Habían pasado treinta minutos desde que Saito salió del restaurante de Chacos para dirigirse al muelle, donde Yamato lo esperaba. Desde su barco, el viejo pescador observó al joven regresar con paso ligero y una expresión de satisfacción en el rostro.
—¡Señor Yamato! —exclamó Saito con entusiasmo—. Ya terminé con el encargo que me pidió. ¿Necesita que haga algo más?
Yamato le devolvió la sonrisa mientras maniobraba el timón.
—¡No, muchacho! Ya hiciste suficiente por hoy. Pero, en realidad, estaba esperándote para hablar de algo importante.
Saito arqueó una ceja, intrigado.
—¿Puedo preguntar de qué se trata, señor Yamato?
El pescador negó con la cabeza.
—Ahora no es el momento, Saito. Déjame atracar el barco y podremos hablar con más calma.
Saito asintió y aguardó en la orilla mientras Yamato aseguraba el barco con el amarre. Una vez en tierra firme, el viejo pescador se acercó con una expresión más seria, pero aún amigable.
—Veo que cumpliste con tu encargo. Dime, ¿conociste a Izumi?
Saito asintió.
—Sí, señor.
El interés en la mirada de Yamato se intensificó.
—¿Y qué te pareció?
Saito titubeó un instante antes de responder.
—Es… interesante.
Yamato soltó una carcajada.
—¿Verdad que sí? Puede ser encantadora, sobre todo con los hombres guapos. Aunque, si te soy sincero, no hay muchos por aquí.
Saito sonrió divertido ante el comentario, pero pronto recordó que Yamato tenía algo importante que decirle.
—Señor Yamato, mencionó que quería hablar conmigo. ¿De qué se trata?
El pescador asintió, cruzándose de brazos.
—Es algo en lo que he estado pensando desde hace un tiempo, y creo que te podría beneficiar bastante.
El interés de Saito creció, atento a cada palabra.
—Pero antes de eso —continuó Yamato—, será mejor que hablemos en mi barco. El viento empieza a enfriarse y no quiero pescar un resfriado. Además, te vendría bien un té caliente.
—¡No tengo problema con eso! —respondió Saito con entusiasmo—. Me dará gusto escuchar lo que quiere decirme.
Yamato sonrió, complacido con la actitud del muchacho, y ambos subieron a la embarcación.
Una conversación importante
Unos quince minutos después, Saito sostenía entre sus manos una taza de té humeante, disfrutando del calor reconfortante. Mientras tanto, Yamato tomaba asiento frente a él, listo para plantearle su propuesta.
—Bueno, niño, como te dije, he estado pensando en esto, y creo que podría ser una buena idea que trabajes conmigo como pescador. Al menos hasta que encuentres a tus padres o algún pariente tuyo.
Saito parpadeó, sorprendido. No esperaba una oferta así.
—¿Qué dices? —preguntó Yamato con una sonrisa—. No es un mal trato, ¿verdad?
Saito bajó la mirada, algo dubitativo.
—Pero, señor… ¿no sería una molestia para usted? No sé nada sobre pesca, nunca he atrapado un solo pez en mi vida.
Yamato soltó una carcajada.
—¡Bah! Eso no es problema. Yo me encargaré de enseñarte. Todos empezamos sin saber nada, niño. Además, si no tienes dónde dormir, puedes quedarte aquí en el barco. Tengo dos camas, una al lado de la otra.
Saito se quedó en silencio por un momento, asimilando la oferta. No tenía un hogar, y la posibilidad de un techo y compañía era más de lo que podía haber esperado. Sin embargo, una duda persistía en su mente.
—¿Está seguro de que no seré una carga para usted, señor Yamato?
El viejo pescador sonrió con paciencia.
—¿Por qué lo serías? No eres la primera persona que invito a quedarse aquí.
Aquellas palabras despertaron la curiosidad de Saito.
—¿Entonces… usted ya vivió con alguien más en este barco?
—Así es, niño —asintió Yamato—. Hace años, vivía aquí con mi familia. Fueron los mejores tiempos de mi vida.
Saito frunció el ceño, sintiendo un ligero nudo en el estómago. Si tenía familia… ¿dónde estaban ahora? La ausencia de otras personas en la embarcación era evidente.
Vacilante, preguntó:
—Señor Yamato… No quiero incomodarlo, pero… ¿qué pasó con su familia?
El viejo pescador lo miró en silencio por unos segundos, lo que hizo que Saito se removiera en su asiento. Finalmente, Yamato exhaló con una leve sonrisa melancólica.
—Esa… es una historia larga. Pero si quieres, puedo contártela.
Saito asintió con interés.
—Muy bien… —dijo Yamato, acomodándose en su asiento—. Supongo que lo mejor será empezar por el principio… el día en que conocí a mi esposa.
El pescador esbozó una sonrisa nostálgica antes de continuar:
—Esto fue hace treinta y tres años, en mis días de juventud, cuando era más alto, más fuerte… y, si me lo preguntas, más atractivo que ahora. Aunque, claro, en ese entonces aún conservaba todo mi cabello.
Saito soltó una pequeña risa, mientras Yamato se pasaba la mano por la cabeza, donde el cabello escaseaba.
La historia apenas comenzaba.
—Hubo un tiempo en el que viví en una ciudad muy lejana a esta —comenzó Yamato, con la mirada perdida en el vaivén de las olas—. En aquel entonces, tuve que arreglármelas por mi cuenta.
Hizo una pausa, como si el peso de los recuerdos lo abrumara por un momento.
