Todas las personas presentes quedaron atónitas y comenzaron a murmurar entre sí:
—¿Por qué la líder del clan Pétalos de Sangre está aquí?
—¿Quién es realmente Karin?
—¿Qué conexión tiene con ella?
Karin, con el rostro desencajado por el asombro, balbuceó:
—¿Mamá...? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo me encontraste?
Las palabras de Karin hicieron que la conmoción aumentara entre los presentes.
—¿Karin es la hija desaparecida de la famosa líder Hana Yamamoto?
—¡Miren su cabello y sus ojos! Es idéntica a ella.
—¿Es esta la hija que la señora Yamamoto perdió hace cuatro años? Ahora que la veo bien, es hermosa... ¿Cómo logró pasar desapercibida tanto tiempo?
—¿Ha estado escondida aquí todo este tiempo? Y miren su atuendo... parece que se casó. ¿Será ese hombre a su lado su esposo?
Los murmullos crecían como una tormenta. La razón por la que los habitantes del puerto nunca sospecharon la identidad de Karin era simple: jamás la habían visto antes. Cuando se difundió el rumor sobre la desaparición de la heredera del clan Pétalos de Sangre, pocos prestaron atención. Estaban demasiado ocupados luchando para sobrevivir con lo que podía como para preocuparse por los asuntos de la nobleza.
Yo lo sabía, pero nunca imaginé que el secreto se revelaría tan pronto. Fue un error... un error que esa noche me costó demasiado caro.
—¿¡Que cómo supe dónde estabas!? —rugió Hana, fuera de sí—. ¡Mira a tu alrededor! ¿De verdad creíste que no me enteraría cuando empezaron a circular rumores sobre una mujer idéntica a mi hija casándose en los muelles? ¡Mientras yo, tu madre, sufría sin saber siquiera si seguías viva!
Karin retrocedió, temblorosa, más asustada de su madre de lo que jamás había estado.
—Perdóname, mamá... yo...
—¡Cállate! —la interrumpió Hana con furia—. ¡No quiero oír tus estúpidas excusas! Nos vamos al palacio de los Pétalos de Sangre ahora mismo.
El terror paralizaba a Karin. Sus piernas apenas podían sostenerla. Pero al ver aquello, reuní todo mi valor, me interpuse entre ellas como su protector y declaré:
—Usted no le hablará así a mi esposa. Karin ya es libre de su autoridad. No tiene derecho a obligarla a nada. Déjela en paz y márchese.
Mi desafío encendió aún más la ira de Hana. Antes de que pudiera reaccionar, se movió con una velocidad sobrehumana. En un instante, apareció frente a mí con el ceño fruncido en un gesto de absoluto desprecio.
—¡Esto es entre mi hija y yo! —bramó—. ¡Tú no te metas!
No tuve tiempo de defenderme. Su mano se alzó y una bofetada brutal me golpeó con la fuerza de un vendaval. Sentí mi cuerpo elevarse como si no pesara nada y salir despedido por los aires hasta estrellarme contra mi barco. El impacto destrozó parte del casco y caí dentro de la embarcación, perdiendo el conocimiento.
—¡Yamato! —gritó Karin, desesperada.
Hana resopló con desdén.
—Malditos pescadores... todos son iguales. Arrogantes, estúpidos, creyéndose dignos de hablarle a la realeza como si fueran sus iguales. Ahora que ya no nos molestará, nos iremos inmediatamen—
No pudo terminar la frase. Un torbellino de pétalos brillantes y afilados la obligó a retroceder.
Karin, con los ojos encendidos de determinación, alzó la voz:
—Durante años obedecí tus órdenes, madre. Sin importar lo absurdas o peligrosas que fueran, siempre hice lo que me ordenaste. Pero esta vez... ¡esta vez no lo haré!
Hana llevó una mano a su mejilla y sintió la cálida humedad de la sangre. Uno de los pétalos la había herido.
