La Vida de un Sobreviviente, Parte 9: El Pasado de Yamato (7)

Las palabras de Karin me golpearon como una bofetada. No vernos nunca más.

No supe qué responder. Durante unos segundos, el silencio entre nosotros se volvió insoportable. Sentía un nudo en la garganta, pero finalmente logré preguntar, tratando de comprender lo que ella decía.

—¿Por qué? ¿Por qué ya no podemos vernos? —mi voz sonó más desesperada de lo que hubiera querido—. ¿Hice algo malo?

Karin negó con la cabeza, con los ojos empañados.

—No… No hiciste nada malo.

Su tono era sincero, pero cargado de tristeza.

—Si no fuera por ti, Mahairu y sus amigos me habrían… —se detuvo, incapaz de decirlo—. Me habrían asesinado después de haberme…

Apretó los labios con fuerza, apartando la mirada.

—Incluso mi madre, aunque no lo parezca, te está agradecida por lo que hiciste.

Sus siguientes palabras fueron como un puñal directo al pecho.

—Pero… mi madre odia profundamente a los pescadores como tú.

Fruncí el ceño, confundido.

—¿Por qué? ¿Acaso tuvo algún problema con uno de nosotros?

Karin suspiró, como si lo que estaba a punto de contarle pesara demasiado en su corazón.

—Así es. Cuando era joven, mi madre se enamoró de un pescador.

La escuché en completo silencio.

—Salían a escondidas todos los días, completamente enamorados. Mi madre estaba dispuesta a dejarlo todo por él. Pero cuando le confesó que estaba embarazada, aquel hombre… huyó.**

Un escalofrío recorrió mi espalda.

—Una noche desapareció con su barco, dejándola sola.

Tragué saliva mientras Karin continuaba.

—Mi madre lo buscó por todas partes, pero jamás volvió a verlo. Pasaron los meses y, cuando ya no pudo ocultarlo, todos se enteraron de que la hija de la líder del clan estaba embarazada. Nadie sabía quién era el padre.

Sus manos se cerraron con fuerza sobre su falda.

—Mi abuela, la líder del clan en aquel entonces, se enfureció. Le exigió a mi madre que se deshiciera del bebé. Pero mi madre se negó. Incluso amenazó con quitarse la vida si le hacían algo a su hija.**

Respiré hondo. Ahora lo entendía todo.

—Así que… esa niña eras tú, ¿verdad?

Karin asintió con una amarga sonrisa.

—Sí. Esa bebé por la que mi madre sufrió tanto… era yo.

Las lágrimas comenzaron a resbalar por su rostro cuando tomó mis manos con delicadeza.

—Le debo mi vida a mi madre, y por eso… no puedo desobedecerla.

Su voz se quebró.

—Sobre todo, en esto.

Su agarre temblaba. Me miró con una sonrisa falsa, pero su dolor era evidente en cada lágrima que caía.

—Lo siento, Yamato.

Sus dedos apretaron los míos.

—Esta será la última vez que nos veamos.

Mis labios se entreabrieron, pero no encontré palabras para responder. Sentía un ardor en el pecho, una punzada que me oprimía el alma. Sin pensarlo, la envolví en un abrazo.

—No llores… Una chica tan hermosa como tú no debería derramar lágrimas.

Ella se estremeció entre mis brazos.

—No quiero separarme de ti, y sé que tú tampoco.

Me aparté lentamente y la miré a los ojos.

—Pero si tu madre te lo ordenó, si no quiere verme a tu lado…

Tragué el dolor y sonreí con tristeza.

—No te haré el trabajo más difícil.

Me incorporé y, con el alma destrozada, susurré:

—Me iré. Y haré todo lo posible para que nunca vuelvas a saber de mí. Te lo prometo.

Karin, con la voz temblorosa y un nudo en la garganta, respondió:

—Eres un verdadero hombre, Yamato. Soy yo quien no te merece como amigo.

Se secó las lágrimas con la manga de su kimono y me dedicó una última mirada.

—Solo espero que seas feliz.

Mi pecho dolía como nunca antes.

Por primera vez en mi vida, había encontrado a alguien por quien valía la pena arriesgarlo todo.

Y ahora, tenía que perderla.

Respiré hondo, tratando de no derrumbarme.

—Gracias, Karin.

Ella parpadeó, sorprendida.

—Yo también espero que encuentres la felicidad… y que encuentres un amigo que esté contigo en los buenos y malos momentos.

Mi voz se quebró al final.

—Algo que yo… ya no podré hacer.

Nos despedimos con la tristeza marcada en cada gesto.

Y durante los siguientes tres meses, no volví a verla.

Pero nunca la olvidé.

Había llenado un vacío en mi alma, un vacío que creí que nunca desaparecería tras perder a mis padres. Con ella, había encontrado paz, alegría, un motivo para sonreír.

Y ahora, todo eso se había esfumado.

Intenté arrancarla de mi mente, borrar los recuerdos para no sufrir más.

Pero era imposible.

Los momentos que pasamos juntos estaban grabados en lo más profundo de mi corazón, y olvidarlos era más doloroso que recordarlos.

Un evento inesperado

No pasó mucho tiempo antes de que algo perturbara mi intento de olvido.

Un día, la ciudad estaba alborotada. Las calles estaban llenas de gente dirigiéndose al Palacio del Clan Pétalos de Sangre.