—Perdí a mis padres a causa de una neumonía. Fue algo rápido, implacable… y antes de darme cuenta, me quedé completamente solo. Lo único que me quedó de ellos fue este barco, el mismo en el que estamos ahora.
Saito escuchaba en silencio, sin interrumpir.
—Eran tiempos difíciles. Estaba destrozado, sin ganas de hacer nada. Había días en los que ni siquiera quería levantarme… simplemente deseaba desaparecer, o morir.
El viejo pescador suspiró y sonrió con amargura.
—Pero entonces recordé algo que mi padre solía decirme cuando enfrentaba problemas: "La vida no siempre es color de rosas, hijo. Habrá momentos en los que te sentirás débil y solo, en los que pensarás que ya no puedes más. Pero al final, solo tú puedes decidir: levantarte y fortalecerte en el dolor, o rendirte y perecer en él."
Saito sintió un escalofrío. Aquellas palabras, aunque simples, tenían un peso enorme.
—Así que tomé una decisión —continuó Yamato—. En lugar de seguir llorando y lamentándome por lo sucedido, debía levantarme y hacerme más fuerte, tal como mi padre siempre decía. Dejé de hundirme en la tristeza y salí a pescar, porque la comida no iba a llegar sola.
El pescador sonrió con nostalgia.
—Me alejé bastante de la costa, buscando un buen lugar para lanzar la red. Justo cuando estaba a punto de hacerlo… vi algo que me dejó helado.
Saito se inclinó ligeramente hacia adelante, intrigado.
—Allí, flotando boca arriba en el agua, había una chica inconsciente.
El joven abrió los ojos con sorpresa.
—Llevaba un hermoso vestido rojo con dibujos de pétalos. Parecía tener mi edad, quizás un poco menos… pero lo que más me impactó fue su belleza. Nunca había visto a una mujer así.
El tono de Yamato se volvió más suave, casi reverente.
—Tenía el cabello rojo como el fuego, una piel increíblemente clara y bien cuidada, y pestañas cortas que realzaban aún más sus rasgos. No tenía un cuerpo voluptuoso, pero eso no importaba… su rostro era simplemente perfecto.
Saito tragó saliva, imaginando la escena.
—No podía dejarla ahí, así que la subí a mi barco. No tenía idea de quién era ni cómo había terminado en el mar, pero en ese momento solo pensaba en salvarla.
Yamato se quedó en silencio por un momento, perdido en sus recuerdos.
—Ese día… cambió mi vida para siempre.
Saito no dijo nada. Solo esperó, ansioso por escuchar el resto de la historia.
—Cuando la saqué del agua, noté algo alarmante: tenía una gran quemadura en la espalda.
El tono de Yamato se tornó serio.
—No tenía idea de lo que le había ocurrido, pero sabía que debía actuar rápido. La llevé a mi cama y traté sus heridas lo mejor que pude. Sin embargo, pronto comenzó a arder en fiebre, y al no tener medicinas en el barco, no me quedó otra opción que volver a la ciudad para conseguir antibióticos.
Saito escuchaba con los ojos muy abiertos, completamente atrapado en la historia.
—Corrí por las calles como un loco, comprando todo lo necesario: vendajes, desinfectante y medicamentos para la fiebre. No podía perder tiempo. Apenas tuve lo necesario, volví al barco lo más rápido que pude.
Yamato respiró hondo, recordando la escena.
—Cuando llegué, la encontré aún peor. Su piel estaba roja, su respiración agitada… la fiebre la estaba consumiendo. No podía permitir que muriera después de haberla sacado del agua.
El pescador apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos.
—Tomé el desinfectante y limpié la herida de su espalda con cuidado. En cuanto el líquido tocó su piel, dejó escapar un gemido de dolor. Pero no podía detenerme, tenía que evitar una infección. Después de desinfectarla, la vendé con sumo cuidado… sin desvestirla.
Saito lo miró con curiosidad.
—Mi padre siempre me decía que a una mujer se le debe tratar con amor y respeto —explicó Yamato—. Y desnudarla sin su consentimiento habría sido ir en contra de los valores que me inculcó.
El joven asintió, comprendiendo la importancia de aquellas palabras.
—También le preparé una sopa caliente y coloqué el medicamento a su lado, en caso de que despertara. Lo único que podía hacer era esperar.
Yamato esbozó una sonrisa nostálgica.
—Cuando estaba a punto de cambiar la toalla húmeda que le había puesto en la frente para bajar la fiebre… de repente, abrió los ojos.
Saito contuvo la respiración.
—Antes de que pudiera decir una palabra, vi un destello de acero.
Yamato hizo un gesto con la mano, como si estuviera sosteniendo algo invisible.
—Sacó una daga que había mantenido oculta en las mangas de su ropa y, en un abrir y cerrar de ojos, la afilada punta estaba contra mi cuello.
El pescador rió entre dientes.
—Y con una voz amenazante, me preguntó: "¿Quién eres?"
Saito tragó saliva. No esperaba ese giro en la historia.
—¿Y qué hiciste? —preguntó ansioso.
Yamato sonrió con picardía, disfrutando de la reacción del muchacho.
—Bueno… eso, muchacho, es otra parte de la historia.
Saito se quejó, pero Yamato solo soltó una carcajada antes de continuar.
...Continuará....
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Updated 100 Episodes
Comments
Duane
Tu forma de escribir me dejó sin palabras. Necesito más capítulos de inmediato. 🤩
2024-01-08
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