—¿¡Cómo te atreves!? —rugió—. ¡¿Después de todo lo que hice por ti, te atreves a lastimarme?!
Con un grito de ira, lanzó una ráfaga aún más poderosa de pétalos afilados. Karin apenas tuvo tiempo de reaccionar. En el último momento, desvió el ataque hacia una casa cercana. La explosión derrumbó parte del techo y la gente corrió aterrorizada.
Los civiles huyeron, excepto Teruki, que se escondía en el barco. Quería asegurarse de que yo seguía con vida, y al descubrir que solo estaba inconsciente, decidió observar la pelea.
Madre e hija chocaron en un feroz combate cuerpo a cuerpo. Karin pronto comprendió que estaba en desventaja. Su kimono limitaba sus movimientos y su madre, con años de experiencia en batalla, la superaba ampliamente. Sin haber entrenado en cuatro años, no tenía posibilidad en un enfrentamiento cercano.
Se alejó para atacar a distancia.
—Cañón Huracán de los Pétalos Rojos.
Dos esferas de pétalos rojos giraron a su alrededor y se transformaron en torbellinos huracanados que avanzaron contra Hana. Pero ella, con una sola mano, desvió el ataque con facilidad.
—¿Esto te parece digno de nuestro clan? —se burló—. Te mostraré lo que es una verdadera técnica.
Hana repitió la misma técnica, pero con una fuerza abrumadora. Sus torbellinos eran más grandes, más pesados, más devastadores.
Karin vio el peligro y quiso esquivar, pero entonces se dio cuenta de que, si lo hacía, el ataque golpearía el barco donde yo yacía inconsciente.
Apretó los dientes y decidió enfrentarlo.
El impacto la hizo sentir como si una avalancha de rocas la aplastara. Su piel se desgarró y sus brazos quedaron ensangrentados.
—¡Karin, eso es una locura! —gritó Hana, con una súbita preocupación—. ¡No podrás resistirlo, esquívalo!
Pero Karin no cedió. Con un último esfuerzo, desvió el ataque hacia los lados. Cayó de rodillas, exhausta, con heridas profundas en los brazos.
Hana suspiró aliviada.
—No esperaba que lo lograras —admitió—. Pero gracias a tu estupidez, ahora no puedes pelear. Me ahorraste el problema de matar a tu marido.
Se acercó con la intención de llevársela por la fuerza.
—Si te resistes, lo mataré frente a ti —sentenció.
Karin bajó la cabeza. Apenas podía mover los brazos.
—Si voy con ella... al menos Yamato estará a salvo —pensó, resignada.
Pero antes de que Hana pudiera tocarla, un arpón voló a gran velocidad hacia ella.
La líder del clan saltó hacia atrás justo a tiempo.
Karin alzó la mirada, reconoció el arma y se giró rápidamente. Allí estaba yo, despierto, con la mirada encendida de furia.
Teruki, a mi lado, murmuró impresionado:
—Amigo... te ves increíble.
Lo ignoré y salté del barco.
—¡Yamato! —exclamó Karin—. Estás...
—¿Estás bien? —le pregunté con preocupación.
Ella asintió con dificultad.
—No puedo seguir peleando.
—No te preocupes —dije, desenvainando el arpón—. Descansa. Yo me encargaré de esto.
Los guardias de Hana corrieron a su lado, preocupados. Pero ella solo me miró con rabia.
—¿¡Cómo te atreves a herir a una líder de clan!?
Me mantuve firme.
—No me importa quién seas. Lastimaste a mi esposa. No dejaré que te la lleves.
Apunté el arpón hacia ella.
—Te daré una última oportunidad. Márchate. O veremos qué es más rápido... ¿tus pétalos o mi arpón?
Hana sonrió con incredulidad.
—Que así sea.
Pero entonces, una daga atravesó mi pecho.
El mundo se volvió borroso.
Caí al mar, sintiendo cómo la oscuridad me envolvía.
Continuará.
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