—Lo sé, pero tenía que verte. Tengo algo importante que decirte, y es crucial que me escuches —dije con una sonrisa cansada, sintiendo el sudor frío resbalar por mi rostro. Luego, esbozando una expresión juguetona, añadí—: Por cierto, te ves radiante con ese quimono de dormir.
Karin vestía un quimono de seda en tonos rosados y rojos, de una tela tan ligera y delicada que hasta verla resultaba reconfortante.
Noté cómo sus mejillas se teñían de un tenue rubor ante mi comentario.
—Creí haberte dicho que no me elogiaras tanto, Yamato. Sabes que no me gustan los halagos —respondió, desviando la mirada.
—Oh, vamos, no me digas eso, Karin. Sé bien que te gusta cuando te elogio. Lo que pasa es que te cansaste de que todos los hombres lo hicieran solo con la intención de conquistarte, sin interesarse por ti de verdad. ¿O me equivoco?
Karin suspiró, como si meditara mi respuesta.
—Bueno, supongo que tienes razón. Me harté de escuchar elogios llenos de intenciones ocultas. Siempre había algo detrás, un deseo egoísta o incluso perverso... como ocurrió con Mahairu. Pero contigo fue distinto. No tenías esa actitud lasciva y torpe de los demás hombres que he conocido. Eres atento, amable, caballeroso, humilde y generoso. Sin mencionar que... eres atractivo.
Sus últimas palabras me tomaron por sorpresa, y sentí cómo un leve calor subía a mis mejillas. Decidí aprovechar la oportunidad para provocarla un poco.
—Vaya, Karin, nunca imaginé que pensaras eso de mí. Me siento halagado, ¿sabes?
Ella pareció darse cuenta demasiado tarde de lo que había dicho. Su sonrojo se intensificó hasta el punto de asemejarse a un tomate maduro, lo que me hizo soltar una risa ligera.
—¡No, no, no, no! —exclamó con evidente vergüenza—. ¡No es lo que quise decir! ¡Solo me pareces un poco atractivo, nada más!
—Sí, claro, "un poco" atractivo. A mí se me hace que ese "poco" es en realidad un "muy" atractivo. Además, ese sonrojo adorable tuyo te delata —le dije con diversión, viendo cómo su expresión cambiaba a una mezcla de fastidio y vergüenza.
—Piensa lo que quieras —bufó—. De todos modos, dime a qué viniste. No creo que hayas arriesgado tu vida solo para hacerme sonrojar, ¿verdad?
Al escuchar esas palabras, mi expresión se volvió más seria.
—Tienes razón, no vine solo para hablar de esto. Quería saber si estabas bien.
Karin frunció el ceño, confundida.
—¿A qué te refieres?
—Cuando te vi frente al Palacio de los Pétalos de Sangre, cuando anunciaron tu compromiso con ese hombre… te veías triste. Como si no quisieras estar allí. Me atrevería a decir que, si hubieras podido, habrías salido corriendo.
Su expresión se tornó tensa. Por un instante, sus ojos reflejaron una mezcla de emociones: sorpresa, tristeza... y miedo.
—¿Tú... estuviste ahí? —susurró—. ¿Cómo? No te vi entre la multitud... ¿Cómo es que no me di cuenta?
Esbocé una sonrisa amarga.
—No era mi intención que me vieras. Después de todo, te dije que haría lo posible para no volver a cruzarme en tu camino.
Karin bajó la mirada, visiblemente dolida por mis palabras.
—Después de que te fuiste, mi madre decidió comprometerme con Yonko Kaneda, mi amigo de la infancia, también heredero de un clan prestigioso. Según ella, con este matrimonio me aseguraría la felicidad… pero yo no le creí. Sabía que lo hacía para mantenerme alejada de ti. Cuando intenté oponerme, su respuesta fue un simple "no" y, como castigo, me encerró en esta habitación hasta el día de la ceremonia.
Al oír aquello, sentí una mezcla de furia e impotencia. ¿Cómo podía una madre obligar a su hija a casarse solo por conveniencia? También me invadió la culpa. Si no me hubiera conocido, quizás no estaría sufriendo así.
—Lo lamento, Karin... Lamento que estés pasando por todo esto por mi culpa. Si no me hubieras conocido, no estarías…
—Por favor, no lo digas —me interrumpió, con una mirada firme—. No es tu culpa. La única responsable de esto es mi madre y su desprecio por los pescadores. Si tan solo te conociera como yo te conozco, cambiaría su opinión.
Dicho eso, Karin se acercó y me dio un suave beso en la mejilla.
Me quedé estático, sintiendo el calor subir a mi rostro.
—Vaya, vaya… Mira quién se ve adorable sonrojado ahora —se burló con una sonrisa traviesa.
Traté de recomponerme, aclarando la garganta.
—Entonces… ¿eso es todo por lo que viniste? No creo que arriesgaras tanto solo para saber cómo estaba.
Suspiré, consciente de lo que tenía que decir a continuación.
—No… No es lo único. Vine porque te extrañaba. Tenía tantas ganas de verte, de hablar contigo, aunque fuera una última vez… Y también, para despedirme.
La expresión de Karin cambió al instante.
—¿Despedirte? —preguntó con temor—. ¿A dónde vas?
—Me voy de la ciudad. Tal vez para siempre.
Sus ojos reflejaron un desconcierto absoluto.
—¿Qué...? ¿Por qué?
—La pesca ha sido escasa últimamente. Apenas tengo para alimentarme. Así que decidí ir a la capital del país Cielo Azul. Dicen que allí los peces son abundantes y hay menos pescadores. Si todo sale bien, tal vez no regrese.
Karin parecía en shock.
—No puedo creerlo… Sabía que la situación estaba difícil, pero no imaginé que fuera tan grave.
—No es el fin del mundo —dije con una sonrisa forzada—. Como me decía mi padre: "No te preocupes por lo que no puedes cambiar. Aprende a adaptarte y haz lo mejor con lo que tienes".
Karin bajó la mirada con tristeza.
—Tu padre era un hombre sabio.
—Sí. A veces se equivocaba, pero siempre tenía una respuesta acertada.
Hubo un largo silencio antes de que ella preguntara:
—¿Piensas irte ahora?
—Sí. A medianoche. Pero antes de irme… quería preguntarte algo.
—¿Qué cosa?
La miré a los ojos con toda la seriedad del mundo.
—¿Quieres venir conmigo?
Su expresión se tornó aún más sorprendida.
—Yamato… No puedo. Mi madre nos encontraría. Pensaría que me secuestraste y… podría hacerte daño.
Sabía que tenía razón, pero aún así dolía escucharlo.
—Lo entiendo —susurré—. Respetaré tu decisión.
Tomé sus manos con suavidad y sonreí con melancolía.
—Sé feliz, Karin. Espero que algún día podamos vernos de nuevo.
Ella, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas, respondió:
—Gracias, Yamato. También deseo que seas feliz. Gracias por ser el mejor amigo que pude haber tenido.
Nos abrazamos con fuerza, como si quisiéramos detener el tiempo. Y entonces, cuando me alejé, cuando me dirigía al tejado para partir, reuní todo mi valor y le grité:
—¡ME GUSTAS!
Karin quedó paralizada.
—¿Q-qué dijiste…?
Sonreí con valentía.
—Lo que oíste. Me gustas, Karin. Desde el primer día en que te vi, me enamoré de ti.
Y sin darle tiempo a responder, desaparecí en la noche.
Continuará.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 100 Episodes
Comments