Más tarde, Saito despertó y se incorporó de golpe del lugar donde estaba durmiendo. Al reconocer el entorno, exclamó en voz alta:
—¿En serio? ¿Otra vez en la enfermería? ¿Eh? ¿Qué es esto?
Notó un vendaje rodeando su frente, junto con otro en la mejilla derecha, asegurado con cinta. Confundido, murmuró:
—¿Vendajes...? ¡Ya recuerdo!
Las imágenes de su combate contra Gard regresaron de golpe a su mente. Recordó cómo había sido derrotado por aquel último ataque que no pudo bloquear. Con una idea clara en la cabeza, suspiró con frustración y se dijo a sí mismo:
—Ya veo... Perdí. Y eso que estaba tan cerca de ganar.
Exhaló con cierto desánimo y continuó reflexionando:
—Con esto... perdí mi oportunidad de entrar a un equipo desde el inicio de este año.
Sumido en sus pensamientos y en la forma en que había sido vencido, no se percató de que alguien había entrado en la enfermería y lo había escuchado.
—Yo no estaría tan segura de eso.
Saito sintió su corazón dar un brinco del susto y giró la cabeza para ver quién había hablado. Para su sorpresa, era su sensei, Esmeralda, quien sostenía una bolsa con budines de chocolate. Al verla, su rostro se iluminó de alegría y exclamó:
—¡Esmeralda-sensei! Qué gusto verla.
Esmeralda sonrió con calidez y respondió:
—El gusto es mío. Traje esto para ti
Sacó un budín de chocolate de la bolsa y se lo mostró. Al verlo, Saito comenzó a babear como un tonto. El aroma dulce y tentador de su postre favorito llenó el aire.
—¿Todo eso es para mí?
Esmeralda rió al notar cómo el chico resistía el impulso de arrebatarle el budín y le respondió:
—Sí, esta es tu recompensa por haber aprobado el examen de admisión de equipos. ¡Felicitaciones!
Saito, al escuchar esas palabras, tomó el budín con todo el respeto y autocontrol posibles. Se preparó para devorarlo de un solo bocado mientras pensaba:
“Qué delicioso budín. Qué bueno que aprobé el examen de admisión de equipos, de otra manera no tendría este manjar para come... ¡¿Eh?!”
De repente, se detuvo en seco y abrió los ojos con sorpresa. Procesó lentamente lo que su sensei había dicho. Su brazo bajó junto con el budín y giró la cabeza para mirarla con incredulidad.
—Ya te diste cuenta, ¿verdad? —dijo Esmeralda con una sonrisa cariñosa— Te gusta tanto el budín que a veces olvidas todo lo demás
Saito preguntó, aún asombrado:
—¿Es en serio, sensei? ¿Aprobé el examen?
Esmeralda asintió con la cabeza. Él, lleno de dudas, insistió:
—Pero... si perdí la pelea contra Gard, ¿cómo es posible que haya aprobado?
Entonces, recordó lo que su sensei le había explicado antes de la batalla:
"Para aprobar, no necesitas ganar la pelea, sino demostrar un buen desempeño."
Animado, Saito pensó con alegría:
“¡Claro! ¿Cómo pude olvidarlo? ¿Me habrá golpeado tan fuerte Gard como para que se me olvidara?”
Esmeralda, con una cálida sonrisa, le dijo:
—Felicidades, Saito. Oficialmente serás asignado a un equipo el próximo mes, una vez que se decidan tus compañeros y tu nuevo sensei, quien te ayudará a desarrollarte como maestro elemental.
Saito la miró con felicidad y gozo. Luego, la abrazó con efusividad y exclamó:
—¡Muchas gracias, sensei!
Esmeralda se sorprendió por el gesto repentino, pero su sorpresa se transformó rápidamente en alegría. Le devolvió el abrazo con una sonrisa y respondió:
—No me lo agradezcas. Después de todo, tú llegaste hasta aquí por tu propio esfuerzo.
...****************...
Más tarde, por la noche, Saito y Esmeralda llegaron a la bahía y subieron al barco de Yamato, donde los recibieron Izumi, Teruki y el propio Yamato con una euforia casi festiva. En la cubierta del barco, habían instalado la mesa de Yamato con platos y cubiertos, listos para disfrutar una cena de fideos blancos con carne asada.
