...8 años después:...
Era madrugada y el sol apenas se asomaba detras de las montañas. El aire fresco, aunque no gélido, acompañaba el murmullo de las olas al romper suavemente contra los muelles y los barcos, creando una atmósfera tan serena que cualquiera, bien abrigado, lo disfrutaría como un deleite.
En medio de aquel paisaje, un barco flotaba sobre las aguas tranquilas del mar. A bordo, un hombre anciano y delgado permanecía inmóvil. Su cabello corto y sus ojos azulados, entrecerrados, le daban un aire enigmático. Vestía un atuendo tradicional japonés, similar a un kimono masculino.
Aquel hombre sostenía el timón del barco con una confianza y seguridad tan grandes como si hubiera pasado toda su vida navegando por esas aguas.
—¡Saito! —gritó desde el timón—. ¡Ya es hora de sacar la red del mar!
La orden iba dirigida a un muchacho que aparentaba ser de catorce años, según su estatura y complexión. Su cabello era negro, y llevaba un pañuelo blanco atado con dos nudos en la parte trasera, cerca de la nuca.
(Nota del autor: imaginen la vestimenta de Saito como la que aparece en la imagen, pero ajustada a su tamaño real, aproximadamente 145.3 cm).
El chico, llamado Saito, se giró para mirar al hombre y, con una sonrisa, respondió:
—"¡Está bien, señor Yamato!"
Se acercó hasta donde las sogas estaban atadas al borde del barco, las sujetó con firmeza y tiró de ellas con todas sus fuerzas. En cuestión de segundos, una gran cantidad de peces emergió del agua.
Yamato, al ver la abundante pesca, sonrió con calidez y exclamó con júbilo:
—"¡Bien hecho, Saito! Después de estar flotando en estas aguas por dos horas, por fin ha dado frutos. Vamos a recoger todos estos peces, los guardaremos en bolsas y los llevaremos directo al restaurante de Chaco para venderlos a buen precio."
—"¡Sí, señor Yamato!" —respondió Saito con entusiasmo.
Sin perder tiempo, ambos comenzaron a recoger los peces y a distribuirlos en cuatro bolsas grandes, todas completamente llenas. Saito cargó dos, una en cada hombro, al igual que Yamato. Sin embargo, justo cuando estaban por partir, Yamato sintió un agudo dolor en la espalda. La punzada fue tan intensa que tuvo que sentarse en las escaleras del barco.
—"¡¿Señor Yamato, está bien?!" —preguntó Saito con gran preocupación.
—"Sí… Estoy bien" —respondió, respirando con dificultad—. "Parece que mi cuerpo ya está tan viejo y desgastado que ahora me cuesta cargar un par de bolsas con peces frescos."
—"Señor Yamato, no debería esforzarse tanto. Ya no está en edad para trabajos pesados como la pesca."
—"Pero, Saito, no puedo dejar de trabajar. Si lo hiciera, no podría alimentarnos ni a ti ni a mí. No puedo permitir que pases hambre por mi culpa" —dijo Yamato, con una mirada de impotencia reflejada en su rostro, como si se sintiera inútil ante su deterioro físico.
Saito lo miró con determinación, como si hablara un hijo a su padre.
—"No diga eso, señor Yamato. Usted me ha alimentado y cuidado muy bien estos últimos ocho años. Nunca me atrevería a pedirle más de lo que ya me ha dado. Vamos, lo llevaré a su cama y le prepararé una sopa caliente para que se sienta mejor."
Con esfuerzo, Saito ayudó a Yamato a recostarse. Luego, fue a la pequeña cocina del barco y preparó una sopa caliente con algunos medicamentos, pues no era la primera vez que sucedía algo así.
Cuando la sopa estuvo lista, se la llevó a Yamato, quien la bebió con gratitud. En cuestión de minutos, el dolor comenzó a disiparse.
—"Gracias, Saito" —dijo Yamato con una sonrisa sincera.
—"No hay de qué, señor Yamato. Ahora descanse mientras yo estaciono el barco en la bahía."
—"Está bien, pero no vayas a estrellarlo como la última vez" —respondió Yamato con voz cansada mientras acomodaba la cabeza en la almohada.
Saito se rascó la nuca con vergüenza.
—"¡Eso fue hace cuatro años! Y no lo he vuelto a hacer desde entonces. Además, era mi primera vez manejando el timón. No se preocupe, seré cuidadoso."
—"Más te vale. Pero si lo estrellas otra vez, no te permitiré volver a navegar este barco. ¿Entendido?" —dijo Yamato con una expresión tan seria que no dejaba lugar a dudas.
Saito se enderezó como un soldado y respondió con firmeza:
—"¡Sí, señor Yamato!"
Yamato asintió y observó cómo su pequeño compañero de pesca salía corriendo hacia las escaleras con una sonrisa. Y pensando para sí mismo que era una bendición tenerlo a su lado como ayudante.
Saito contempló el barco por unos segundos y, con una sonrisa, murmuró para sí mismo:
—"Ahora que lo veo con más detalle, el barco del señor Yamato es bastante grande. Es un buen lugar para vivir… En serio, soy muy afortunado, ¿no?"
"Seguro que lo eres, muchacho. Ese barco tiene mucha historia que contar."
Saito se giró de golpe, sobresaltado. Reconoció esa voz al instante. Al voltear, vio a un hombre mayor que no aparentaba más de sesenta años. Su cabello castaño, salpicado de canas, delataba el paso del tiempo. Vestía un atuendo tradicional masculino, de mangas largas arremangadas, en tonos blanco y negro.
—"¡¿Tío Teruki?!" —exclamó Saito, aún sorprendido.
Teruki le respondió con una sonrisa alegre:
—"Buenos días, muchacho. Dime, ¿cómo has estado?"
...Continuara....
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