Al ver la multitud, no pude evitar preguntar a un hombre que pasaba cerca:

—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué hay tanta gente reunida?

El hombre me miró con sorpresa, como si la respuesta fuera obvia.

—Es el anuncio del compromiso.

Mi pecho se contrajo.

—¿Compromiso…?

—Sí. La hija de la líder del Clan Pétalos de Sangre se casará con Yonko Kaneda, el heredero del Clan Tigre Blanco.

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.

Karin... ¿Casándose?

Al final mi mente se nubló.

Yonko Kaneda… Un joven de mi edad, de cabello blanco recogido en una larga coleta y ojos azulados. Su porte era imponente, su rostro atractivo y su linaje impecable.

No podía creer lo que estaba escuchando.

La noticia cayó sobre mí como un rayo, dejándome paralizado. Sin pensarlo, me deslicé entre la multitud, manteniéndome oculto, recordando la promesa que le había hecho a Karin: haría todo lo posible para que no volviera a verme.

Desde mi escondite, observé cómo su madre subía al estrado con una enorme sonrisa. Su voz resonó con fuerza en la plaza, clara y llena de orgullo:

—Damas y caballeros de esta maravillosa ciudad, hoy, con gran gozo en mi corazón, anuncio oficialmente el compromiso de mi amada hija, Karin Yamamoto, con su querido amigo y futuro esposo, Yonko Kaneda. La boda se celebrará dentro de un mes, y todos ustedes están invitados a compartir con nosotros este evento tan especial.

Cada palabra fue un golpe directo a mi pecho.

Karin… casándose con otro hombre.

El dolor se expandió por mi cuerpo como un veneno. No quería seguir escuchando. No quería ver más. Estaba a punto de darme la vuelta y marcharme… hasta que la vi.

Karin sonreía, pero sus ojos decían otra cosa.

Su mirada reflejaba una tristeza profunda, una angustia silenciosa que solo alguien que la conocía bien podía notar.

¿Por qué? ¿Por qué se veía así?

El instinto me gritó que algo no estaba bien. Necesitaba respuestas. Y solo había una manera de conseguirlas.

Infiltrarme en el Palacio de los Pétalos de Sangre esa misma noche.

...****************...

¡ERA UNA LOCURA!

El palacio estaba fuertemente custodiado por guerreros de élite, hombres capaces de matarme en un instante si me descubrían. Además, no tenía idea de dónde estaba la habitación de Karin.

Pero si algo me había mantenido con vida hasta ahora, era mi capacidad para moverme sin ser visto.

Conocía bien el palacio. Cuando me fui de allí, memoricé cada pasillo, cada atajo, cada rincón donde podía esconderme. No era una certeza absoluta, pero era suficiente.

Y entonces, la clave me llegó por accidente.

Escuché a dos guardias conversando en voz baja:

—Desde el anuncio del compromiso, Lady Karin no ha salido de su habitación—dijo uno.

—Sí… sigue encerrada en la cima de la pagoda. No quiere hablar con nadie—respondió el otro—. Pero no podemos hacer nada. Son órdenes de su madre.

La punta más alta del palacio.

Eso lo hacía aún más difícil.

El Palacio de los Pétalos de Sangre era una obra maestra de la arquitectura japonesa: un conjunto de imponentes edificaciones antiguas, con una pagoda central de más de 80 metros de altura que dominaba el paisaje.

Subir hasta la cima sin ser detectado era prácticamente un suicidio.

Pero si algo tenía claro, era que no iba a rendirme tan fácilmente.

Tras una agotadora hora intentando burlar a los guardias —con más dificultad de la que me gustaría admitir—, llegué a una conclusión: avanzar por los pasillos del palacio era imposible.

Demasiados ojos vigilaban cada rincón.

Si quería llegar hasta Karin, tendría que escalar.

La pagoda central del Palacio de los Pétalos de Sangre se alzaba imponente, con su estructura de madera y tejados curvados que desafiaban el cielo. Desde los cincuenta hasta los ochenta metros de altura, mi único camino era hacia arriba.

Con cada ascenso, mis dedos se aferraban a las vigas, sintiendo la rugosidad de la madera en mis palmas sudorosas. El viento arremetía con fuerza, amenazando con derribarme. Un solo resbalón y mi historia acabaría en el frío suelo del patio interior.

Pero no podía detenerme. No ahora.

Cuando al fin llegué a la ventana de Karin, golpeé suavemente el cristal.

La silueta de la joven apareció en la penumbra de su habitación. Al verme, sus ojos se abrieron como platos, y su respiración se entrecortó.

—¡¿Yamato?! —susurró, sin poder creer lo que veía—. ¡¿Qué estás haciendo aquí?! Más bien… ¡¿cómo demonios llegaste hasta aquí?!

Retrocedió un paso, llevando una mano a su pecho, como si su corazón estuviera a punto de salirse de su lugar.

—Si mi madre te descubre, te matará…

Su voz temblaba, pero yo apenas escuchaba sus palabras. Después de tanto tiempo, la tenía frente a mí otra vez.

Su mirada, sus gestos, incluso la forma en que su voz temblaba por la sorpresa… Todo en ella me recordaba cuánto la había extrañado.

Sonreí con calma, sin apartar mis ojos de los suyos.

—Lo sé. Pero tenía que verte.

Mi expresión se tornó más seria.

—Hay algo que debo decirte, y es muy importante que me escuches.