Yamato, nervioso, preguntó:
—Entonces... ¡¿cómo te fue?!
Saito y Esmeralda intercambiaron miradas, sonrieron y, con júbilo, Saito gritó:
—¡¡Aprobé!!
Izumi, Teruki y Yamato estallaron en vítores y felicitaron a Saito con entusiasmo. La cena se convirtió en una celebración, casi como si fueran una familia.
...****************...
Al día siguiente, aprovechando que era feriado y que había trabajado temprano en la pesca, Saito decidió ir al hospital para ver a la niña de ojos morados que tanto había llamado su atención.
Al entrar, vio al médico que le había salvado la vida a la pequeña. Lo saludó con alegría, como siempre hacía cuando visitaba el hospital.
El médico, al verlo, sonrió y le dijo:
—Saito, qué gusto verte por aquí. Justo hoy tengo una noticia que, sin duda, te alegrará el día.
Saito lo miró con curiosidad y preguntó:
—¿De qué se trata?
El médico sonrió y respondió:
—Tu amiga, la niña de cabello y ojos morados, ha despertado.
Saito sintió una oleada de emoción.
—¡¿En serio?!
—Así es. De hecho, si quieres, puedes verla ahora mismo.
Sin perder tiempo, Saito fue a su habitación. Al abrir la puerta, la vio sentada junto a la ventana, con la mirada perdida en el cielo. Su aspecto había cambiado por completo: ya no se veía desnutrida ni maltratada. Sus mejillas tenían un color saludable, sus brazos y piernas parecían los de una niña normal, y sus ojeras habían desaparecido. Vestía un yukata blanco y su largo cabello de color violeta se movía suavemente con la brisa fresca que entraba por la ventana.
Saito se quedó boquiabierto. Nunca había visto a alguien tan hermosa. Sus ojos morados brillaban de una manera única, lo que lo llevó a pensar:
“Es... linda.”
Se quedó observándola por varios segundos, hasta que la niña notó su presencia. Giró lentamente la cabeza y se encontró con un chico que la miraba fijamente.
Incómoda y algo asustada, preguntó con frialdad:
—¿Tú quién eres?
Saito estaba tan sorprendido por la apariencia de la chica que no escuchó la pregunta. La niña de ojos morados frunció el ceño con enojo y, esta vez con más severidad, volvió a preguntar:
—¡Oye, te hice una pregunta! ¿Quién eres?
Saito salió de sus pensamientos de golpe al escuchar a la niña levantar la voz de esa manera y respondió apresurado:
—¡¿Ah?! ¡Lo siento mucho! ¡Permíteme presentarme! Mi nombre es Saito, ¡es un gusto conocerte!
Por alguna razón, estaba bastante nervioso. No era el hecho de que la niña lo mirara con esos ojos penetrantes, sino que tenía tantas ganas de conocerla que su corazón le traicionaba, negándose a estar tranquilo como normalmente lo estaba.
La niña de ojos morados observó a Saito de pies a cabeza y notó que, por su vestimenta, debía ser un pescador de su misma edad. Eso y por qué también olía a un fuerte olor a pescado. Aquello la llevó a pensar:
“Solo los pescadores suelen usar ese tipo de ropa. En otras palabras, es un civil cualquiera… pero, ¿por qué un pescador vendría a visitarme? Y lo más extraño… ¿por qué se me hace tan familiar? ¿Acaso lo conozco de algún lado? Quizás debería preguntarle…”
Estaba a punto de hacerlo cuando el doctor Ishikawa apareció en la puerta de la habitación con una sonrisa. Observó con interés a Saito y a la niña, que parecían tener una conversación, y comentó:
—Qué bueno que ya se estén conociendo, ¿no es así?
Saito y la niña de ojos morados miraron al médico con sorpresa. Al reconocerlo, la chica preguntó:
—Hola, doctor Ishikawa. ¿Qué lo trae por aquí?
—Como tengo algo de tiempo libre y no hay mucho que hacer, decidí visitarte y ver cómo estabas —Sonrió y luego señaló a Saito—. Eso, y ver cómo conocías a tu salvador.
La niña de ojos morados frunció el ceño con confusión.
