: agua, viento, fuego, tierra y rayo. También nos asignó estudiar los diferentes tipos de elementos de fusión que nos dio ayer.
Esmeralda lo miró con aprobación y, levantando una ceja, le dijo:
—Así es, Saito. Y supongo que hiciste la tarea que te encargué, ¿verdad? Levantó una ceja ligeramente.
Saito, con el corazón aliviado, respondió con entusiasmo:
—Así es, sensei. De hecho, la tengo aquí lista. ¿Quiere que se la muestre?
Esmeralda se acercó a su pupitre para revisar la tarea y, al ver que Saito la había hecho con impecable ortografía y detalle, sonrió complacida. Lo miró a los ojos y le dijo, con voz cálida:
—Bien hecho, Saito, como siempre. Muy bien hecho.
Luego, se giró hacia el resto de la clase y, con tono más severo, les dijo:
—Imagino que el resto de ustedes también ha hecho su tarea, ¿verdad? Como su compañero.
Un silencio incómodo llenó el salón, y muchos de los estudiantes bajaron la mirada avergonzados, pues sabían que no habían cumplido con la tarea que se les había asignado hacía una semana.
Esmeralda suspiró profundamente mientras caminaba hacia el pizarrón. Con voz grave, les dirigió una mirada desilusionada:
—Estoy muy decepcionada de ustedes, mis niños. Muchos de ustedes ni siquiera trabajan como lo hace Saito, y tienen más tiempo libre que él. Sin embargo, siempre consigue tener las mejores calificaciones de la clase a pesar de sus circunstancias. Deberían aprender mucho más de él.
Las palabras de Esmeralda hicieron que los estudiantes se sintieran aún más avergonzados. Algunos voltearon a mirar a Saito con envidia y resentimiento, pero ninguno se atrevió a decir palabra, consciente de la presencia autoritaria de su sensei.
...Continuará....
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