Habían pasado tres días desde que le propuse matrimonio a Karin, y la noticia ya se había extendido por toda la zona. Nuestros vecinos, emocionados por el evento, nos ayudaron con los preparativos. Colgaron lámparas de papel rojo entre las casas, trajeron vino y todo tipo de manjares, e incluso llevaron un hermoso pastel blanco. La decoración era tan exuberante que parecía un festival.
Cuando cayó la noche, todos esperaban ansiosos la llegada de la novia. Yo me encontraba frente al barco donde solíamos vivir, nervioso y expectante. Mi corazón latía con fuerza. Estaba a punto de casarme con la mujer que amaba.
—Oye, ¿podrías dejar de sudar de esa manera? —susurró Teruki, burlón—. Vas a hacer que tu esposa se asuste y decida huir antes de casarse contigo.
Tragué saliva y, con un nudo en la garganta, respondí:
—Fácil para ti decirlo. Nunca he estado en una boda. ¿Qué pasa si me equivoco en algo y lo arruino todo?
Teruki soltó una carcajada y me dio una palmada en el hombro.
—No te preocupes, todo saldrá bien. Además, te ves increíble con ese quimono que te conseguí.
Para la boda, Teruki me había conseguido un quimono azul oscuro con detalles en negro, elegante y llamativo.
—Si tú lo dices... Por cierto, gracias por el quimono. ¿Cómo lo conseguiste? —pregunté, tratando de distraerme.
—Fue fácil. Solo tuve que cobrarle un favor a un amigo que trabaja en el comercio de telas. También conseguí algo especial para tu futura esposa.
—¿Algo especial? ¿Qué le diste a Karin?
Teruki sonrió con misterio.
—Ya lo averiguarás.
De pronto, una voz femenina resonó entre la multitud.
—¡Atención! ¡La novia está aquí!
Giré la cabeza y, en ese instante, el mundo pareció detenerse.
Avanzando entre la multitud, con la gracia de una diosa, apareció un ángel de cabellos rojizos brillantes. Su melena caía en delicados rizos desde la mitad hasta las puntas, y su piel resplandecía bajo la luz de la luna. Vestía un quimono carmesí que realzaba su figura, y su maquillaje, sutil pero impecable, acentuaba su deslumbrante belleza.
Los murmullos se esparcieron como fuego entre los presentes. Todos los hombres, sin excepción, voltearon a mirarla. Incluso aquellos casados no pudieron evitar el rubor en sus mejillas.
Cuando llegó al altar, me miró con sus ojos azules, que parecían brillar como estrellas.
—Wow, te ves muy guapo con ese quimono azul, Yamato —susurró con una sonrisa encantadora.
Yo apenas podía reaccionar. Mi mente tardó en procesar lo que veía.
—¿Karin...? ¿Eres tú?
Ella rió suavemente.
—Por supuesto. ¿Acaso no reconoces a tu propia novia?
Mis ojos se abrieron de par en par. Se veía tan distinta, tan deslumbrante, que casi no la reconocí.
—¿Y bien? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza—. ¿Cómo me veo esta noche? ¿Me veo bonita?
Tomé sus delicadas manos entre las mías y la miré fijamente.
—¿Bonita? —repetí en un susurro—. Karin, te ves... como un ángel.
Su rostro se tornó de un rojo intenso, y bajó la mirada con timidez.
—Si tú lo dices...
Antes de que pudiera decir más, una voz solemne interrumpió el momento.
—Sean bienvenidos, damas y caballeros, a esta ceremonia de compromiso entre estos dos jóvenes que nos acompañan en esta maravillosa noche.
El oficiante nos miró con seriedad y prosiguió:
—Tú, Yamato Kimura, ¿aceptas a Karin Yoshida como tu esposa, comprometiéndote a protegerla y amarla hasta que la muerte los separe?
Respiré hondo y respondí con firmeza:
—Acepto.
El oficiante asintió y se giró hacia Karin.
—Y tú, Karin Yoshida, ¿aceptas a Yamato Kimura como tu esposo, comprometiéndote a respetarlo y permanecer a su lado hasta que la muerte los separe?
Karin me miró con ternura y, sin dudarlo, respondió:
—Acepto.
—Entonces, sin más que decir, los declaro marido y mujer. Señor Yamato, puede besar a la novia.
Nos acercamos lentamente, y cuando nuestros labios se encontraron, el mundo desapareció a nuestro alrededor. Era como si fuera la primera vez que la besaba.
Los vítores y aplausos estallaron. La música comenzó a sonar y la celebración dio inicio. Bailamos, reímos y disfrutamos la noche con nuestros amigos y vecinos. Karin, con una sonrisa traviesa, me sacó a bailar a pesar de que yo apenas sabía moverme en la pista. Pero no importaba. Estar con ella lo hacía todo perfecto.
A medida que la fiesta avanzaba, algunos forasteros se acercaron, atraídos por la algarabía. Murmuraban entre ellos, señalando a Karin con curiosidad.
—¿Quién es esa mujer tan hermosa? —susurraban algunos.
—Se parece... —murmuró otro—. No puede ser... pero es idéntica a la hija desaparecida de la líder del clan Pétalos de Sangre.
Mi corazón se detuvo un instante. Los rumores se propagaron rápidamente, y antes de que pudiera hacer algo, la noticia llegó a los oídos de la persona que más temía.
De repente, el aire se llenó de tensión. Las lámparas de papel estallaron en llamas y la música cesó abruptamente. El silencio se apoderó de la celebración.
Entonces, algo descendió del cielo: pétalos rojos, como gotas de sangre flotando en la brisa nocturna.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
Sabía lo que significaba.
Frente a nosotros, rodeadas por un grupo de maestras elementales, apareció la líder del clan Pétalos de Sangre. Hana Yamamoto se adelantó con una expresión severa, su mirada afilada como una daga.
Su voz cortó el aire como un filo helado.
—Finalmente te encontré... muchacha malcriada.
Continuara.
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