—¿A qué se refiere con 'mi salvado'?
Ishikawa respondió con calma:
—¿No lo recuerdas? Él fue quien te salvó la vida, llevándote al hospital hace unos días. Si no fuera por él, ahora no estaría hablando contigo… le estaría hablando a un cadáver.
Los ojos de la niña se abrieron con asombro. Volteó a ver a Saito y pensó:
“No puede ser… ¡¿entonces este chico fue la razón por la que no morí en aquel callejón?!”
Le dirigió una nueva mirada, pero esta vez no era de enojo, sino de curiosidad. Saito, por su parte, se sintió incómodo al notar que la niña lo observaba con tanta intensidad y se preguntó:
“¿Por qué me está mirando así? No habré hecho algo malo como para ofenderla, ¿verdad?”
La niña centró su atención en los ojos de Saito. Esos ojos azules... le resultaban demasiado familiares. Cerró los suyos y comenzó a buscar en sus recuerdos. De pronto, lo recordó todo.
“¡Ya lo recuerdo! Cuando estaba en el callejón… le pedí ayuda a alguien. Vi unos ojos azules antes de desmayarme… ¡eran los suyos!”
Era la misma cara. El mismo chico que la miraba ahora. Lo observó con una expresión diferente: ya no había enojo ni simple curiosidad… sino sorpresa y algo más cercano a la admiración.
“Así que por eso se me hacía tan familiar… este chico… es la razón por la que sigo con vida”.
Saito, por otro lado, seguía muy confundido y aún más incómodo por la serie de miradas que la niña le lanzaba, que iban desde enojo hasta sorpresa y, ahora, admiración. No sabía qué pensar.
Ishikawa notó la expresión de la niña y sonrió levemente.
—Aunque no lo creas, él vino a visitarte cada vez que podía, con la esperanza de que despertaras. —Hizo una pausa y agregó: También fue quien pagó en su totalidad tu cuenta del hospital… y no fue nada barato. Creo que deberías agradecerle.
La niña quedó atónita. Su mente se llenó de preguntas.
“¡¿Qué?! ¡¿Por qué alguien que ni siquiera me conoce haría algo así por mí?! ¡¿Qué ganaría con eso?! Todos los hombres que he conocido desde que llegué aquí solo me han ignorado, rechazado o engañado… hasta me robaron lo único que tenía para poder comer. Gracias a ellos terminé en ese callejón, sucia y muriendo. Todos los hombres son iguales… ¿por qué este niño sería diferente? Seguramente quiere algo de mí… lo que sea que quiera, ¡no se lo voy a dar!”
Ishikawa notó su expresión seria y, sin decir más, sonrió con tranquilidad.
—Creo que será mejor que los deje a solas para que puedan hablar con calma. Fue un gusto verte bien.
Salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.
Ahora, Saito y la niña estaban solos.
El ambiente quedó tan silencioso que solo se escuchaba el viento entrando por la ventana, moviendo suavemente las cortinas. La incomodidad en la habitación era casi palpable.
Saito decidió romper el incómodo silencio y se acercó a la niña de ojos morados, quien lo miraba fijamente. Luego, se sentó en una silla cerca de ella y comenzó a hablar:
—Entonces… ¿cuál es tu nombre?
La chica entrecerró los ojos ante la pregunta y, con desconfianza, respondió:
—¿Por qué debería decírtelo?
Saito, con amabilidad, contestó:
—Pensé que sería buena idea conocer tu nombre, ya que tú ya conoces el mío, ¿no lo crees?
La niña de ojos morados replicó con severidad:
—¡El hecho de que sepa cómo te llamas no significa que debas saber mi nombre! Ni siquiera te conozco.
Viendo la actitud de la chica y notando que no parecía interesada en hablar con él, Saito suspiró y decidió terminar la conversación:
—Entiendo.
Se levantó de la silla y se dirigió a la puerta, pero antes de salir, volteó la mirada hacia la niña y le dijo:
—Espero que te mejores pronto.
Y se fue.
...----------------...
En el pasillo, Saito se encontró con Ishikawa, quien le explicó que la niña debía quedarse un poco más en el hospital para recuperarse por completo.
—Entiendo… Entonces, ¿se quedará cinco días más aquí? —preguntó Saito.
—Así es —respondió Ishikawa—. Estimo que serán solo y cinco o seis días más para que su cuerpo sane completamente de manera segura. Mientras tanto, puedes visitarla cuando quieras y hacerle compañía.
Saito asintió con la cabeza y, tras pensarlo un momento, preguntó:
—Dr. Ishikawa, ¿sabe cuál es su nombre?
Ishikawa negó con la cabeza.
—No lo sé. No había nada en su vestido que nos diera una pista sobre su identidad. Si quieres saber algo acerca de ella, tendrás que preguntárselo tú mismo.
—Entiendo… Entonces, nos veremos mañana, doctor.
Saito se marchó del hospital con una sonrisa, satisfecho de saber que la niña de ojos morados estaba bien y se recuperaría pronto.
...****************...
Al día siguiente, Saito volvió al hospital y visito a la chica otra vez, e intento conversar con ella con amabilidad, pero ella se negó a hablar con él y miró a la ventana como si no existiera.
Saito vió esto con tristeza, pero no se rindió e intentó averiguar más sobre ella o, al menos, su nombre.
Para ganarse su confianza y tener algo de qué hablar en la incómoda situación en la que estaba, le contó su historia: desde que conoció a Yamato hasta los exámenes de admisión a los equipos, revelando también que era un maestro elemental del rayo.
La niña de ojos morados quedó sorprendida con aquella revelación. Había asumido que Saito era solo un simple civil, pero jamás imaginó que era un maestro elemental que había aprobado los exámenes recientemente.
Sin embargo, Saito no aprendió nada realmente relevante sobre ella, puesto que la chica, aún con escuchado su historia de buena gana, no confiaba en él y tampoco le interesaba que el estuviera con ella ahí.
Al ver esa actitud, Saito optó por dejar la conversación y retirarse otra vez, deseándole una recuperación rápida a la chica. Y se fue triste.
...****************...
Al día siguiente, Saito volvió a visitar a la chica y, esta vez, con un budín de chocolate que tanto le gustaban a él para compartirlo con ella, y así lograr que se abrirá con él.
Pero la chica, viendo que volvió por segunda vez, se canso y se enfureció contra Saito.
—¡¿Por que sigues viniendo?! —pregunto en cólera— ¡¿No te das cuenta de que no te quiero aquí?!
Saito quedó paralizado donde estaba al recibir tal bienvenida agria, y le dolió mucho ver esos preciosos ojos morados mirándolo con tanto filo como si quisiera matarlo con su mirada.
—¡¿Crees que me da gusto que un sucio pescador que parece un mendigo me venga a visitar con su repugnante olor a pescado podrido cada que viene a mi habitación?! —siguió hablando la chica— Estoy segura de que nadie le gustaría estar cerca tuyo.
—Yo solo... Yo solo quería que no estuvieras sola, por qué no quería que te sintieras así —Dijo Saito con el corazón herido— Quería conocerte eso es todo.
—¿Y a ti quien te pidió que hicieras eso? ¡Preferirá mil veces estar sola que estar acompañada de un sucio mendigo como tú!
Saito quedó en shock y con el corazón roto al escuchar tal hirientes palabras de muerte hacía él.
Sin decir una palabra, el joven de ojos azules dejo el budín en una pequeña mesa de madera, y quiso marcharse de ahí, no sin antes ver a la joven con una sonrisa falsa.
—Cuidate entonces.
Esto eran palabras de despedida, puesto que el joven de ojos azules no tenía intenciones de volver otra vez; pero la joven de ojos morados, pensando que Saito iba a volver otra vez al decirle "cuidate entonces", su furia aumentó a más no poder.
—Mejor vuelve al basurero de dónde saliste, junto con tu familia que de seguro es son como tú: basura inútil.
Saito se detuvo en seco en frente de la puerta al escuchar a la joven decirle eso, su sangre empezó a hervir de furia.
La joven no se detuvo, y comenzó a atacar a su salvador de manera vil, sus palabras eran como dagas envenenadas y afiladas dirigidas a su corazón, puesto que se atrevió a mencionar a los padres de Saito y a insultarlos enfrente de él.
Y cuando termino de hablar, la chica se sorprendió, puesto que Saito se quedó parado enfrente de la puerta por un pequeño tiempo si reacción, pesando para si misma que quizás se había excedido con lo que le dijo, puesto que sus palabras estaban destinadas para que no volviera más y no lastimarlo tanto.
Pero su sorpresa se convirtió en miedo cuando Saito decidió voltear y verla con una seriedad y una frialdad que daba miedo. Era como si pudiera ver su alma con el azul brillante y gélido de sus ojos.
—Sabes, es curioso que me digas que soy una basura inútil cuando tu misma lo eres. Basura por qué te encontré como si lo fueras en aquel callejón mientras me rogabas que te ayudará e inútil por qué cada cosa que recibiste aquí, en este hospital, no fue por ti, fue por mi y por mi familia que te ayudemos incondicionalmente. Yo de ti nada quiero. Lo único que hice en estos días fue visitarte con el único propósito de, no fastidiarte, sino hacerte compañía; por es más que evidente que estás sola y abandonada, por qué si no lo estuvieras tendría a alguien que se preocupara por ti y estuviera a tu lado contigo, como lo he estado haciendo yo.
Esas palabras pegaron como espada de doble filo en el ego de la chica. A pesar de que era orgullosa en gran manera, no encontró ninguna respuesta para contradecir sus palabras. Y agachó la cabeza.
—¿Te doy un conejo? —pregunto Saito, con la intención de finalizar su diálogo con la chica— La próxima vez que recibas ayuda de alguien que no espera nada a cambio, no lo desprecies como una niña mimada y orgullosa, sino dale aunque sea dale un simple "gracias". Adiós.
La chica de los ojos morado recordó a su madre al escuchar la palabra "gracias", exortandole rigurosamente que siempre fuera buena con cualquiera persona, sobre todo con las persona que le ayudarán en cualquier cosa que ella necesitara.
Justo cuando Saito estaba a punto de abrir la puerta para irse, ella alzó la voz, diciendo:
—¡Espera!
Saito se detuvo, volteó hacia atrás y preguntó:
—¿Qué sucede?
Apenada y sin querer verlo a los ojos, la niña de ojos morados respondió con vergüenza:
—Q-quiero que me perdones por cómo te hablé hace un momento… Y por todo lo que te dije en estos días. No debí dirigirme a ti de esa manera, ni tratarte así jamás. G-gracias por todo lo que has hecho por mí.
Su rostro se encendió de un leve sonrojo por la vergüenza de haber dicho esas palabras.
Saito, por otro lado, se sintió feliz de escucharlas y le respondió con una sonrisa:
—No te preocupes. Si quieres, mañana vendré a visitarte para que no te sientas sola. ¿Te parece bien?
La chica, aún con la cabeza agachada, contestó:
—Me parece bien.
Saito sonrió aún más y dijo alegremente:
—Entonces, nos vemos mañana.
Y se fue.
...****************...
Tres días habían pasado y en ese tiempo, a pesar de su desconfianza inicial, la niña comenzó a caerle bien Saito. Al principio dudaba de sus intenciones, pero con el tiempo se dio cuenta de que todo lo que hacía era genuino. Además, notó que había algo en él que lo diferenciaba de la mayoría de los hombres que conoció en la ciudad. Saito era humilde, amable, manso, y conversar con él era fácil y divertido. También se percató de que, bajo su perspectiva, era un poco atractivo… aunque rápidamente negó esos pensamientos.
Finalmente, llegó el día en que Ishikawa le dio el alta médica. El doctor le entregó sus pertenencias, entre ellas su vestido morado, ahora sucio y dañado. Al ver su prenda en tan mal estado, la niña se sorprendió, pues no recordaba que estuviera así.
Afortunadamente para ella, Saito le había preparado una sorpresa. Conociendo de antemano que su vestido no estaba en condiciones de ser usado, le compró uno nuevo.
La niña de ojos morados quedó atónita con el gesto y preguntó con incredulidad:
—¿Esto es para mí?
Saito asintió con la cabeza y respondió:
—Así es. Sabía que el vestido que llevabas cuando te conocí ya no estaba en condiciones de usarse otra vez, así que te traje uno nuevo. No es tan lindo como el original, pero debería bastar por ahora.
La niña tomó el vestido y se dirigió al baño de la habitación para cambiarse. Cuando salió, parecía un ángel envuelto en un resplandor morado.
Saito vio que el kimono que le había comprado a la chica le quedaba incluso mejor de lo que había imaginado. En su mente, pensó:
"Es muy bonita."
La niña, al notar la mirada fija de Saito sobre ella, se sonrojó de vergüenza y le dijo:
—¿Por qué me miras así? ¿Me veo tan mal con esto puesto?
Saito, dándose cuenta de que la estaba incomodando, se recompuso rápidamente y tosió para disimular. Luego, con tono elogioso, respondió:
—Discúlpame, no quería incomodarte. Es solo que no pensé que te verías tan bonita con ese kimono, señorita.
La niña de ojos morados se ruborizó enormemente, sintiendo cómo el calor le llegaba hasta las orejas. Nunca en su vida un hombre, y menos un chico de su edad, la había elogiado por su belleza. Sabía cómo se veía en los espejos de donde provenía, pero una cosa era verse a sí misma y otra muy diferente era que alguien más lo reconociera.
Mirando hacia otro lado y colocándose un mechón de cabello detrás de la oreja, la niña preguntó tímidamente:
—¿Lo dices en serio?
Saito, algo sonrojado, se rascó la nuca con vergüenza y respondió:
—Así es.
La niña de ojos morados sintió un revoloteo en su pecho y pensó para sí misma:
—"¿Qué es esta emoción que estoy sintiendo? ¿Por qué un simple elogio de un chico me hace sentir así?"
Lanzó una mirada fugaz a Saito y continuó preguntándose:
—¿Es porque es un chico... o porque nunca antes había recibido un halago sobre mi apariencia?
Ambos se quedaron en silencio durante unos segundos hasta que Ishikawa, viendo lo incómodo de la situación, decidió intervenir:
—Bueno, si ya no hay más inconvenientes o dudas que resolver, volveré al trabajo. Suerte, chicos.
El doctor salió de la habitación, dejando a Saito y a la niña nuevamente a solas.
El silencio volvió a instalarse hasta que Saito, tratando de romper la incomodidad, habló:
—Ehm… Oye… ¿tienes dónde quedarte a dormir esta noche?
La niña de ojos morados lo miró con sorpresa y preguntó:
—¿Cómo dices?
Saito explicó:
—Es que pensé que, si no tenías un lugar donde quedarte, podrías vivir con una amiga mía. Hablé con ella y me dijo que estaría muy feliz de tenerte como compañera de cuarto.
La niña de ojos morados se quedó pensativa, considerando seriamente la propuesta. En su mente, pensó:
—Si hago esto y no vuelvo por un tiempo al Palacio de las Flores, tal vez logre que mi padre se preocupe por mí… y finalmente reconozca mi existencia.
Entonces, sonrió y aceptó la oferta. Saito, emocionado por su respuesta, exclamó:
—¡Entonces está decidido! ¿Qué te parece si te llevo ahora y te muestro dónde vas a vivir?
La niña de ojos morados asintió con una leve sonrisa.
—Esa idea me parece bien.
Saito y la niña salieron del hospital y se dirigieron al restaurante de Chaco para encontrarse con Izumi, quien le mostraría a la niña su nuevo hogar.
Sin embargo, a medio camino, Saito se detuvo en seco.
La niña de ojos morados notó su repentina inmovilidad y le preguntó con preocupación:
—¿Pasa algo malo?
Pero Saito no respondió. En su cabeza, una tormenta de pensamientos lo invadía.
"¿Qué está haciendo él aquí? ¿Por qué, de todos los momentos posibles, tenía que aparecer ahora… Gard?"
Un hombre de aspecto imponente caminaba hacia Saito con una expresión maliciosa. Su sonrisa era la de un depredador que había encontrado a su presa.
—Te estaba esperando —dijo Gard con voz fría—. ¿Sabes cuánto tiempo llevo buscándote para poder ajustar cuentas por lo que me hiciste en nuestro último encuentro?
Sonrió con pura malicia y continuó:
—Te haré pagar por la humillación que me hiciste pasar. A propósito… —desvió la mirada hacia la niña de ojos morados y preguntó con interés: ¿quién es esa chica que traes a tu lado?
...Continuará...
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